PARTE II
Le faltaba el aire y
el sudor recorría su espalda como un riachuelo, el corazón le latía a mil por
hora y le faltaba poco para desmayarse. Laura llevaba en la clínica más de
cuarenta minutos sin noticias. El olor a medicinas, a desinfectante y las batas
blancas la ponían peor, no las soportaba. Odiaba los hospitales. Ana estaba
allí por su culpa. Sus mirada enloquecida se detuvo en el mostrador, en el que
dos enfermeras cuchicheaban divertidas contándose a saber que secretitos. Como
una exhalación, se dirigió hacia ellas golpeando su puño apretado en el mostrador.
—Me
llevareis con mi hermana, ahora —dijo con una voz calma y letal.
—Señorita,
los médicos están con ella en este momento, cuando ellos…
—La
encontraré yo misma —gritó cuando una de ellas, Pepa por el nombre que llevaba
en la bata, le tocó el brazo con suavidad. Esa sonrisa dulce la ponía de los
nervios. Su hermana debatiéndose entre la vida y la muerte y ellas cuchicheando
como en el patio de un colegio.
—No
esperare un segundo más —dijo apartando la mano de la enfermera de su brazo.
Recordó la razón por la que su hermana iba
distraída por la calle, tan distraída que la atropelló una moto. Trastabilló
hacia atrás y cuando la volvió a coger la enfermera su rabia se adueñó de ella,
empujándola.
—Familiares
de la señorita Ana Stone.
Se volvió
hacia la voz masculina que habló a sus espaldas.
— ¡Soy yo!
—Dijo apartándose de la enfermera con brusquedad —quiero ver a mi hermana.
—Acompáñeme
—dijo el médico con una sonrisa de comprensión —Está dormida ahora, tiene
algunos arañazos, un buen golpe en el brazo y el susto, por lo demás, podrá
irse a su casa.
El suspiro
de alivio y las lágrimas llegaron a la vez.
— ¿Está
bien entonces? Decían que está en coma.
—Llegó
inconsciente por el shock.
Laura
contempló el rostro del médico y asintió mientras las lágrimas se le juntaban
en la barbilla. Era alto, de complexión fuerte, de unos treinta y pico años y
muy guapo. De haberle visto su hermana, habría coqueteado con él.
—Su
hermana está dormida, si quiere, vamos a mi consulta y le echaremos un vistazo.
Esta usted muy pálida.
—Gracias,
tal vez después. Ahora lo que quiero es verla.
—Como
quiera —dijo el médico al detenerse frente a la habitación 89 —. Abrió la
puerta y la invitó pasar.
Un jadeo
salió de su garganta y más lágrimas.
En una de las camas, estaba una mujer mayor
enchufada a cables y aparatos que pitaban sin parar recordándole por que odiaba
los hospitales. En la otra, estaba Ana, con su pelo color lila esa vez,
moretones en la mejilla y el ojo, un arañazo en la frente y con un labio hinchado.
Su brazo izquierdo estaba vendado y la pierna, alrededor de la tibia también.
Sollozando se acercó a su hermana y le dio un suave beso en la frente. Se
aseguró dos veces que respiraba antes de agradecer a Dios y a todos los
ángeles.
—Deja de
sorberte los mocos, tía, deberías poner unos pañuelos en ese armario que llevas
por bolso —con un quejido de dolor, se incorporó un poco guiñándole un ojo al
doctor Host—me avergüenzas ante él Guaperas.
El medico
esbozó una sonrisa antes de dejarlas solas.
—Menudo
susto me has dado, renacuaja.
La expresión
del rostro de Ana cambio cuando sus miradas se encontraron.
—No estás
loca, esta vez no.
—Gracias
hermanita… —Laura se obligó espirar e inspirar para abatir las náuseas —ha
dicho el medico que puedes irte a casa. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho?
¡Joder nena, podrías asegurarte por donde vas!
—Es que ya
sé porque resplandece el espejo, es hechizado.
—Ya —eso
era la prueba de que su hermana no estaba nada bien. Se habrá dado un golpe en
la cabeza, muy fuerte.
—No me
mires así, es verdad.
—Ya,
necesitas otras pruebas, te has golpeado la cabeza.
—Pero ¿no
te das cuenta? No es normal que te está pasando. Es hechizado tía, debes de liberar
lo que lleva dentro.
—De aquí
vamos juntas al loquero. Te has vuelto loca por el golpe y yo de nacimiento.
—Inténtalo
—insistió Ana con una mueca de dolor por el esfuerzo —dale un beso.
— ¿A quién?
—Al espejo
boba, lo traes en el bolso, como siempre, ¿no?
La anciana
que estaba al lado las miró extrañada.
Laura se
sonrojó hasta las puntas de los pies. Sabía que debía de haber otra explicación
por las voces que escuchaba y espejos resplandecientes.
—Estamos
aquí porque te atropelló una moto, deja de darme la lata o llamo al Guaperas y
le pido que te pinche, a ver si vuelves a dormir.
Como por arte de magia, Doctor Host, entró
en la habitación con una enfermera.
—Ya te puedes ir cuando quieras —le dijo a Ana
con su sonrisa que al parecer la tenía pegada en el rostro—te he recetado
calmantes para el dolor, unas pomadas para el brazo y la pierna y mucho reposo.
Cualquier otro síntoma vuelves al hospital —hizo una pausa mientras examinaba
el arañazo de la frente —en las radiografías no hemos encontrado nada pero me
gustaría que vinieses dentro de diez días, para la revisión.
—Gracias
Vic —Ana plantó su preciosa sonrisa de eres mío y lo sabes.
—Tiene
usted mejor color —dijo el médico examinando a Laura a conciencia.
—No por
mucho tiempo, ¿está seguro que mi hermana no tiene nada en la cabeza?
Quedándose
solas, Laura ayudó a su hermana a ponerse las botas.
—Mírate en
el espejo y cuando se distorsiona, dale un beso.
— ¿Estás
loca?
—No voy a
besar un espejo. Y deja de tocar mi bolso.
—Hazlo y
prometo dejarte tranquila.
—Bésalo
tú.
—Yo no
puedo, tengo pareja y no se me mostrará.
La anciana
las miraba con el ceño fruncido.
Laura resopló
y con el espejo dorado en forma de lágrima en manos de Ana, contemplo su rostro
ojeroso y blanco como el papel el cristal. El espejo comenzó a lanzar dardos de
luz y comenzó a distorsionarse su imagen cambiándola por otra. Uno masculino.
La anciana
que se incorporó boquiabierta, soltó un jadeo de estupefacción.
— ¡Santa
Madre de Jesús!
Laura
arrancó el espejo de las manos de su hermana y lo tiró al suelo.
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