el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

martes, 28 de febrero de 2017


                                                             Tristan II
 Los primeros rayos de sol traspasaron las cortinas posándose en sus ojos, cegándola. Era la tercera noche en la que Morfeo le negaba la entrada a su reino. Lo habré cabreado con algo pensó Laura enfurruñada. A ese paso, el elixir de los dioses dejaría de hacerle efecto. Podría quedarse en la cama hasta las tantas pero no era su estilo, además no tenía a nadie que le sirviera el desayuno a la cama. Tampoco sería un desayuno de verdad, tan solo café y café. Se desperezó diciéndose que también podría levantarse, prepararse el café, una jarra, y volver a la cama. Pero eso no era divertido, así que se incorporó y jadeó por el fuerte dolor muscular. Tal parecía que su imaginación era tan desbordante, que la vivía en carne propia. Sueños que no eran sueños, en los que practicaba ese deporte sudoroso con clímax de recompensa con un tío bueno sin rostro. Menos mal. Cogió la bata de la depresión, rosa con ositos color mierda, se envolvió con ella y arrastrando los pies se encaminó a la cocina para preparar café. Litros ya que para despejarse los necesitaba.  Con la segunda taza de café en la mano, se encaminó hacia el cuarto de baño.  Dejó la taza en la mesita de libros y revistas y soltó un jadeo al ver su reflejo. ¡Tenia moretones por todo el cuello! eso ya era de ciencia ficción pensó horrorizada. Con cada marca que examinaba, sentía nauseas. El dolor muscular no lo podía explicar pero eso ya era demasiado. Se lavó el rostro con agua fría, cogió la taza de café y se dirigió a la sala de estar, paseándose cual león enjaulado. Eso no era normal, nada normal. A lo mejor su pesada hermana tenía razón y todo eso era por falta del deporte sudoroso con clímax como premio… Y todo eso desde hace tres días cuando se encontró en la puerta de su casa con aquella anciana. Su hermana, sostenía que la mujer era el espíritu de una hechicera, cuya hermana lanzó un hechizo sobre un guerrero, que se llamaba Helena y que buscaba a una doncella pura para liberar al que estaba cautivo. La escritora era ella no Lucia, pero su hermana podría dedicarse perfectamente a esa profesión ya que su desbordante imaginación traspasaba la de las más leídas escritoras. Llevaba meses viendo a la anciana de cabellos plateados y ojos azul zafiro deambulando frente a su casa, en ocasiones le llevaba comida y dinero. La mujer, se negaba rotundamente pasar la noche bajo un techo. Pero de allí a lo que su hermana se había inventado… lo que si era cierto, que desde el día que la invitó a un plato caliente en su casa hace tres días, esa mujer la había dejado nerviosa, desconcentrada, con pesadillas e incapaz de dormir. Además estaba el espejo que apareció en su casa de la nada, y sobre el que su hermana estaba investigando después de una discusión muy desagradable, con palabras que han salido y ya no se podían retirar. Ladeando la cabeza, Laura, encendió un cigarrillo, cogió un espejo y el maletín de maquillaje, y con su serie favorita de fondo, se dispuso a teñir y esculpir su ojeroso rostro. Y los chupetones.

    No saldría de casa de no ser por lo de la librería café que abriría dentro de una semana. Pensando en su sueño hecho realidad, se animó un poco, y más o menos satisfecha con su apariencia, más o menos saludable, se embutió en unos vaqueros, un jersey y botas. Recogió su rebelde melena en una coleta luchando con los cuernos que dejaban su desordenado cabello y dejó una nota a la vista para recordarse hacer la colada. Debía de pasar página y lo hacía, a pasos de tortuga. Decidió ir andando ya que la librería estaba a diez minutos a pie, y necesitaba despejarse.

 

   Una vez en el centro del pueblo, Laura daba instrucciones a voz de grito por culpa del ruido de las maquinas, de los martillazos y vozarrones de los hombres. Las estanterías las quería en forma de letras, la pared de la novela romántica la quería de color rosa y azul, lo de la literatura clásica en el rincón junto a ella, los sofás a la entrada del otro salón que sería club de lectura. Allí pondría la mesita de café, la cafetera, los tés y pasteles. Luego necesitaba las estanterías de piedra maciza en la que pondría figuritas y algunas antigüedades que representarían leyendas y mitos. Eso era cosa de su hermana y socia. Llevaba dos horas intentando mantener la calma pero al final perdió todo rastro de cordura. Esos neandertales la trataban como a una fregona y discutían todas sus decisiones.

