el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

viernes, 14 de junio de 2019


 ADRIANA 
hechizo

Liam estaba observando las estrellas por la ventana de su alcoba, disfrutando de la vista que le ofrecía la torre de su fortaleza. Había librado muchas batallas fuera de aquellos muros y, en estos tiempos de paz,  anhelaba empuñar una espada, pero, en compensación, disfrutaba de otros placeres, los que las mozas le ofrecían. Pronto, se desposaría con una muchacha del pueblo vecino, forjando grandes vínculos y cumpliría, con ello,  los deseos de sus padres. Mientras tanto disfrutaría, pues era un hombre que necesitaba consumir sus energías de alguna manera a falta de guerra. Sabía que no encontraría el amor verdadero, el destino lo había privado de tal dicha. Su pueblo necesitaba herederos así que él se los daría. Sonrió viendo como se removía la moza de cabellos azufre en su cama. Era una mujer apasionada y de  belleza poco común en sus tierras, pero no podía desposarla aunque quisiera. Sus padres habían concertado su matrimonio con otra muchacha y el cumpliría. Era la última noche que  disfrutaba de sus encantos, pues al amanecer llegaría su prometida. Se acercó a la cama y pasó los dedos por la espalda de la joven cuyo nombre desconocía, ella se volvió enredándolo con una mirada azul cielo y dibujó en sus labios una sonrisa seductora.

—Liam hace frio —dijo con una voz que prometía el paraíso— ven  y dame calor.

—Muchacha, tienes que irte —gruñó Liam, con la vista nublada de pasión. 

Esta moza era insaciable, pero el tiempo apremiaba. Tenía que recibir a su prometida, sus noches de loco frenesí  habían acabado.

— ¿Me estas echando? —preguntó la joven incrédula.

—Mi prometida está al llegar —contestó Tristán con tristeza.

Se alejó del lecho donde yacía la bella joven ataviada tan solo con lo que la naturaleza la había bendecido.

— ¿Qué tiene ella que no tenga yo? —pregunto la muchacha fulminándolo con mirada.

<<Por las barbas de Odín, muchacha, si no la conozco siquiera>>, pensó amargado.

—Es hora de que te vayas —ordenó usando su tono autoritario.

No vio como los ojos azules resplandecieron, no vio el anillo que la moza llevaba en sus manos y no vio el cuchillo que hirió su torso. Liam, sintió un dolor agudo y se sumió en la oscuridad.

Elena cogió una gota de sangre y la mezclo con sus lágrimas, le echó una última mirada y beso aquellos labios que conquistaron su alma con besos ardientes y promesas silenciosas. Nadie podía jugar con los sentimientos de una gitana.

—Vivirás toda la eternidad sumido en la oscuridad, cada dueña de este anillo No podrás ser lo que una vez has sido hasta que encuentres el amor verdadero. Tres amaneceres tendrás y una doncella pura conquistaras.

Elena deslizó el anillo en su dedo y sonrió con malicia. Un humo azul envolvió el cuerpo de Liam y se lo llevó al interior de la joya. <<Cuanto me queda de vida, serás mío >>, pensó y se desvaneció. Era una bruja muy poderosa, pero no podía concederse la inmortalidad a sí misma. Nunca había querido hacerle daño, había albergado esperanzas de que él le ofreciese su amor algún día. Pero ya no. Ahora lo tenía para ella.

Ochocientos  años después, Liam, seguía  sumido en la oscuridad, tal y como ella le había marcado el destino. Mientras estuvo en su poder, Elena, se había encargado de transformar cada minuto de su vida en un infierno. Le había maltratado tanto  el cuerpo, como  la mente  y el espíritu, y se preguntaba cómo es que aún seguía cuerdo.  Ochenta años había sido su esclavo hasta que el Thanatos se la llevo a su reino.  Su cobijo era una cueva oscura de paredes de piedra gris, fría y húmeda donde sus únicos acompañantes eran las ratas y algunos bichos creados por Elena para atormentarlo.  Recordó la última vez que lo invocaron, hacia unos trescientos años, su dueña era una reina ávida de poder que le había ordenado encerrar  a su esposo  en una mazmorra  para quedarse con el trono. Desde la muerte de la reina nadie más lo había invocado. A pesar de su maldición anhelaba sentir la luz del sol sobre su rostro. ¿En manos de quién estaría el anillo maldito?


