ARES PARTE II
— ¿Quien anda allí?
—preguntó con la boca seca.
— ¡Oh, tu insignificante
criatura, libérame!
Ella dio un paso atrás y
se cayó de culo.
—Martin, si sois vosotros
os comeré el hígado, lo juro.
El frasquito tembló y
Laura escuchó una carcajada. Abrió mucho los ojos e intentó hablar pero se le
atragantó la voz.
—Libérame humana, y te
colmare de riquezas —dijo el frasco con tono meloso.
— ¿Por qué no sales tu mismo de donde te escondes?— Era un truco,
uno malditamente conseguido.
Laura se incorporó y se
mantuvo alejada del frasquito hablador.
—Humana, libérame, te lo
ruego —suplicó la cosa.
Laura cogió con mucho
cuidado el frasquito de polvos brillantes y la zarandeó.
—La ira de los dioses
caerá sobre ti —gritó la voz.
— ¿Anda ya, porque no te
callas?
— ¿Qué precio deseas para
liberarme? Puedo concederte todo cuanto desees. Ahogó un grito y se quedo
inmóvil. ¿De verdad estaba hablando con un frasquito? ¿Y si le seguía la
corriente? Sus hermanos se reirían de ella lo que le quedaba de vida.
— ¿Dónde estás? ¿Por qué
no puedo verte?
— ¡Quita el tapón, mujer!
—ordenó la cosa.
Bueno, si estoy loca, no
pasará nada, si son mis hermanos, se estarán partiendo de risa, si estoy
soñando, tampoco pasará nada, pensó mientras quitaba el tapón del frasquito
hablador. Un humo azul envolvió todo el salón y un rugido de furia hizo temblar
las paredes. Laura gritó y quiso apartarse pero por la segunda vez se golpeó de
la silla de la sala de estar y se cayó.
— ¡Mierda! —intentó
incorporarse y al levantar la mirada se atragantó. Frente a ella había un
hombre mirándola con los brazos cruzados.
— ¡Joder! —susurró con
los ojos muy abiertos.
—Levántate humana,
permíteme contemplarte —dijo con una voz que la estremeció hasta la punta de
los pies. La voz del frasquito de polvos brillantes.
— ¿Qué truco es este?
—Preguntó ella incapaz de moverse —Ya podéis salir cabrones, me lo vais a pagar
—masculló entre dientes.
El hombre gruñó y dio un
paso hacia ella. Laura se levantó con brusquedad y se echó un paso atrás hasta
que sintió la mesa del salón a sus espaldas. Cogió el jarrón y lo apretó con
fuerza.
— ¡No te acerques ni paso
más, gilipollas! —masculló ella blandiendo el jarrón.
Él echó la cabeza hacia
atrás y lanzó una carcajada. Madre de Dios bendito ¡qué guapo era! Llevaba una
especie de armadura de color plateado, unos pantalones negros de cuero, encima
de un cuerpo de dos metros de altura, y unos músculos que le secaron la boca.
Lo que la hizo temblar todavía más era su enorme espada Se relajó pero solo un
poquito. Era un sueño. Hombres así no existían en realidad, era el prototipo
creado de su imaginación. El hombre se paso una mano por el pelo dorado que le
tapaba los ojos y Laura se quedo sin aire.
Ningún hombre tenía derecho de poseer semejante belleza seguida de un
cuerpo así… era peligro público para la salud mental de cualquier mujer. Rasgos
esculpidos, pómulos altos, mandíbula firme, seguidos por unos musculosos brazos
exhibiendo bíceps poderosos duros como rocas, un abdomen por el que los modelos
de las portadas de novelas románticas matarían, todo cubierto por una
aterciopelada piel bronceada. Y los labios decadentemente llenos que invitaban
a ser… ¿pero qué demonios hacia ella allí delante de un desconocido fantaseando
con sus indecentes labios?
— ¿Cuál es tu nombre,
humana? —preguntó el con tono autoritario.
—Oye tío, no paras de llamarme
humana, ¿Qué eres, extraterrestre? —siseó ella.
— ¿Cómo te atreves
compararme con semejantes criaturas? Te perdono la insignificante vida por
haberme liberado de tal inconfortable prisión, pero no juegues con tu suerte
—ladró él.
—Qué me perdonas la
insignificante… ¿pero quién te crees que eres, gilipollas? ¿Qué tal si sacas tu
sucio trasero de mi casa? —chilló ella blandiendo el jarrón.