—Pondrás esa estantería allí y como yo lo diga —dijo entre dientes al Guaperas que se creía descendiente de Adonis y que pensaba impresionarla con sus músculos y sonrisa de Kent —si eres capaz, si no, contrataré a otro que tenga neuronas además de musculito y pito por cerebro.

 Tenía más cosas que decir pero la interrumpió su teléfono móvil.

— ¡Lucia, hace una hora que deberías estar aquí, tú y tu culo!

Los ojos se le agrandaron, palideció, y se vio sostenida por el carpintero al que acababa de regañar.

    Colgó y se quedó mirando el teléfono con los ojos empañados. Un nudo del tamaño de un puño se le colocó en el estómago impidiéndole respirar. 

   —No puede ser —murmuró —no puede ser…

— ¿Esta bien señorita?

—No… si… necesito sentarme.

— ¡Laura!

—Llegas tarde —dijo en un susurro mientras se dejaba llevar hacia la cafetería que había al lado. Se sentó apoyada por el carpintero y Lucia, y se cogió la cabeza entre las manos.

—Está libre… —su voz tembló cuando su hermana le pidió al camarero dos cafés y dos vasos de agua —ha salido esta mañana.

—Ya puedes volver al trabajo, yo me quedo con ella —dijo Lucia a Marco con un guiño.

— ¿Seguro?

Al quedarse solas, Lucia envolvió a su hermana en un fuerte abrazo.

—No volverá a acercarse a ti, Raúl se ocupará de eso.

—No quiero una niñera veinticuatro horas —dijo Laura sintiendo que le explotaba la cabeza —no lo entiendo. Debería pudrirse allí otros cinco años.

—Las influencias de esos mafiosos, pero tu tranquila. No dejaremos que se acerque a ti, Raúl dijo…

—Que me pondrá vigilancia veinticuatro horas pero esa no es vida. Será lo mismo Lucia, solo que esta vez me cuidaran de él y entonces se suponía que me protegía él del mundo.

—Dicen que salió directamente para Alemania, así que tranquilízate.

—Claro que me tranquilizare. No viviré con miedo, ya no. se defenderme y te juro que pondré en práctica todo lo que he aprendido durante estos años. Más le vale no acercarse.

   Dos horas después, Laura estaba en su casa acurrucada en el sofá. Lucia, se había quedado ultimar detalles y para coquetear con Adonis. Mientras comían, intentaron evadir lo de la rata que salió libre cinco años antes de lo previsto y hablaron de banalidades. Como el espejo que estaba encima de la mesa. Un espejito raro, casi opaco, en forma de lágrima, con el marco de plata y oro y con unos extraños e intrigantes dibujos por toda su superficie. Según las investigaciones de su hermana, perteneció a una hechicera llamada Helena. Con la leyenda fresca en su mente, y deseando dejar de darle vueltas al asunto de esa asquerosa rata y a sus sueños extraños, Laura se incorporó, puso a sus dos hermanos favoritos de fondo para deleitar la vista y con una copa de vino delante y los cigarrillos, cogió el portátil y comenzó a imaginar al guerrero. Escribió sin parar creando su mundo primero. Llevaba más de dos horas escribiendo, cuando la batería de su portátil amenazó con ponerse a dormir por falta de energía.

Guardó el documento, hizo una copia de seguridad e intentó levantarse en busca del teléfono móvil que había dejado tirado con el bolso, en el suelo del recibidor. Se tambaleó un poco y soltó una risita histérica. Llevaba media botella de vino a bordo y seis o siete cigarrillos. A ese ritmo jamás dejaría de fumar. Decidió meterse bajo la ducha e intentar dormir ya que si Lucia la pillaba despierta le volvería a comer el coco con maldiciones y brujerías.

   Envuelta con la bata de la depresión, se sentó en el sofá y se quedó mirando el espejito un largo rato. Y si…, no, era una locura. Eso no encerraba ningún dios griego en su interior. Eso sí, se quitaría a la pesada de su hermana y sus investigaciones de encima. Lo que ella necesitaba era un loquero, no brujerías. Cogió el espejito en la mano y se lo quedó mirando un rato. ¿Cómo se suponía que funcionaba eso? Debería haber prestado atención a la pesada de Lucia. Los dibujos le sonaban símbolos celtas. Esa forma ovalada más estrecha abajo, le daba forma de lágrima. Lo raro era el cristal que parecía empañado. Lo examinó detenidamente y bajo su mirada perpleja, vio que el cristal comenzaba a desempañarse. Contempló su rostro distorsionado al principio y nítido poco a poco. Y cuando el espejo lanzó un fuerte resplandor y se esfumó de su mano, lanzó un fuerte alarido.