Barcelona, Arenys de Mar actualidad


— ¡Tenemos que celebrar! Conozco un sitio que pondrá fin a tu castidad. ¿Qué mejor manera de celebrar tu éxito? —Ana Montoya gesticulaba con las manos riendo.

—Ana, no estoy de celebraciones, estoy agotada, lo que necesito es llegar a casa y sumergirme en burbujas —dijo Victoria entornando los ojos —sabes que mañana a la primera hora debo estar aquí para recibir los libros. —Se quito el pelo del rostro y observó el mar que parecía un espejo plateado a la luz del sol.

—Lo que tú necesitas es conocer a un tío —dijo Ana mientras tomaba un trago de Martini.

Una gitana de media edad pasó rozando la mesa de las chicas y dejó caer un pañuelo cuidadosamente atado.

Cuando abrió la puerta de su apartamento Victoria se quito los zapatos de camino al cuarto de baño. Una bañera pensó, perfumada con muchas burbujas y aceites de baño. El libro-café estaba listo. Mañana estará colocando libros en las estanterías. Por fin había cumplido su sueño, ahora tenía que funcionar. Ana hacia unos pasteles deliciosos y juntas lo harían bien. ¡Su negocio! Qué bien sonaba. Una vez desnuda se sumergió en el agua tibia y soltó un gemido de placer mientras la envolvía el aroma a lavanda. Su amiga tenía razón, en parte, debería salir y mover el esqueleto en algún club, pescar un tío bueno y  darse un revolcón. Pero antes debería iniciarse en el arte del sexo y Ana no lo sabía. Sonrió al imaginarse la cara que pondría Ana al saber que ella seguía virgen. La machacaría días enteros. No es que no le gustaban los tíos, pero todos eran tan iguales. Todas sus citas conversaban con sus pechos, como si los tuviera en la cara. Eran  unos animales en celo. Ella buscaba algo especial, mariposas revoloteando en su estomago, balbucear delante de un hombre, pero… algo así existía solo en su imaginación. Culpables eran los libros y sus protagonistas. Salió de la bañera convencida de que moriría virgen si seguía con tales peticiones. Se envolvió en una toalla y salió en busca de un vaso de vino y un buen libro. Se sentó en el sofá y su mirada fue atraída por el brillo del anillo. Aquella gitana lo había perdido, no era una joya cara, tenía un hermoso rubí y la primera vez que lo había tocado sintió un escalofrió. Lo cogió y lo sintió de nuevo. ¡Qué extraño! le dio vueltas y frunció el cejo cuando vio una inscripción en el interior que leyó en voz alta. Liam. Un nombre escocés, creía recordar.

—Liam…

Oyó un estruendo muy fuerte y un resplandor la cegó.  La sala de estar se llenó de una espesa niebla y un extraño humo azul. Quiso gritar pero de su garganta no salía algún sonido. La niebla se disipó de repente descubriendo algo enorme. Muda de asombro contempló  al hombre que estaba de pie delante de ella. ¡Había un hombre en su sala de estar!  Gritó con todas sus fuerzas  y se levantó del sofá con brusquedad. Era alto, madre de Dios, no… no era alto, era… enorme. Ella tuvo que levantar la vista para poder mirarle. Un  pelo negro caya por su espalda desnuda y unos músculos que parecían un pack de cervezas ondeaban su cuerpo.

— ¿Quién eres y que haces en mi casa? —chilló ella histérica.

El cruzó los brazos y la miró con expresión divertida.

— ¡Sal de mi casa, llamare a la policía! —Amenazó Victoria adoptando una posición de lucha —te pateare el puto culo.

— ¡Debes cesar con tus chillidos mujer, pues mis oídos no aguantan semejante alboroto! —exclamó el con tono serio.

