el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

martes, 28 de febrero de 2017


                                                             Tristan II
 Los primeros rayos de sol traspasaron las cortinas posándose en sus ojos, cegándola. Era la tercera noche en la que Morfeo le negaba la entrada a su reino. Lo habré cabreado con algo pensó Laura enfurruñada. A ese paso, el elixir de los dioses dejaría de hacerle efecto. Podría quedarse en la cama hasta las tantas pero no era su estilo, además no tenía a nadie que le sirviera el desayuno a la cama. Tampoco sería un desayuno de verdad, tan solo café y café. Se desperezó diciéndose que también podría levantarse, prepararse el café, una jarra, y volver a la cama. Pero eso no era divertido, así que se incorporó y jadeó por el fuerte dolor muscular. Tal parecía que su imaginación era tan desbordante, que la vivía en carne propia. Sueños que no eran sueños, en los que practicaba ese deporte sudoroso con clímax de recompensa con un tío bueno sin rostro. Menos mal. Cogió la bata de la depresión, rosa con ositos color mierda, se envolvió con ella y arrastrando los pies se encaminó a la cocina para preparar café. Litros ya que para despejarse los necesitaba.  Con la segunda taza de café en la mano, se encaminó hacia el cuarto de baño.  Dejó la taza en la mesita de libros y revistas y soltó un jadeo al ver su reflejo. ¡Tenia moretones por todo el cuello! eso ya era de ciencia ficción pensó horrorizada. Con cada marca que examinaba, sentía nauseas. El dolor muscular no lo podía explicar pero eso ya era demasiado. Se lavó el rostro con agua fría, cogió la taza de café y se dirigió a la sala de estar, paseándose cual león enjaulado. Eso no era normal, nada normal. A lo mejor su pesada hermana tenía razón y todo eso era por falta del deporte sudoroso con clímax como premio… Y todo eso desde hace tres días cuando se encontró en la puerta de su casa con aquella anciana. Su hermana, sostenía que la mujer era el espíritu de una hechicera, cuya hermana lanzó un hechizo sobre un guerrero, que se llamaba Helena y que buscaba a una doncella pura para liberar al que estaba cautivo. La escritora era ella no Lucia, pero su hermana podría dedicarse perfectamente a esa profesión ya que su desbordante imaginación traspasaba la de las más leídas escritoras. Llevaba meses viendo a la anciana de cabellos plateados y ojos azul zafiro deambulando frente a su casa, en ocasiones le llevaba comida y dinero. La mujer, se negaba rotundamente pasar la noche bajo un techo. Pero de allí a lo que su hermana se había inventado… lo que si era cierto, que desde el día que la invitó a un plato caliente en su casa hace tres días, esa mujer la había dejado nerviosa, desconcentrada, con pesadillas e incapaz de dormir. Además estaba el espejo que apareció en su casa de la nada, y sobre el que su hermana estaba investigando después de una discusión muy desagradable, con palabras que han salido y ya no se podían retirar. Ladeando la cabeza, Laura, encendió un cigarrillo, cogió un espejo y el maletín de maquillaje, y con su serie favorita de fondo, se dispuso a teñir y esculpir su ojeroso rostro. Y los chupetones.

    No saldría de casa de no ser por lo de la librería café que abriría dentro de una semana. Pensando en su sueño hecho realidad, se animó un poco, y más o menos satisfecha con su apariencia, más o menos saludable, se embutió en unos vaqueros, un jersey y botas. Recogió su rebelde melena en una coleta luchando con los cuernos que dejaban su desordenado cabello y dejó una nota a la vista para recordarse hacer la colada. Debía de pasar página y lo hacía, a pasos de tortuga. Decidió ir andando ya que la librería estaba a diez minutos a pie, y necesitaba despejarse.

 

   Una vez en el centro del pueblo, Laura daba instrucciones a voz de grito por culpa del ruido de las maquinas, de los martillazos y vozarrones de los hombres. Las estanterías las quería en forma de letras, la pared de la novela romántica la quería de color rosa y azul, lo de la literatura clásica en el rincón junto a ella, los sofás a la entrada del otro salón que sería club de lectura. Allí pondría la mesita de café, la cafetera, los tés y pasteles. Luego necesitaba las estanterías de piedra maciza en la que pondría figuritas y algunas antigüedades que representarían leyendas y mitos. Eso era cosa de su hermana y socia. Llevaba dos horas intentando mantener la calma pero al final perdió todo rastro de cordura. Esos neandertales la trataban como a una fregona y discutían todas sus decisiones.

—Pondrás esa estantería allí y como yo lo diga —dijo entre dientes al Guaperas que se creía descendiente de Adonis y que pensaba impresionarla con sus músculos y sonrisa de Kent —si eres capaz, si no, contrataré a otro que tenga neuronas además de musculito y pito por cerebro.

 Tenía más cosas que decir pero la interrumpió su teléfono móvil.

— ¡Lucia, hace una hora que deberías estar aquí, tú y tu culo!

Los ojos se le agrandaron, palideció, y se vio sostenida por el carpintero al que acababa de regañar.

    Colgó y se quedó mirando el teléfono con los ojos empañados. Un nudo del tamaño de un puño se le colocó en el estómago impidiéndole respirar. 