   Escuchó un fuerte estruendo y se cubrió el rostro con las manos por la fuerte explosión de luz que la estaba cegando. Fue un instante y a continuación un silencio sepulcral en el que solo se escuchaba los latidos de su desbocado corazón. Y una respiración fuerte que no era la suya. Temblando, Laura se destapó el rostro y abrió los ojos con brusquedad. Y chilló hasta quedarse sin aire en los pulmones.

 

   Tristán no daba crédito a su suerte. El olor a libertad, sus muñecas y tobillos libres de las cadenas, y aquella estancia que no era la cueva… deseaba pellizcarse para asegurarse de que no era un sueño, pero no era necesario. Los alaridos de la muchacha eran proba suficiente ya que le dañaba los oídos. Se movió un poco para desagarrotar los músculos dormidos y sintió el crujir de cada hueso que tenía en el cuerpo. El dolor era lacerante al moverse, le dolían hasta los pelos que tenía en el cuerpo y aquello le agradaba. Lo que le hacía desear volver a la cueva eran los incesantes alaridos de la salvaje que se hallaba sentada en un diván.

martes, 21 de febrero de 2017


TRISTAN

                                                                         CAPITULO I

 

  

 

     Tristán estaba observando las estrellas por la ventana de su alcoba., disfrutaba de la vista que le ofrecía la torre de su fortaleza. Había librado muchas batallas fuera de esos muros y, en estos tiempos de paz,  anhelaba empuñar una espada. Pero, en compensación, disfrutaba de otros placeres, los que las mozas le ofrecían. Pronto, se desposaría con una muchacha del pueblo vecino, forjando grandes vínculos y para el bienestar de su gente. Forjaría un gran vínculo con el pueblo vecino y cumpliría, con ello, los deseos de sus padres. Mientras tanto disfrutaría, pues era un hombre que necesitaba consumir sus energías de alguna manera en falta de guerra. Sabía que no encontraría el amor verdadero, el destino lo había privado de tal dicha. Su pueblo necesitaba herederos así que él se los ofrecería. Sonrió viendo cómo se removía la moza de cabellos azufre en su cama. Era una mujer apasionada y de belleza poco común en sus tierras, pero no podía desposarla aunque quisiera. Sus padres habían concertado su matrimonio con otra muchacha y el cumpliría. Era la última noche que  disfrutaba de sus encantos, pues al amanecer llegaría su prometida. Se acercó a la cama y pasó los dedos por la espalda de la joven cuyo nombre desconocía. Ella se volvió hacia él, enredándolo con una mirada azul cielo y dibujó en sus labios una sonrisa seductora.

Tristán, hace friodijo con una voz que prometía el paraíso, ven  y dame tu calor.

 Muchacha, tienes que irte,gruñó Tristán, con la vista nublada de pasión.  Esta moza era insaciable, pero el tiempo apremiaba. Tenía que recibir a su prometida, sus noches de loco frenesí  habían acabado.

  ¿Me estas echando? preguntó la joven, incrédula.

 Mi prometida está por al llegar muchacha, contestó Tristán con tristeza. Se alejó de aquel lecho donde yacía la bella joven aviada tan solo con lo que la naturaleza la había bendecido. ¿Qué tiene ella que no tenga yo? preguntó la muchacha fulminándolo con la mirada.

<<Por las barbas de Odín, muchacha, si no la conozco siquiera>>, pensó amargado.

Es hora de que te vayas,ordenó usando su tono autoritario. No vio cuando como los ojos azul cielo resplandecieron, no vio el anillo que la moza llevaba en sus manos y no vio el cuchillo que hirió su torso. Tristán, sintió un dolor agudo y se sumió en la oscuridad. Elena cogió una gota de sangre y la mezclo con sus lágrimas, le echó una última mirada y besó aquellos labios que conquistaron su alma con besos ardientes y promesas silenciosas.