Victoria estudió a su posible violador-asesino para poder caracterizarlo delante de la policía. Si escapaba con vida. Medía  dos metros pensó al pasearse la mirada por el recién llegado. Si le ponía la garra encima podía despedirse de la vida. Tenía unos ojos gris tormenta enmarcados por unas espesas pestañas, su rostro parecía sacado directamente de sus sueños, o del paraíso. Su belleza no era nada común, una mandíbula firme y unos labios carnosos y que la hicieron tragar en seco. Excepcionalmente guapo. Esa era la palabra. Peligrosamente atractivo, y su cuerpo… madre de Dios, parecía esculpido de los mismos Dioses, los de Olimpo. Casi tapaba la vista a la tele y mira que era de las grandes. El hombre era hermoso. Imposiblemente bello. Espantosamente bello. Pero… ¿qué diablos estás haciendo? Se riño. Podría matarte en cualquier momento y tú mojando las bragas. Tomaré un bocado de aquel manjar antes de que me mate. Hasta podría cooperar y a lo mejor escapaba con vida después de la violación-consentida. Su mirada se fue más abajo, por aquel pecho surcado de puro musculo y ese abdomen que parecía una tableta de chocolate. Chris Hemsworth mataría por un cuerpazo semejante. Con los ojos muy abiertos siguió su inspección y abrió los ojos al ver los pantalones negros de cuero y las botas, pero no la asustó la ropa, no. ¡Lo que llevaba atado a la cintura era una maldita espada!

— ¿Te agrada lo que ves, muchacha? —ronroneó el gigante acercándose a ella.

—No te acerques —chillo Victoria —Soy boxeadora profesional.

Buscó con la mirada algún objeto grande y peligroso para defenderse, diablos ¿Por qué no tenía un bate de bassebol en el dormitorio y por el resto de la casa, como una chica sensata?

—No temas, no te hare daño —dijo el gigante.

— ¿Quién eres y que quieres?

—Mi nombre es Liam Black  y estoy aquí para servirte —dijo él con el rostro impasible.

— ¿Para servirme? —balbuceó ella.

—Me llamaste muchacha, dijiste mi nombre tres veces.

—Liam —susurró ella. ¿Será posible? No… era una locura.

El cruzó los brazos y la miró divertido.

—Muéstrame tu dormitorio y empecemos —dijo él con un extraño brillo en sus ojos grises.

¡Oh dios! ¡La va violar, y encima le pedía amablemente que le muestre su dormitorio!

— ¡En tus sueños imbécil! ¡No me pondrás tus sucias manos encima! —Victoria se echó dos pasos atrás hasta tocar las estanterías con su espalda.

— ¿Para qué si no, me esperabas desnuda?

— ¿Desnuda? —dijo con voz ahogada, se echó in vistazo y se percató de que en algún momento se le había caído la toalla. Se miró otra vez con horror y se acercó al sofá. Cogió la toalla y se cubrió el cuerpo mientras temblaba como una hoja.

— ¿Y cómo iba a saber yo que tendré un violador en mi casa?

—Tus palabras me ofenden moza. Tú me has invitado en tu casa.

— ¡Estas chiflado tío! ¡Yo no hice tal cosa!

—Sí que lo hiciste —dijo el cruzando los brazos —estaré aquí para servirte —añadió.

¡Caray! ¡Qué guapo era! ¿Para servirme?

— ¿Eres una especie de lámpara de Aladino en miniatura?

—Mi nombre no es Aladino muchacha. Soy Liam Black, del reino oculto.

— ¿Y cómo has acabado en un anillo? —preguntó ella mirándolo fijamente.

—Fui maldecido jovencita —su rostro se volvió de piedra y sus ojos echaron destellos de hielo.

¿Maldición? ¿Genios mágicos?

—Mis agradecimientos mujer, ¿Qué puedo hacer por ti?

¿Qué tal si te quitas la espada y luego me violas? Pensó aquella parte retorcida de su cerebro.

—Pues… conversar. ¿Harías todo, todo lo que te pediría?

—Oh si, hare que grites de placer. Lameré tu cuerpo hasta que olvides tu nombre y…

— ¡Basta! Me refiero a otras cosas —dijo ella con la garganta seca. — ¿Quién te ha… ejem… maldecido?

—Una bruja de raza gitana —dijo el tensando los músculos.

—Bueno, algo le habrás hecho… ¿le has puesto lo cuernos?

