el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

viernes, 24 de marzo de 2017


                                                                   ARES 
              Olimpo

—Pido clemencia mi señor, es joven, perdónenle la vida.

Ares contempló la anciana arrodillada a sus pies desde el trono  dorado  de su templo. No perdonaría la vida de ningún humano traidor, todos eran iguales.

—Levántate y desaparece de mi vista, humana —dijo él con tono aburrido. Tu hijo ha desafiado a los dioses y pagará por ello.

—Han asesinado a su hermano, estaba cegado de dolor —dijo la anciana sollozando.

Ares hizo un movimiento de muñeca ordenando a sus esclavos humanos librarle de tal molesta compañía.

El rostro surcado del paso de los años y de lágrimas amargamente derramadas se endureció. Levantó su fría mirada hacia el dios de la guerra y le echó encima un frasco de polvos recogidos de las tumbas de los caídos.  En el lugar en el que antes estaba la anciana, ahora se alzaba su hermosa madre contemplándolo con dolor y tristeza.

—Te destierro hijo mío, tu maldad no tiene límites. Tu vacio corazón lo alimentas con odio, siembras dolor, tristeza y lagrimas a tu paso. Tendrás que encontrar una persona pura, limpia y bondadosa. Tendrás que conocer el amor, el dolor y el sacrificio. Tendrás que perdonarte a ti mismo por el daño que has hecho. Te despojo de tus poderes, vivirás entre los mortales. Cuando amaras y serás amado, te devolveré lo que te quitado. Adiós hijo mío.

 Cogió el frasco, lo dejó caer en el mundo que mas despreciaba su hijo, y se echo a llorar.

 

Laura necesitaba urgentemente un hombre. Un hombre de verdad, no de aquellos que en diez minutos te cuentan las historias de sus vidas, todos sus éxitos y fracasos.  Con veintisiete años no había dejado a ningún hombre probar de su fruto prohibido. Laura esperaba sentir aquel hormigueo en el estomago, aquellas mariposas  de las que leía en los libros. Entró en el parque y suspirando se sentó en un banco encendiéndose un cigarrillo. <<El problema lo tengo yo>>-pensó observando los niños jugando con una pelota. El que su reacción habitual ante un representante del sexo opuesto consistiera en poner malas caras y contestar apenas con gruñidos, tampoco la ayudaba en su búsqueda. Recordó su última cita, David, un tipo bastante atractivo que hasta le había traído una rosa. Al verlo entrar en el restaurante se dijo<<a lo mejor es la abeja que recogerá mi miel>>, hasta que el empezó a contarle con lujo de detalles como fue su corto matrimonio con una mujer maravillosa que se dio cuenta que no quiere estar casada después de la luna de miel. Le dijo casi lloriqueando que la ama y que no puede imaginar su vida sin ella. Un golpe en la cabeza la sobresaltó y se levantó con brusquedad. Paseó la mirada por alrededor, algún diablillo, pensó apretando los puños. No era que no le gustasen los niños pero algunos eran unos verdaderos duendecillos de las travesuras. Se percató de que estaba sola y se llevó una mano a la cabeza. Dolía. Cuando bajó la mirada vio a sus pies un objeto pequeño que echaba suaves destellos. Lo levantó y lo observó con curiosidad. Parecían polvos de distintos tonos pensó. Quiso tirarlo pero sin saber por qué, lo metió en el bolso. Eran las diez de la noche, no eran horas de pasear por la playa decidió. Dejaría las fotos para el fin de semana siguiente. A sus padres les daría un ataque cuando se enterrarían que había dejado el trabajo en aquellas aburridas oficinas de abogados. Para trabajar en una cafetería.  Y para escribir. Siempre había sido la niña mimada de sus padres y el saco de boxeo de sus hermanos, ahora que vivía sola, por fin, podría probar trabajos, cursos, y muchas cosas más, hasta que decidiría lo que quería. Llegó a su apartamento y su corazón dio un vuelco de excitación. Sonrió al contemplar el mar desde su ventana. Se quitó los zapatos y se sirvió una copa de vino. Escuchó los mensajes del contestador, su madre no se hacia la idea de que su pequeña palomita tenia veintiséis años. Su padre y sus hermanos seguían preocupados porque ella vivía tan lejos de ellos. A trescientos kilómetros. Sacó el frasquito que se le cayó del cielo en la cabeza y se dijo que era muy hermoso. Cogió el mando de la tele, y sin querer derramó el frasquito en el suelo. Lo levantó y frunció el cejo. Hubiera jurado que aquello gimió. Se sacudió tan estúpida idea y se dirigió a la cocina, preparó una ensalada y volvió a la sala de estar. Se sirvió otra copa de vino y se le escapó de la mano.

¿El frasco se movió?

— ¡Madre! ¡Libérame!

Laura dejo escapar un jadeo y se apartó de la mesa.

— ¡Madre! ¡Es inadmisible tal ofensa!

¡Joder! El frasquito… ¿acaba de hablar? sacudió la cabeza con fuerza y se estremeció cuando oyó un gruñido.

—Esta debe ser una broma—dijo ella voz alta, sus traviesos hermanos habrán puesto una cámara oculta, de alguna manera se han colado en su casa. Pues claro que era eso.

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