Vivirás toda la eternidad sumido en la oscuridad, cada dueña de este cristal, usara tus encantos  a su antojo y con cada beso, con cada caricia recordaras él daño que me hiciste al usarme.  No podrás ser lo que una vez has sido hasta que no derritas el hielo del corazón de una muchacha herida. Tendrás que recomponer los pedazos rotos de una joven a la que destrozaron.  Serás sangre y lágrimas todo en un espejo, esclavo de todos los deseos y obedecerás a toda mujer cuyo rostro se refleje en ti. Elena sonrió con malicia y con un gesto de la mano hizo que una niebla azul envolviera el cuerpo de Tristán para llevárselo en el interior del cristal plateado. <<Cuanto me queda de vida, serás mío >>, pensó y se desvaneció. Era una bruja muy poderosa, pero no podía concederse la inmortalidad a sí misma. Nunca había querido hacerle daño, había albergado esperanzas de que él le ofreciese su amor algún día. Pero ya no. Ahora lo tenía para ella.

      Quinientos años después, Tristán, seguía sumido en la oscuridad, tal y como ella le había marcado el destino. Mientras estuvo en su poder, Elena, se había encargado de transformar cada minuto de su vida en un infierno. Le había maltratado tanto  el cuerpo, como  la mente  y el espíritu, y se preguntaba cómo es que aún seguía cuerdo. Ochenta años había sido su esclavo hasta que el Thanatos se la llevó en a su reino.  Su cobijo era una cueva oscura de paredes de piedra gris, fría y húmeda donde sus únicos acompañantes eran las ratas y algunos bichos creados por Elena para atormentarlo.  Recordó la última vez que lo invocaron, hacia unos trescientos años, su dueña era una reina ávida de poder que le había ordenado emparedar  a su esposo  en una mazmorra  para quedarse con el trono. Desde la muerte de la reina nadie más lo había invocado. A pesar de su maldición anhelaba sentir la luz del sol sobre su rostro. ¿En manos de quién estaría el cristal maldito? 
 

Adryana.

 

 

jueves, 9 de febrero de 2017


Reencuentro inesperado

Lady Emma se retorcía las manos con impaciencia. ¿Por qué tardaba tanto? Su futuro dependería de ello. Necesitaba un marido antes de que su padre escogiera un conde con cuatro dientes podridos y carnes colgando.  Quería conocer al caballero enviado por su querida amiga. Un conde desheredado por desobediencia y rebeldía para con sus padres. Ella también era rebelde, pero  no podría escaparse de un matrimonio concertado. Así, decidió casarse con un hombre elegido por ella siempre y cuando  el, respetaría sus condiciones. El recibiría su más que significativa dote y un nombre respetable para la corte, en cambio ella no tendría que casarse con algún viejito baboso con barbas teñidas de blanco. Al menos que sea presentable  pensó con tristeza, ya que no albergaba esperanzas de volver a ver al único hombre que conquistó su corazón.  El mejor amigo de su hermano se estaba desposando con la hija de un gran noble de Londres. Julián nunca respondió a su amor. Después de robarle un beso, su primer y último beso, se marchó sin despedirse. Cuatro años después, Emma seguía saboreado sus labios y sabía que su corazón le pertenecía para siempre. Oyó unos pasos aproximándose y se volvió lentamente.  Agrandó mucho los ojos cuando se topó con un hombre de alta estatura, ataviado de negro y con una mortífera espada colgando de su cintura. Su perfil era majestuoso y… familiar.  Rasgos esculpidos, pómulos altos, cubiertos por una piel dorada, ojos  azules como el cielo de verano y el cabello besado por el sol. Demasiado parecido con… La sangre se enfrió en sus venas y sintió que la tierra se fundía bajo sus pies. ¿Era posible? Los recuerdos se agolpaban en su mente mareándola. Abrió los ojos con sorpresa y horror cuando él se acercó a ella.

 — ¿Tu? —balbuceó Emma con un hilo de voz.

—Han pasado muchos años pequeña,  eres… toda una mujer —dijo Julián penetrándola con la mirada.

— ¿Cómo te atreves? —Chilló Emma temblando —aparecer como si nada para desaparecer después. Te marchaste Julián, sin despedirte.

—Tenía que hacerlo Emma, te lo explicare. —Dijo Julián con tono suave —no quería lastimarte.

—Pero lo hiciste. ¿Por qué estás aquí? Víctor esta en Londres —preguntó con tono burlón.