— ¿Qué? —preguntó el extrañado.

— ¿Cuánto tiempo llevas en el anillo? —preguntó Victoria temiendo la respuesta.

—He perdido la cuenta de los siglos muchacha. ¿En qué siglo estoy? Y… ¿Dónde?

—Eh… veintiuno. En la tierra —vaya conversación pensó.

— ¡Por Odín! —Exclamó el —la maldita bruja selló mi destino de ocho siglos.

— ¿Qué? ¡Venga ya! — ¿quieres decir que llevas ocho siglos de edad?

Liam sintió la sangre hirviendo en sus venas, ocho siglos en la maldita cueva eran demasiado hasta para un hechicero tan poderoso como él. Sus poderes estaban muy débiles mientras seguía bajo el conjuro. Nunca podrá recuperar su vida, jamás volverá a ver a su familia Ocho siglos sin ver a su gente, a su hermosa madre. Las mujeres que habían tenido el anillo eran pocas pero las peores. Reinas caprichosas, plebeyas que cuando se veían con semejante poder se volvían malvadas. Sus labios se torcieron en una sonrisa. La moza que le contemplaba desde el lecho no había conocido el poder de la joya. No parecía como las demás

— ¿Tienes hambre, sed? —preguntó Victoria sin dejar de mirarlo.

—Agradecería tal ofrecimiento —respondió el  con fijándola con la mirada.

—Sígueme, pero… ¿podrías guardar esa espada?

Liam se tensó pero obedeció. Barrió con la mirada la estancia y se dijo que era una decoración muy extraña. Cuando llegaron a la cocina y Victoria encendió la luz el gigante genio dio un respingo.

Victoria calentó en microondas un plato de pollo con champiñones que le había traído su madre. Cuando la comida estuvo caliente se la sirvió con un poco de pan y una copa de vino.

La comida envolvió sus sentidos. ¡Cuánto tiempo sin probar bocado! ¿Pero… como se comía aquella cosa? La carne no cabía en sus dedos, era muy pequeña. Se llevó el plato a los labios y Victoria agrandó los ojos.

—Puedes usar esto si quieres —dijo ofreciéndole una cuchara. Claro, el hombre no sabía de cubiertos.

El bebió del plato y se limpio la boca con la mano. Si hubiera sido cualquier otro hombre le habría dado asco pero en Liam lo veía salvaje primitivo y sexy. El cogió un trocito de carne con la mano y a continuación se chupó los dedos. Ella se estremeció imaginándose que el hacía lo mismo con ciertas partes de su cuerpo.

— ¿Qué utilidad tiene? —preguntó mirando la cuchara.

Ella la cogió y le mostró como se comía con su ayuda.

— ¿Cuál es tu nombre jovencita?

—Victoria Aguirre, pero puedes llamarme Vicky.

—Victoria, un nombre hermoso.

—Entonces… ¿te he liberado de la maldición?

—No muchacha, debo encontrar el amor verdadero —dijo él con expresión seria y acostarme contigo.

—Eso no pasara guaperas —dijo ella con la boca seca — ¿y cómo es allí… en el anillo?

El se tensó y Victoria decidió dejarlo pasar por ahora.

—Mira, te puedes quedar en el cuarto de invitados, mañana tendré que trabajar y te advierto que tengo un arma, como intentes algo Aladino, te mato. El se quedo embobado con su belleza, allí mismo había visto su cuerpo desnudo, sus pechos redondeados y llenos, su cintura delgada y aquellas piernas largas y perfectamente torneadas. Su cuerpo respondió como nunca antes al ver su cuerpo. El pelo color miel le acariciaba la espalda cual el mar la arena. Sus ojos verdes jade estaban enmarcados por unas espesas pestañas mostrando un rostro digno de una diosa.

Victoria se lo llevó al cuarto de invitados. Tenía al genio de Aladino en su casa, un dios del sexo, el macho alfa que siempre había querido encontrar.

—Esta es tu habitación —dijo ella cuando sintió unas manos acariciando su espalda. Una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo y cuando se volvió hacia él, la agarró por la cintura y la besó. Victoria quiso protestar pero sus traidoras manos se enroscaron en su pelo y en vez de apartarlo la atrajo hacia ella jadeando.