   —No puede ser —murmuró —no puede ser…

— ¿Esta bien señorita?

—No… si… necesito sentarme.

— ¡Laura!

—Llegas tarde —dijo en un susurro mientras se dejaba llevar hacia la cafetería que había al lado. Se sentó apoyada por el carpintero y Lucia, y se cogió la cabeza entre las manos.

—Está libre… —su voz tembló cuando su hermana le pidió al camarero dos cafés y dos vasos de agua —ha salido esta mañana.

—Ya puedes volver al trabajo, yo me quedo con ella —dijo Lucia a Marco con un guiño.

— ¿Seguro?

Al quedarse solas, Lucia envolvió a su hermana en un fuerte abrazo.

—No volverá a acercarse a ti, Raúl se ocupará de eso.

—No quiero una niñera veinticuatro horas —dijo Laura sintiendo que le explotaba la cabeza —no lo entiendo. Debería pudrirse allí otros cinco años.

—Las influencias de esos mafiosos, pero tu tranquila. No dejaremos que se acerque a ti, Raúl dijo…

—Que me pondrá vigilancia veinticuatro horas pero esa no es vida. Será lo mismo Lucia, solo que esta vez me cuidaran de él y entonces se suponía que me protegía él del mundo.

—Dicen que salió directamente para Alemania, así que tranquilízate.

—Claro que me tranquilizare. No viviré con miedo, ya no. se defenderme y te juro que pondré en práctica todo lo que he aprendido durante estos años. Más le vale no acercarse.

   Dos horas después, Laura estaba en su casa acurrucada en el sofá. Lucia, se había quedado ultimar detalles y para coquetear con Adonis. Mientras comían, intentaron evadir lo de la rata que salió libre cinco años antes de lo previsto y hablaron de banalidades. Como el espejo que estaba encima de la mesa. Un espejito raro, casi opaco, en forma de lágrima, con el marco de plata y oro y con unos extraños e intrigantes dibujos por toda su superficie. Según las investigaciones de su hermana, perteneció a una hechicera llamada Helena. Con la leyenda fresca en su mente, y deseando dejar de darle vueltas al asunto de esa asquerosa rata y a sus sueños extraños, Laura se incorporó, puso a sus dos hermanos favoritos de fondo para deleitar la vista y con una copa de vino delante y los cigarrillos, cogió el portátil y comenzó a imaginar al guerrero. Escribió sin parar creando su mundo primero. Llevaba más de dos horas escribiendo, cuando la batería de su portátil amenazó con ponerse a dormir por falta de energía.

Guardó el documento, hizo una copia de seguridad e intentó levantarse en busca del teléfono móvil que había dejado tirado con el bolso, en el suelo del recibidor. Se tambaleó un poco y soltó una risita histérica. Llevaba media botella de vino a bordo y seis o siete cigarrillos. A ese ritmo jamás dejaría de fumar. Decidió meterse bajo la ducha e intentar dormir ya que si Lucia la pillaba despierta le volvería a comer el coco con maldiciones y brujerías.

   Envuelta con la bata de la depresión, se sentó en el sofá y se quedó mirando el espejito un largo rato. Y si…, no, era una locura. Eso no encerraba ningún dios griego en su interior. Eso sí, se quitaría a la pesada de su hermana y sus investigaciones de encima. Lo que ella necesitaba era un loquero, no brujerías. Cogió el espejito en la mano y se lo quedó mirando un rato. ¿Cómo se suponía que funcionaba eso? Debería haber prestado atención a la pesada de Lucia. Los dibujos le sonaban símbolos celtas. Esa forma ovalada más estrecha abajo, le daba forma de lágrima. Lo raro era el cristal que parecía empañado. Lo examinó detenidamente y bajo su mirada perpleja, vio que el cristal comenzaba a desempañarse. Contempló su rostro distorsionado al principio y nítido poco a poco. Y cuando el espejo lanzó un fuerte resplandor y se esfumó de su mano, lanzó un fuerte alarido.

   Escuchó un fuerte estruendo y se cubrió el rostro con las manos por la fuerte explosión de luz que la estaba cegando. Fue un instante y a continuación un silencio sepulcral en el que solo se escuchaba los latidos de su desbocado corazón. Y una respiración fuerte que no era la suya. Temblando, Laura se destapó el rostro y abrió los ojos con brusquedad. Y chilló hasta quedarse sin aire en los pulmones.

 

   Tristán no daba crédito a su suerte. El olor a libertad, sus muñecas y tobillos libres de las cadenas, y aquella estancia que no era la cueva… deseaba pellizcarse para asegurarse de que no era un sueño, pero no era necesario. Los alaridos de la muchacha eran proba suficiente ya que le dañaba los oídos. Se movió un poco para desagarrotar los músculos dormidos y sintió el crujir de cada hueso que tenía en el cuerpo. El dolor era lacerante al moverse, le dolían hasta los pelos que tenía en el cuerpo y aquello le agradaba. Lo que le hacía desear volver a la cueva eran los incesantes alaridos de la salvaje que se hallaba sentada en un diván.

No hay comentarios:

Publicar un comentario