—Estoy aquí por ti —contestó con cautela— .Lady Margaret me hizo saber que necesitas un esposo.

—Tú no puedes ser mi esposo, vas a desposar a lady Elizabeth.

—Tuve que deshacer aquel matrimonio Emma. La única mujer que he amado y amare siempre eres tú. Mi familia me ha renegado pero no me arrepiento.

—Te marchaste Julián, sin despedirte —Emma se esforzó para dominar su temblor sin éxito.  

—Lo sé, pero me asustaba lo que sentía. Eras la hermana de mi mejor amigo y mi familia había hecho un pacto. En aquel momento pensó que era lo mejor. Julián se acercó a ella pegándose a su cuerpo. Cuando sus labios se encontraron el terremoto se desató bajo sus pies. El primer beso quedo en una experiencia mística, ahora prometía paraíso y música celestial. El corazón de Emma surcó los cielos viendo  sus sueños hechos realidad. Pero ¿podía confiar en él? Lo pensaría después, ahora quería guardar aquel momento en su memoria para siempre.
Pesadilla.




-No, no le haga daño a mi hermana,- suplicó Laura llorando.

-¿Quieres ser tú la primera? –preguntó el monstruo desde las sombras.

Los ojos rojos del monstruo se clavaron en ella enseñando los dientes amarillos. Y Ana gritó. Un grito desgarrador que le llegó al alma. La llamó a ella, a Laura, pero no se podía mover, no podía ayudar a su hermana, la vio caer bajo el peso de la sombra que saltó sobre ella.

-Laura, despierta cariño, es una pesadilla.

-No, déjala, no le hagas daño.

Oyó una voz suave que la llamaba y abrió los ojos. Su madre estaba a su lado y la mecía en sus brazos. Estaban a salvo. No, solo ella estaba a salvo. Su hermana estaba muerta.


-No lo puedo creer,-dijo Patricia limpiándose las lágrimas,- mi niña se casa.

-Mamá, no llores que vas a estropear el maquillaje, -contestó Laura abrazando a su madre.

-Tienes razón, hoy es el día más feliz de tu vida,- Patricia se limpió las lagrimas y se volvió hacia el espejo para retocase el  maquillaje. -Tu hermana estará bailando con los ángeles, oh Laura lo siento, no debería haber dicho esto, -exclamó cuando vio a su hija palidecer.

-Está bien mamy, no pasa nada.

Laura seguía reviviendo el secuestro y el asesinato de Ana cada noche en los últimos catorce  años. Había pasado rodeada de psicólogos, casi toda su vida y ahora unía su vida a uno de ellos. Nunca habían encontrado al asesino cuyo rostro ella no podía recordar.

Empezó a temblar y se preguntó si en realidad se casaba por amor o por la necesidad de sentirse segura. No lo sabía. Ella era una psicóloga de gran éxito pero no se podía ayudar a sí misma. De repente todo le parecía una locura, ella siempre había buscado seguridad pero nunca amor. Se quitó la bata azul de seda y se puso un vestido verde y unas sandalias. Se recogió el pelo en un moño y cruzó su mirada con su perpleja madre.

-Mama, saldré a pasear un rato, ya sé que es tarde pero lo necesito.

Patricia hizo un gesto de complicidad y con un suspiro se dejo caer en el sofá.


Laura estaba tomando un café en una terraza de la Riera, en  Arenys de Mar. Estuvo a punto de casarse con su mejor amigo,  Raúl,  el no  la perdonó  por abandonarlo el día de su boda pero, había sido lo mejor para los dos. Tres años atrás había dejado el trabajo en Londres y se mudó con su madre en un pueblo precioso de Barcelona. Ahora era psicóloga de niños con problemas de comportamiento y le iba muy bien, tenia nuevos amigos y a su madre le hacía muy bien vivir al lado del mar. Tomaba el café a sorbos pequeños mientras observaba fascinada la calma del mar más azul que nunca. Las gaviotas que volaban en círculos alrededor de los barcos  pesqueros esperaban los peces que los pescadores devolvían al mar. No vio al hombre que se acercó a ella observándola con una sonrisa de admiración.

-Un día precioso, -dijo tomando asiento a su lado.

Laura se volvió hacia la voz, con un sobresalto.

-Eh, si, así es,-contestó molesta por su descaro de sentarse sin pedir permiso.