Su aliento acarició su cuello, tan sedoso, tan estimulante. Intensas corrientes de pasión navegaron a través de su sangre, consumiendo cada célula de su cuerpo. En el momento en que sus labios tocaron los de ella, una tormenta caliente la azotó de arriba abajo, y sintió el relámpago de calor. Él restregó sus labios sensuales sobre los suyos, tomándolos despacio, haciéndola sentirse necesitada e imprudente. Se apartó con brusquedad jadeando.

—Como vuelvas a tocarme te mandare de vuelta al anillo —balbuceó.

—Pero yo pensaba…

—No pienses. No soy ninguna ramera, no me acuesto con los primeros guaperas que me salen es camino.

Ella salió de la habitación y dio portazo. Liam se quedo inmóvil y aturdido. ¿Qué le pasaba a aquella endemoniada mujer? Sintió su pasión quemando su piel, sus labios mordisqueándolo y su cuerpo anhelando más. Jamás le había rechazado ninguna mujer. ¿Acaso no le parecía atractivo? Se dejo caer en la cama  y con la mirada fija en el techo pensó en ello toda la noche.

Despertó cuando los primeros rayos de sol traspasaron las cortinas. Se desperezó y sonrió satisfecha. Era el día. Hoy llenaría las estanterías de libros, se sumergiría en mundos desconocidos y haría que su negocio funcione. Oyó un golpe seco procedente del cuarto de baño y se sobresalto. ¿Había soñado o tenía un genio en su casa? Un apuesto y formidable ejemplar de la raza masculina que estuvo a punto de recoger su miel. Otro golpe y unas risitas la sacaron de dudas. Se puso la bata y salió de su dormitorio. En la sala de estar Liam estaba golpeando el mando de televisión de la mesa, mientras con la otra mano amenazaba a los periodistas de la tele con… la espada.

— ¿Pero qué haces?—preguntó perpleja.

— ¡Esta caja esta embrujada!

— ¡No, no lo está! ¡Es mi tele y me ha costado un riñón así que baja la maldita espada! —exclamó Victoria. Después de una noche horrorosa, encontraba a la razón de la dichosa noche asesinando su tele. Victoria se dirigió a la cocina y preparó la cafetera.

—Tenemos que irnos, tengo mucho trabajo —dijo ella mientras servía dos tazas de café —Y de paso, buscarte algo de ropa adecuada.

— ¿No tienes un protector? —preguntó el con el cejo fruncido.

—No, aquella época es historia. Ahora las mujeres nos podemos valer sin protectores.

El asintió no muy convencido. Olio el maravilloso aroma de aquel brebaje y se acercó a la taza que le ofrecía Victoria.

—Es café, pruébalo. Se toma con azúcar, aquí tienes.

El tomó un trago y agrandó los ojos. Permitió que el brebajo amargo se deslice por su garganta y soltó un gemido de placer.

—Este brebaje es digno de los dioses —exclamó.

Quince minutos después Victoria se puso un vestido corto azul celeste, se recogió el pelo y se aplicó una capa discreta de maquillaje. Liam abrió la boca sin decir nada. Fascinado se acercó a ella y le paso un dedo por la mejilla.

—Eres muy hermosa —dijo paseando la mirada por su cuerpo.

—Eh, gracias, vamos, iremos a desayunar algo.

— ¡No saldrás con las piernas desnudas, y cubre tus brazos mujer!

Victoria parpadeó y lo miró con el ceño fruncido.

—Hace calor —dijo ella mordiéndose las palabras de macho dominante

La siguió de mala gana y cuando estuvo fuera cerró los ojos permitiendo al sol acariciar su rostro Ocho siglos sin salir al aire libre. Cuando abrió los ojos desvainó la espada. ¡Bestias de hierro cabalgadas por humanos!

— ¡Detrás de mi muchacha! ¡Venceré las bestias del infierno!

—Liam, tranquilo, son coches, medios de transporte. El se relajó al percatarse de que no les atacaban.

— ¿Qué ocurrió con los caballos? ¿Acaso perecieron  en una cruel batalla? —preguntó el sorprendido.

