el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

martes, 21 de febrero de 2017


TRISTAN

                                                                         CAPITULO I

 

  

 

     Tristán estaba observando las estrellas por la ventana de su alcoba., disfrutaba de la vista que le ofrecía la torre de su fortaleza. Había librado muchas batallas fuera de esos muros y, en estos tiempos de paz,  anhelaba empuñar una espada. Pero, en compensación, disfrutaba de otros placeres, los que las mozas le ofrecían. Pronto, se desposaría con una muchacha del pueblo vecino, forjando grandes vínculos y para el bienestar de su gente. Forjaría un gran vínculo con el pueblo vecino y cumpliría, con ello, los deseos de sus padres. Mientras tanto disfrutaría, pues era un hombre que necesitaba consumir sus energías de alguna manera en falta de guerra. Sabía que no encontraría el amor verdadero, el destino lo había privado de tal dicha. Su pueblo necesitaba herederos así que él se los ofrecería. Sonrió viendo cómo se removía la moza de cabellos azufre en su cama. Era una mujer apasionada y de belleza poco común en sus tierras, pero no podía desposarla aunque quisiera. Sus padres habían concertado su matrimonio con otra muchacha y el cumpliría. Era la última noche que  disfrutaba de sus encantos, pues al amanecer llegaría su prometida. Se acercó a la cama y pasó los dedos por la espalda de la joven cuyo nombre desconocía. Ella se volvió hacia él, enredándolo con una mirada azul cielo y dibujó en sus labios una sonrisa seductora.

Tristán, hace friodijo con una voz que prometía el paraíso, ven  y dame tu calor.

 Muchacha, tienes que irte,gruñó Tristán, con la vista nublada de pasión.  Esta moza era insaciable, pero el tiempo apremiaba. Tenía que recibir a su prometida, sus noches de loco frenesí  habían acabado.

  ¿Me estas echando? preguntó la joven, incrédula.

 Mi prometida está por al llegar muchacha, contestó Tristán con tristeza. Se alejó de aquel lecho donde yacía la bella joven aviada tan solo con lo que la naturaleza la había bendecido. ¿Qué tiene ella que no tenga yo? preguntó la muchacha fulminándolo con la mirada.

<<Por las barbas de Odín, muchacha, si no la conozco siquiera>>, pensó amargado.

Es hora de que te vayas,ordenó usando su tono autoritario. No vio cuando como los ojos azul cielo resplandecieron, no vio el anillo que la moza llevaba en sus manos y no vio el cuchillo que hirió su torso. Tristán, sintió un dolor agudo y se sumió en la oscuridad. Elena cogió una gota de sangre y la mezclo con sus lágrimas, le echó una última mirada y besó aquellos labios que conquistaron su alma con besos ardientes y promesas silenciosas.

Vivirás toda la eternidad sumido en la oscuridad, cada dueña de este cristal, usara tus encantos  a su antojo y con cada beso, con cada caricia recordaras él daño que me hiciste al usarme.  No podrás ser lo que una vez has sido hasta que no derritas el hielo del corazón de una muchacha herida. Tendrás que recomponer los pedazos rotos de una joven a la que destrozaron.  Serás sangre y lágrimas todo en un espejo, esclavo de todos los deseos y obedecerás a toda mujer cuyo rostro se refleje en ti. Elena sonrió con malicia y con un gesto de la mano hizo que una niebla azul envolviera el cuerpo de Tristán para llevárselo en el interior del cristal plateado. <<Cuanto me queda de vida, serás mío >>, pensó y se desvaneció. Era una bruja muy poderosa, pero no podía concederse la inmortalidad a sí misma. Nunca había querido hacerle daño, había albergado esperanzas de que él le ofreciese su amor algún día. Pero ya no. Ahora lo tenía para ella.

      Quinientos años después, Tristán, seguía sumido en la oscuridad, tal y como ella le había marcado el destino. Mientras estuvo en su poder, Elena, se había encargado de transformar cada minuto de su vida en un infierno. Le había maltratado tanto  el cuerpo, como  la mente  y el espíritu, y se preguntaba cómo es que aún seguía cuerdo. Ochenta años había sido su esclavo hasta que el Thanatos se la llevó en a su reino.  Su cobijo era una cueva oscura de paredes de piedra gris, fría y húmeda donde sus únicos acompañantes eran las ratas y algunos bichos creados por Elena para atormentarlo.  Recordó la última vez que lo invocaron, hacia unos trescientos años, su dueña era una reina ávida de poder que le había ordenado emparedar  a su esposo  en una mazmorra  para quedarse con el trono. Desde la muerte de la reina nadie más lo había invocado. A pesar de su maldición anhelaba sentir la luz del sol sobre su rostro. ¿En manos de quién estaría el cristal maldito? 
 

Adryana.

 

 

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