-Estoy esperando a alguien, -dijo Laura levantando la vista y entonces lo vio. Se quedo inmóvil incapaz de encontrar su voz. Aquellos ojos, aquella voz, los dientes amarillos, dios, no podía gritar quería levantarse  y correr pero su cerebro se negaba hacerle caso. Vio el diminuto rostro de Ana, la oyó gritar y se sumió en la oscuridad.


-Mama, era él, estoy segura. Viene a por mí, -murmuró Laura consternada, mientras salían del hospital. Nadie la creía y ella sabía lo que había visto.- Mama, estoy segura que nos ha seguido todos estos años.

-Laura, han pasado diecisiete años, ¿Cómo ibas a recordarle?, hija mía, tienes que pasar página, no puedes seguir así, -Patricia cogió el rostro de su hija entre sus manos, -yo aun creo que ha sido culpa mía, no tenía que haberos dejado  solas en el coche aquel día. Pero, lo he hecho, y ahora solo me queda una hija, no te perderé a ti también.

-Mama, ¿por qué no me ha matado a mí también?  Llamó y dijo donde estábamos, ¿Por qué no me mató?

No vieron al hombre con bata azul que estaba detrás de ellas escuchándolas.

Muy pronto lo sabrás pequeña, tu hermana se siente muy sola.

miércoles, 8 de febrero de 2017


Hoy por fin visitaré el castillo. Desde muy pequeña me fascinaba este personaje. Claro que lo veía a escondidas pues si mi madre me pillaba me daba un buen tirón de orejas, diciéndome que aquellas  películas eran muy duras para una niña de siete años. Vlad Tepes goza de una gran popularidad en nuestra época debido a los métodos poco ortodoxos de castigar a sus enemigos. Pero la verdad es que si existiera hoy no estaríamos rodeados de tantos chorizos, ¿no os parece? Sobre todo por lo que se dice… odiaba a los ladrones.

Para mí el príncipe era un justiciero que defendía su país, castigaba a los ladrones, bueno…  también dicen que mataba niños y mujeres, ¿Será verdad? Me gustaría pensar lo contrario y seguir viéndole como un héroe que hizo todo lo que estaba en su mano para defender el país de los que luchaban para conquistarlo. Estoy en la mazmorra en la  que estuvo encarcelado. Un escalofrió recorrió mi cuerpo al notar que no estaba sola.

— ¡Alteza!

— ¡Quita mendigo! No se le puede molestar—gruñó el guardia.

— ¡Tenemos que hablarle! ¡Nos robaron otra vez! —Gritó el comerciante.

Otras voces alborotadas cubrieron la voz de las guardias.

— ¿Qué es todo esto? —Preguntó el príncipe desde el balcón con una voz calma como el mar antes de la tormenta. — ¿Quién se atreve a disturbar mi banquete?

Un silencio sepulcral se apodero del patio de castillo bajo el cejo fruncido de Vlad. Su aparecía fría inspiraba cierto espanto entre sus súbditos.

— ¡Habla campesino! —tronó.

—N… nos… nos robaron Alteza—balbuceó el hombre bajo la mirada gris del príncipe.

— ¡Traedlo a la sala del trono! —ordenó.

Las guardias cogieron al tembloroso campesino y lo llevaron en la sala de los juicios. Vlad les estaba esperando jugando con una cabeza recién cortada.

— ¿Qué es lo que te han robado? —preguntó al infeliz arrodillado a sus pies.

—T… tres… tres cerdos y una bolsa de oro ma… majestad—respondió el campesino sin levantar la mirada.

—Te llamaré, puedes marcharte. —Vlad acariciaba sus barbas pensativo.

—Sí, Alteza. —salió asustado y agradecido de seguir con la cabeza pegada al cuello.

—Organizad un banquete para todos los ladrones, dadles pan, carne, y vino en abundancia. —Se volvió hacia su escudero— ¡moveos!

—Si Majestad, los gitanos esperan su clemencia. Han decidido alistarse a nuestras tropas.

—Bien, bien. Mehmet  ll ha vuelto a Turquía pero volverá, que el ejercito este preparado.

Horas después el patio estaba repleto de repugnantes ladrones.

— ¡Devolvedme todo lo que habéis robado y me apiadare de vosotros! He organizado un banquete para aquel que desea cambiar, —dijo observándoles atentamente.