—No, pero en las ciudades ya no se utilizan —explicó Victoria.

—Ven, entremos. —Abrió el libró-café y soltó un gemido de placer.

La primera salita era para los cafés y desayunos, tenía cuatro sofás con mesas de madera blanca, una alfombra azul celeste, y otras dos mesas con cuatro sillas acolchadas. El mostrador con su encimera azul y detrás una pequeña cocina. Bajo las escaleras y penetró en la estancia repleta de estanterías. A la esquina estaba el mostrador de mármol blanco y dos sillas. Liam agrandó los ojos fascinado cuando Victoria encendió las luces ojo de buey.

—Es temprano, le dije a Paloma que iremos a desayunar... eh… oh. Hola.

Ana se quedo perpleja con la boca muy abierta contemplando al magnífico acompañante de Victoria.

—Oh, vaya, y este yogurin… ¿de dónde lo has sacado?

—Ya te lo contare —dijo Victoria fulminado con la mirada a su amiga.

Liam torció los labios en una sonrisa cuando vio a la muchacha de cabellos dorados, con unas exuberantes curvas y las piernas medio desnudas. Ciertamente las muchachas iban enseñando las carnes por allí.

—Y...  ¿esa es una espada?

—Sí, es una larga historia, y deja de babear.

—Liam puedes guardar tu espada, no la necesitaras —dijo Victoria con tono suave

—Un hombre no puede desprenderse de su espada —gruño Liam.

—Iremos a desayunar, ¿sabes? En nuestro siglo los hombres con espadas son considerados peligrosos, te encarcelaran.

Esto último lo convenció a quitarse la espada.

Cuando entraron en la cafetería la paloma feliz  siete pares de ojos se clavaron en ellos.

Se sentaron y Paloma, la dueña del local se acercó a ellos con una mirada de fascinación.

—Pero bueno chicas, ¿Qué tenemos aquí? —preguntó paseando la mirada por el pecho desnudo de Liam.

— ¡Posadera, una jarra de vino y un cerdo! —tronó él.

Paloma, una mujer de mediana edad levantó una ceja interrogativa.

Victoria se atragantó y se puso roja. Ana seguía con la boca abierta estudiando cada centímetro del magnífico ejemplar masculino

—Tres de huevos con jamón y zumo de naranja… eh discúlpalo, tiene amnesia y se cree en no sé qué siglo.

—A este muñeco le perdono yo lo que sea, vaya manjar para mi vieja vista.

Se alejó con una sonrisa mientras las demás cabezas les estaban mirando. Una de ellas era de una gitana.

Victoria paseó la mirada alrededor con el rostro ceniciento de vergüenza. Tendrá que ir a buscar algo de ropa para su genio, aunque no cambiaria mucho el magnetismo que poseía. Dos mujeres pasadas de los cuarenta miraban a Liam fijamente… ¡lamiéndose los labios por dios! Y entonces la vio. Su inconfundible mirada verde jade estaba clavada en ellos.

Se levantó con brusquedad y se acercó a ella.

— Hola, tenemos que hablar, usted ha perdido algo —dijo con voz fría.

La mujer se levantó de su asiento y siguió a Victoria sin poder creerse lo que veía. Liam era tal y como ella sabía de las leyendas. Un guerrero oscuramente atractivo, peligrosamente poderoso, el hechicero de Saar maldecido con pasar la vida sumido en la oscuridad.

—Liam Black —dijo clavándole con la mirada.

— ¡Maldita bruja! —rugió él levantados de pie con los puños apretados.

—No soy Elena, yo no te hice daño, soy Casandra, y frena tu furia antes de que convierta en un sapo —dijo con calma —Eres tal y como lo cuenta la leyenda. El hechicero más poderoso que jamás haya existido, poseedor de una fuerza suprema y un valor sin parangón, bendecido y temido por los dioses de tal atracción y belleza que ninguna mujer podrá resistirse a tus encantos. Volverás a ser lo que has sido cuando encuentres el amor verdadero.

— ¿Hay una leyenda escrito sobre mi? —parpadeó Liam mientras las dos mujeres soltaban pequeños jadeos con cada palabra de Casandra.