—Tu descaro me sorprende
pequeña criatura —dijo el frunciendo el cejo, deberías arrodillarte frente a
mí.
— ¿Qué tal si me besas el
culo? —masculló ella entre dientes.
—Cesa tus juegos humana y
dime cuál es tu nombre —ordenó el paseando la mirada por alrededor.
—Dímelo tu primero, esta
es mi casa y el intruso eres tú.
—Mi nombre es Ares —dijo
el alzando el mentón.
— ¡Venga ya! Yo soy
Atenea —dijo ella con sarcasmo.
—Imposible, eres humana,
puedo sentirlo —abrió mucho los ojos —habéis prestado el nombre de los dioses,
¡por Zeus, cual sacrilegio!
¿De verdad se creía lo
que decía? Era chiflado, o… pero… había salido de una botella. ¡Joder! Se
estaba volviendo majareta. Completamente.
—Digamos que te llamas
Ares, ¿cuál es el truco del frasquito?
—Mi adorada madre me ha
desterrado de mi templo. Debo pagar por mis crímenes —dijo él con tono
aburrido.
¡Mierda, es un asesino!
¡Joder, Laura! ¿Cómo consigues meterte en semejantes líos?
— Crímenes…, eh, ¿Qué
crímenes?
—He castigado la
desobediencia y el desafío. Nadie debe atreverse desafiar a un dios.
¡Y ahora se cree un dios!
¡Por Jesús María y José! ¿Saldría viva de esta?
— ¿Y quién es eh… tu
madre? —preguntó Laura con la boca seca.
—Soy hijo de Zeus y Hera
muchacha, y este interrogatorio debe cesar. ¿Cuál es tu nombre?
—Laura Aguirre —dijo ella
observándole cautelosa.
—Mi estomago demanda
alimento, tendré necesidades humanas hasta que mi madre levantará mi castigo
—dijo él con una mueca de fastidio.
—Entonces si te parto el
cráneo con esto… ¿te hare daño, verdad? —preguntó ella mostrándole el jarrón.
Ares torció sus labios en
una fina sonrisa.
—Supongo que sí, pero no de
tal magnitud que no pueda castigarte.
En un instante, él estuvo
a su lado con un dedo enroscado en su pelo.
—Hueles muy bien para ser
una humana —dijo el pasando un dedo por su mejilla. Laura sintió una corriente
eléctrica recorriéndola hasta los dedos de los pies. Estaba como un queso y
ella quería un mordisco. Sus rodillas se volvieron de gelatina cuando las manos
del chiflado se cerraron sobre uno de sus pechos. Jadeo y entreabrió los labios
cuando el bajo la cabeza hacia ella mirándolo, incapaz de moverse. El jarrón se
cayó al suelo con un golpe seco y ella se sobresaltó. Le propinó un rodillazo
entre las piernas del gigante y el lanzó un rugido. La agarró de la cintura y
tomó posesión de sus labios con brusquedad. Laura vio relámpagos y oyó truenos,
estrellas relucientes y fuego de artificios. Su cuerpo estaba en llamas y lo
único que deseaba era que el apagase el fuego. No, ¿pero qué haces cambiando
saliva, con un desconocido que salió de
una botella? Sus hormonas protestaron cuando ella se apartó del magnífico
Aladino ¡Como besaba!
El soltó una carcajada y
ella se dijo que el tío parecía un dios
griego de verdad.
—Pronto pequeña, estarás
rogando que te tomé. Gritaras mi nombre mientras lameré cada pulgada de tu
deliciosa piel.
—Cerdo arrogante, no
vuelvas a tocarme.
Ares se sentía intrigado
por aquella criatura. Nunca antes había sentido tal necesidad de tomar una
humana. Cuando la vio en el suelo mirándolo con aquellos ojos verdes jade
enmarcados por unas espesas pestañas, con las piernas desnudas, y con una
prenda minúscula tapando sus apetitosos pechos, su cuerpo se sacudió. Ella se
levantó de pie y él pudo contemplar sus formas redondeadas, su pequeña cintura
y su cuerpo esbelto y frágil. El había tomado muchas humanas pero ninguna hizo
que le hirviera la sangre como aquella descarada muchacha de cabellos color
fuego. Ni siquiera las Cárites consiguieron que su cuerpo responda de aquella
forma salvaje y brutal. Pero sabía que los humanos no eran de fiar.
—Oh muchacha, rogarás que
te toque. Ahora muéstrame la salida.
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