—Majestad, —se arrodilló uno de ellos dejando caer una bolsita llena de oro. Le siguieron los demás y Vlad les invito en una pequeña casita para disfrutar de la comida y el vino.

—De hoy en adelante podéis tener esto cada día de vuestras vidas, ¿os complace?

— ¡Sí!—contestaron.

Vlad salió seguido de sus guardias riendo. Que así sea, pensó.

— ¡Cerrad bien las puertas y quemadlos! Y, traedme al comerciante.

Se dirigió al castillo sin oír los gritos desesperados de los ladrones que se quemaban vivos.

—Alteza, el comerciante está esperando.

— ¡Traedlo!

—Majestad, a sus órdenes.

Vlad observó al hombre arrodillado delante de él.

—Cuenta las monedas y dime si te falta algo.

Con manos temblorosas el comerciante contó las monedas y levantó la mirada.

—Sss… sobra… sobra una moneda. —balbuceó.

—Llévatelas y sigue tu camino—dijo el príncipe complacido. —Si hubieras osado engañarme hubieras seguido el destino de los ladrones.

¡Mierda! Sigo aquí, debo de haberme quedado dormida, ¿me he desmayado? Todo parecía tan real… ¿lo fue? ¡Claro que no! Tengo que salir de aquí, esto afecta mi cerebro. ¿Qué demonios ha pasado? Estaba allí, con ellos. ¡Qué estupidez! Eso es imposible. Sentí el olor a carne quemada, los gritos, ¿en serio ha quemado más de trescientas personas? Y esos cadáveres en la sala de trono, ¡que sueño extraño! ¿Y esta moneda? ¡Joder! ¡Es de oro! ¿Donde está la salida? No estoy sola. Siento su aliento en mi cuello, dejare de ver películas de terror, ¡lo juro!

Rendida
(Relato selectionado y publicado 152 rosas blancas)

 Lady Victoria se hallaba oculta en los jardines, lejos de las miradas de los invitados a su boda. Había llegado el día anterior al castillo de su ahora esposo. Un hombre poderoso que la exigió como recompensa para proteger las tierras de sus padres. Una recompensa. Pensó con tristeza.  Reconoció a regañadientes que el castillo estaba amueblado con un gusto exquisito  y los jardines debidamente cuidados. Cerró los ojos y se dejo llevar por el aroma de exóticas plantas y hermosas rosas. Aquello le recordaba a su hogar y a sus sueños de enamorarse algún día. Soñaba con un príncipe romántico y cariñoso, que le regalaría poemas y furtivas miradas bajo las estrellas. Todas sus esperanzas de casarse por amor se desvanecieron cuando Julián decidió tenerla por esposa.

—Os estaba buscando —dijo una voz peligrosamente  masculina.

Girándose para mirarle Victoria reprimió un jadeo. Más alto que la mayoría de los hombres, con el pelo negro como el pecado, su esposo era el hombre más hermoso que había visto jamás. Sus ojos grises como el hielo los tenía clavados en ella, y sus labios carnosos dibujaban una sonrisa. Su belleza era tal que paraba el corazón de cualquier muchacha y su maldad y destreza en la lucha era legendaria. Victoria se mojó los labios y sintió un extraño hormigueo en el estomago cuando él se acercó a ella. Al menos no era lo que ella esperaba, un viejo baboso con cuatro dientes podridos. Ni mucho menos.

—Está usted cansada, lo comprendo, os llevare a nuestras habitaciones.

— ¿Tan… temprano? ¡Pero si no se han marchado los invitados! —un miedo irracional se apoderó de ella. ¿Nuestras habitaciones? ¿Acaso pretendía consumir el matrimonio?

El sonrió y en su barbilla se formaron dos admirables hoyos. ¿Admirables? ¿Acaso se estaba volviendo loca? ¿Y porque balbuceaba y temblaba en su presencia? Ella debería sentir repulsión por el hombre que la desposó como pago por la protección que brindaría para con su gente.

—Descansaréis y yo os disculparé con nuestros invitados —me reuniré con vos al atardecer —su voz ronca la hizo flaquear.

¿Tendrá un trato con el demonio? De no ser así ¿por qué ejercitaba tal poder sobre ella?

—Os lo agradezco, sabré encontrar mis habitaciones —espetó ella con toda la frialdad que pudo reunir.

—Insisto acompañarla, debemos hablar —la cogió de brazo y un escalofrió recorrió el cuerpo de Victoria al sentir su tacto.