—Mi raza fue maldecida por los Dioses, Elena se dejo llevar par la pasión y el odio y cuando te maldijo les tocó las narices. Ella esta hirviéndose en el infierno y nosotros estaremos vagando por el mundo hasta que el hechizo sea roto. La leyenda está en la boca de los ancianos y cada generación busca a la elegida. Cuando encontré a Victoria supe que será nuestra salvación. Es la única que puede romper conjuro. Tienes siete días, si el hechizo no está roto el anillo volverá a su primera dueña.

—No es posible, su dueña soy yo.

—No, tú eres la elegida y debes salvarlo cuanto antes.

— ¿El anillo que encontramos? —jadeó Ana.

—Así que lo tiraste tú —murmuró Victoria — ¿Qué hubiera pasado si no me lo llevo yo?

—El destino nunca se equivoca. La joya tenía que acabar en tu poder.

Tres pares de ojos se clavaron en Victoria, y en Casandra.

— ¿Qué pasó con mi familia? ¿Con mis súbditos? —preguntó Liam con voz baja.

—Están esperando tu regreso. El velo entre el reino de  Saar y el nuestro está muy débil.

— ¿Que es el reino de Saar? —preguntaron Victoria y Ana con los ojos muy abiertos.

—Es el reino de la magia.

—Aja, mi vida ayer era de lo más aburrida, y hoy tengo a un genio que viene de un reino de magia  ¿lo he captado bien? —masculló Victoria.

Comieron en silencio mientras Liam estaba tenso mirando al vacio. ¿Cómo contactar con su gente? No tenia poder suficiente, el borboteo de la magia en sus venas era muy débil. Tendrá que ganar el corazón de aquella moza y convencerla de meterse en sus sabanas. Cuando estaría libre la colmaría de riquezas. Miró por la ventana y se dijo que su reino estaría repleto de animales, mujeres danzando, hombres entrenando el arte de la lucha.

—Liam debemos irnos, no has comido nada.

—No tengo apetito muchacha.

Casandra había trastornado por completo a su genio. Y a ella también. Victoria le pidió a Ana el favor de ir a buscarle ropa adecuada a su hombre del anillo ya que ella debía esperar la entrega del pedido. Liam entró en el libro-café y se sentó en el sofá de la salita de desayunos sin decir nada. Victoria sintió la necesitad de abrazarlo, de tranquilizarlo. De protegerlo. Se sentó a su lado y le tocó el hombro con suavidad.


Un irregular acantilado de hielo se elevaba sobre ella. Un viento helado chillaba a través de los laberintos entre los cañones, trayendo susurros de voces desoladas y suaves gritos infernales. Arqueó sus caderas mientras el rey del inframundo la penetró con dureza arrancándole un chillido. Le mordisqueo los pechos redondeados jadeando entre la llamas del infierno. Hielo y fuego, criaturas de ojos rojos los contemplaban mientras se unían  con frenesí.

Cuando llegó al clímax, ella se dejo caer sobre el pecho desnudo del hombre.

El cogió un mechón del pelo oscuro de la bruja enrollándolo en sus garras.

—El hechicero estará libre y acabara tu condena.

Elena lanzó un alarido que espantó todas las criaturas del infierno.


Victoria sentía una tristeza enorme, su hermoso príncipe azul estaba destrozado… y ella también. Le pidió a su amiga el favor de acompañarlo al apartamento, el dolor que vio en su mirada le había roto el corazón. Recibiría los libros y pasaría con el resto del día con él. Una semana. No podía permitir que hombre acabe en las manos de aquella zorra. Pero para ello debía entregar su corazón a un hombre que apenas conocía y quedarse sola. Las lágrimas le escocían los ojos, consciente de que lo perdería. Cuando llegaron las cajas con los libros no sintió aquella alegría sino un gran vacío. Cerró el local y se dirigió a la riera. Le compraría algunas cosas, le mostraría su mundo.

Cuando volvió al apartamento encontró a Ana y a Liam en la cocina conversando animadamente. El describía a detalle su mundo, sus costumbres, su cultura.

—Esto es increíble —dijo Ana cuando la vio. — Tienes un hechicero de mil años de edad en tu casa.

