Hoy por fin
visitaré el castillo. Desde muy pequeña me fascinaba este personaje. Claro que
lo veía a escondidas pues si mi madre me pillaba me daba un buen tirón de
orejas, diciéndome que aquellas películas eran muy duras para una niña de
siete años. Vlad Tepes goza de una gran popularidad en nuestra época debido
a los métodos poco ortodoxos de castigar a sus enemigos. Pero la verdad es
que si existiera hoy no estaríamos rodeados de tantos chorizos, ¿no os parece?
Sobre todo por lo que se dice… odiaba a los ladrones.
Para mí
el príncipe era un justiciero que defendía su país, castigaba a los
ladrones, bueno… también dicen que mataba niños y mujeres, ¿Será verdad?
Me gustaría pensar lo contrario y seguir viéndole como un héroe que hizo todo
lo que estaba en su mano para defender el país de los que luchaban para
conquistarlo. Estoy en la mazmorra en la que estuvo encarcelado. Un
escalofrió recorrió mi cuerpo al notar que no estaba sola.
— ¡Alteza!
— ¡Quita
mendigo! No se le puede molestar—gruñó el guardia.
— ¡Tenemos
que hablarle! ¡Nos robaron otra vez! —Gritó el comerciante.
Otras voces
alborotadas cubrieron la voz de las guardias.
— ¿Qué es
todo esto? —Preguntó el príncipe desde el balcón con una voz calma como el mar
antes de la tormenta. — ¿Quién se atreve a disturbar mi banquete?
Un silencio
sepulcral se apodero del patio de castillo bajo el cejo fruncido de Vlad. Su
aparecía fría inspiraba cierto espanto entre sus súbditos.
— ¡Habla
campesino! —tronó.
—N… nos… nos
robaron Alteza—balbuceó el hombre bajo la mirada gris del príncipe.
— ¡Traedlo a
la sala del trono! —ordenó.
Las guardias
cogieron al tembloroso campesino y lo llevaron en la sala de los juicios. Vlad
les estaba esperando jugando con una cabeza recién cortada.
— ¿Qué es lo
que te han robado? —preguntó al infeliz arrodillado a sus pies.
—T… tres…
tres cerdos y una bolsa de oro ma… majestad—respondió el campesino sin levantar
la mirada.
—Te llamaré,
puedes marcharte. —Vlad acariciaba sus barbas pensativo.
—Sí, Alteza.
—salió asustado y agradecido de seguir con la cabeza pegada al cuello.
—Organizad
un banquete para todos los ladrones, dadles pan, carne, y vino en abundancia.
—Se volvió hacia su escudero— ¡moveos!
—Si
Majestad, los gitanos esperan su clemencia. Han decidido alistarse a nuestras tropas.
—Bien, bien.
Mehmet ll ha vuelto a Turquía pero volverá, que el ejercito este
preparado.
Horas
después el patio estaba repleto de repugnantes ladrones.
—
¡Devolvedme todo lo que habéis robado y me apiadare de vosotros! He organizado
un banquete para aquel que desea cambiar, —dijo observándoles atentamente.
—Majestad,
—se arrodilló uno de ellos dejando caer una bolsita llena de oro. Le siguieron
los demás y Vlad les invito en una pequeña casita para disfrutar de la comida y
el vino.
—De hoy en
adelante podéis tener esto cada día de vuestras vidas, ¿os complace?
—
¡Sí!—contestaron.
Vlad salió
seguido de sus guardias riendo. Que así sea, pensó.
— ¡Cerrad
bien las puertas y quemadlos! Y, traedme al comerciante.
Se dirigió
al castillo sin oír los gritos desesperados de los ladrones que se quemaban
vivos.
—Alteza, el
comerciante está esperando.
— ¡Traedlo!
—Majestad, a
sus órdenes.
Vlad observó
al hombre arrodillado delante de él.
—Cuenta las
monedas y dime si te falta algo.
Con manos
temblorosas el comerciante contó las monedas y levantó la mirada.
—Sss… sobra…
sobra una moneda. —balbuceó.
—Llévatelas
y sigue tu camino—dijo el príncipe complacido. —Si hubieras osado engañarme
hubieras seguido el destino de los ladrones.
¡Mierda!
Sigo aquí, debo de haberme quedado dormida, ¿me he desmayado? Todo parecía tan
real… ¿lo fue? ¡Claro que no! Tengo que salir de aquí, esto afecta mi cerebro.
¿Qué demonios ha pasado? Estaba allí, con ellos. ¡Qué estupidez! Eso es
imposible. Sentí el olor a carne quemada, los gritos, ¿en serio ha quemado más
de trescientas personas? Y esos cadáveres en la sala de trono, ¡que sueño
extraño! ¿Y esta moneda? ¡Joder! ¡Es de oro! ¿Donde está la salida? No estoy
sola. Siento su aliento en mi cuello, dejare de ver películas de terror, ¡lo
juro!
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