Ella asintió incapaz de hablar. Sentía la lengua pastosa.

—Se que os disgusta haberse desposado conmigo —empezó Julián mientras subían las escaleras —intentare que vuestra estancia en mi castillo sea de lo más agradable. Llegaron a sus aposentos y al penetrar en la estancia Julián la cogió por la cintura y poseyó sus labios con fuerza. Victoria se resistió y forcejeó un instante hasta que sintió el temblor bajo sus pies. Julián la soltó con brusquedad y se dirigió hacia la puerta.

Victoria sin saber muy bien cuando perdió la cordura, se acercó a su esposo y se agarró a su cuello. El beso se tornó suave y su mirada se nubló. Rendida reconoció que desde cuando vio a Julián por vez primera, conquistó su corazón.

 

 

                                                                                                                                                                                             Adryana

Matrimonio indeseado
(Relato selectionado y publicado 152 rosas blancas)

    Su joven esposa estaba medio oculta entre las sombras, de espaldas contemplando las estrellas. Ella se volvió hacia el ofreciéndole mejor ángulo para observarla. ¡Por la cruz de Cristo! La muchacha poseía una belleza por la que las hadas hubieran  vendido su alma al diablo.  Parpadeó  y se sorprendió trazando con la mirada las formas perfectas de su cuerpo cubierto por un fino y delgado camisón, que dejaba muy poco a la imaginación. Sus ojos azules como el cielo del verano lo miraban con desafío y algo más, y sus labios entreabiertos parecían exigir sus besos.  El color de sus cabellos rivalizaba con las llamas que crepitaban en la chimenea. La deseaba con locura y aquello estaba mal.

—Al fin os dignasteis honrarme con vuestra presencia —le espetó la joven con frialdad.

—Estoy aquí para cerciorarme de vuestras comodidades —respondió Vlad, ciertamente, su esposa tenia la lengua muy afilada.

—Cumplen mis expectativas en cierto modo —respondió ella dándole las espaldas.

—Ordenare que os suba algo de comer —Vlad se removió intranquilo. ¡Que lo parta un rayo, pero la moza le estaba desafiando descaradamente!

— ¿Me dejareis cenar sola, otra vez?  

¿Por qué sentía la sangre hirviendo con tan solo contemplarla? Aquel matrimonio era una alianza con el enemigo, Valaquia y Transilvania sellaron la paz debido a aquella unión, un mal necesario, sin embargo se sorprendió barriéndola con la mirada, bebiendo de la visión como una recompensa libremente exhibida, pulgada a pulgada. Su esposa se paseaba por las habitaciones contoneando las caderas con la gracia de un pavo real.

—Suponía que es lo que preferiríais —respondió perplejo.

—En realidad espero saber porque no estoy de vuestro agrado —Anna se detuvo de su paseo y Vlad se preguntó si lo que sintió en su voz era timidez. — En dos meses de matrimonio casi percibo su sombra.

—Debería estar agradecida, ¿No han llegado a vuestros oídos mis terroríficas hazañas?

—Bobadas —dijo ella mirándole a los ojos —los trovadores alaban vuestras victorias, las mujeres vuestra valentía y belleza. Debo reconocer que me ha sorprendido usted gratamente.

Vlad arqueó las cejas y se maldijo en voz baja.  El no quería  desearla, se había mantenido alejado de ella, pero su mente quedaba en blanco en su presencia. Incapaz de resistirse Vlad deslizó sus dedos hacia su cuello enmarcándole el rostro con las manos sujetándola. El beso hizo temblar los cimientos y supo que la providencia le había bendecido, derritiendo el hielo de su alma. La sintió tensa entre sus brazos y la atrajo hacia el pegándola contra su cuerpo. Con una mano acarició su espalda y la muchacha gimió suavemente. Sintió el fuego del deseo quemándole las entrañas y se detuvo un instante, contemplándola.  Anna era una esposa a su medida, una mujer valiente, que desposó por obligación para con su reino y resultó ser la salvación de su alma.

— ¿No ordenará que nos suban la cena? —preguntó Ana con la respiración entrecortada.

—Después, mi hermosa dama—Vlad la levantó en sus brazos y la tendió en el lecho maravillado —Debo recuperar lo que he perdido.

Anna le empujó con suavidad y su sonrisa iluminó la estancia.

—Empezaremos con la cena ¿os parece?

 

                                               Adryana