el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

sábado, 4 de marzo de 2017


PARTE II

 

 Le faltaba el aire y el sudor recorría su espalda como un riachuelo, el corazón le latía a mil por hora y le faltaba poco para desmayarse. Laura llevaba en la clínica más de cuarenta minutos sin noticias. El olor a medicinas, a desinfectante y las batas blancas la ponían peor, no las soportaba. Odiaba los hospitales. Ana estaba allí por su culpa. Sus mirada enloquecida se detuvo en el mostrador, en el que dos enfermeras cuchicheaban divertidas contándose a saber que secretitos. Como una exhalación, se dirigió hacia ellas golpeando su puño apretado en el mostrador.

—Me llevareis con mi hermana, ahora —dijo con una voz calma y letal.

—Señorita, los médicos están con ella en este momento, cuando ellos…

—La encontraré yo misma —gritó cuando una de ellas, Pepa por el nombre que llevaba en la bata, le tocó el brazo con suavidad. Esa sonrisa dulce la ponía de los nervios. Su hermana debatiéndose entre la vida y la muerte y ellas cuchicheando como en el patio de un colegio.

—No esperare un segundo más —dijo apartando la mano de la enfermera de su brazo.

  Recordó la razón por la que su hermana iba distraída por la calle, tan distraída que la atropelló una moto. Trastabilló hacia atrás y cuando la volvió a coger la enfermera su rabia se adueñó de ella, empujándola.

—Familiares de la señorita Ana Stone.

Se volvió hacia la voz masculina que habló a sus espaldas.

— ¡Soy yo! —Dijo apartándose de la enfermera con brusquedad —quiero ver a mi hermana.

—Acompáñeme —dijo el médico con una sonrisa de comprensión —Está dormida ahora, tiene algunos arañazos, un buen golpe en el brazo y el susto, por lo demás, podrá irse a su casa.

El suspiro de alivio y las lágrimas llegaron a la vez.

— ¿Está bien entonces? Decían que está en coma.

—Llegó inconsciente por el shock.

Laura contempló el rostro del médico y asintió mientras las lágrimas se le juntaban en la barbilla. Era alto, de complexión fuerte, de unos treinta y pico años y muy guapo. De haberle visto su hermana, habría coqueteado con él.

—Su hermana está dormida, si quiere, vamos a mi consulta y le echaremos un vistazo. Esta usted muy pálida.

—Gracias, tal vez después. Ahora lo que quiero es verla.

—Como quiera —dijo el médico al detenerse frente a la habitación 89 —. Abrió la puerta y la invitó pasar.

Un jadeo salió de su garganta y más lágrimas.

   En una de las camas, estaba una mujer mayor enchufada a cables y aparatos que pitaban sin parar recordándole por que odiaba los hospitales. En la otra, estaba Ana, con su pelo color lila esa vez, moretones en la mejilla y el ojo, un arañazo en la frente y con un labio hinchado. Su brazo izquierdo estaba vendado y la pierna, alrededor de la tibia también. Sollozando se acercó a su hermana y le dio un suave beso en la frente. Se aseguró dos veces que respiraba antes de agradecer a Dios y a todos los ángeles.

—Deja de sorberte los mocos, tía, deberías poner unos pañuelos en ese armario que llevas por bolso —con un quejido de dolor, se incorporó un poco guiñándole un ojo al doctor Host—me avergüenzas ante él Guaperas.

El medico esbozó una sonrisa antes de dejarlas solas.

—Menudo susto me has dado, renacuaja.

La expresión del rostro de Ana cambio cuando sus miradas se encontraron.

—No estás loca, esta vez no.

—Gracias hermanita… —Laura se obligó espirar e inspirar para abatir las náuseas —ha dicho el medico que puedes irte a casa. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho? ¡Joder nena, podrías asegurarte por donde vas!

—Es que ya sé porque resplandece el espejo, es hechizado.

—Ya —eso era la prueba de que su hermana no estaba nada bien. Se habrá dado un golpe en la cabeza, muy fuerte.

—No me mires así, es verdad.

—Ya, necesitas otras pruebas, te has golpeado la cabeza.

—Pero ¿no te das cuenta? No es normal que te está pasando. Es hechizado tía, debes de liberar lo que lleva dentro.

—De aquí vamos juntas al loquero. Te has vuelto loca por el golpe y yo de nacimiento.

—Inténtalo —insistió Ana con una mueca de dolor por el esfuerzo —dale un beso.

— ¿A quién?

—Al espejo boba, lo traes en el bolso, como siempre, ¿no?

La anciana que estaba al lado las miró extrañada.

Laura se sonrojó hasta las puntas de los pies. Sabía que debía de haber otra explicación por las voces que escuchaba y espejos resplandecientes.

—Estamos aquí porque te atropelló una moto, deja de darme la lata o llamo al Guaperas y le pido que te pinche, a ver si vuelves a dormir.

   Como por arte de magia, Doctor Host, entró en la habitación con una enfermera.

 —Ya te puedes ir cuando quieras —le dijo a Ana con su sonrisa que al parecer la tenía pegada en el rostro—te he recetado calmantes para el dolor, unas pomadas para el brazo y la pierna y mucho reposo. Cualquier otro síntoma vuelves al hospital —hizo una pausa mientras examinaba el arañazo de la frente —en las radiografías no hemos encontrado nada pero me gustaría que vinieses dentro de diez días, para la revisión.

—Gracias Vic —Ana plantó su preciosa sonrisa de eres mío y lo sabes.

—Tiene usted mejor color —dijo el médico examinando a Laura a conciencia.

—No por mucho tiempo, ¿está seguro que mi hermana no tiene nada en la cabeza?

Quedándose solas, Laura ayudó a su hermana a ponerse las botas.

—Mírate en el espejo y cuando se distorsiona, dale un beso.

— ¿Estás loca?

—No voy a besar un espejo. Y deja de tocar mi bolso.

—Hazlo y prometo dejarte tranquila.

—Bésalo tú.

—Yo no puedo, tengo pareja y no se me mostrará.

La anciana las miraba con el ceño fruncido.

Laura resopló y con el espejo dorado en forma de lágrima en manos de Ana, contemplo su rostro ojeroso y blanco como el papel el cristal. El espejo comenzó a lanzar dardos de luz y comenzó a distorsionarse su imagen cambiándola por otra. Uno masculino.

La anciana que se incorporó boquiabierta, soltó un jadeo de estupefacción.

— ¡Santa Madre de Jesús!

Laura arrancó el espejo de las manos de su hermana y lo tiró al suelo.

 

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