—Pues si… Liam, te he comprado algo de ropa. No podrás salir así a la calle.

El se levantó de la silla y se acerco a ella lentamente. Le cogió el rostro entre las manos y la besó. Un beso lleno de intenciones, de pasión, de fuego. Corto pero intenso. Cogió la bolsa que ella le dio y se dirigió a su dormitorio.

Victoria abrió mucho los ojos y se quedo inmóvil. Ana soltó una carcajada y cogió su bolso.

—Tienes una cosita en el cajón de tu cuarto, aprovéchalo, no dejes pasar el tiempo —dijo mientras se dirigía a la puerta —Colocaré la novela romántica en las estanterías, el resto te lo dejo a ti.

—Muchacha, no pienso ponerme esas extrañas prendas —oyeron la voz ronca de Liam.

Se volvieron a la vez y jadearon al unisonó.

Liam estaba en el traje de Adán, con los brazos cruzados.

—Oh, después de esto no creo que pueda colocar libros…eh voy a buscar a la cita número cinco —jadeó Ana con los ojos muy abiertos.

Salió a trompicones y cerró la puerta con un portazo.

—Liam, no puedes ir desnudo por mi casa… —dijo Victoria con la boca seca.

El se acercó a ella y la agarró por la cintura.

—Te hare el amor Victoria —dijo él con la voz ronca —aunque sea lo último que hare antes de volver al infierno.

 Un  simple roce de su cuerpo contra el suyo casi había hecho que ella experimentara su primer orgasmo. No se imaginaba lo que el contacto con su cuerpo entero, piel contra piel, le harían, pero no se moriría sin antes saber lo que aquel hombre podría ofrecerle. Pasó un segundo, un mero susurro de tiempo, antes de que sus labios tocaran los suyos. Su lengua se deslizó en su boca con narcótica y exótica lentitud, consumiéndola, sus labios sabían a rayos y relámpagos. Victoria jadeó y enterró sus manos en el pelo largo de Liam. Sin cesar el beso, Liam la exploró tranquilamente, prolongando su placer, quemándola un poco más. Él dejó a su lengua remontar el contorno de sus labios, dejando un fuego a su estela. Su mano se extendió sobre su clavícula, tan ardiente, tan incitadora, como si en un instante fuera a deslizarse al interior de su vestido y cogerle el pecho. Ella se agarró a él y le rodeó la cintura con sus piernas. El la dejó en el sofá de la sala de estar con suavidad y le rasgó el vestido. Con los ojos enrojecidos de pasión Liam paso sus dedos por aquellas prendas minúsculas que tapaban sus deliciosos pechos. Tenía la piel suave como la seda, pasó sus ardientes dedos por su cuerpo arrancándole gemidos de placer. Ella se arqueo pidiendo más. Su lengua lamió y chupó la piel expuesta de su cuello y pecho.  Amasó su trasero. Ella se retorció, pegándose más a él e intentando colocar sus manos donde más lo necesitaba, pero el siempre arruinaba sus esfuerzos alejándolas de nuevo.

—Liaaaam —gimió ella —deja de… oh dios… torturarme.

Su risa fue un ronroneo bajo, se coloco encima de ella y lo sintió enorme grueso y duro. Lloriqueo bajo sus besos pero él seguía acariciándola, besándola, atormentándola. . Besó sus pechos, arrastró los dientes sobre sus pezones y se colocó en posición sumergiéndose en su interior. Un grito de dolor salió de sus labios, tensó el cuerpo y los ojos se le humedecieron.

Liam se quedo inmóvil mirándola perplejo.

—Lo siento, ¿Por qué no me lo dijiste pequeña? —preguntó el preocupado. Intentó retirarse pero Victoria le clavó las manos en el trasero.

—Sigue, o tendré que matarte —dijo ella muy seria.

El se movió lentamente hasta que ella arqueó la espalda.

Él alcanzó entre sus cuerpos y presionó su dedo pulgar en su clítoris. Ella jadeó, gritó. Sintió sus paredes internas apretarse y temblar contra él, y se movió más rápido. Más duro. Más profundo. Sólo cuando oyó que gritaba su nombre se derramó en su interior. Se desplomó encima de ella, respirando entrecortadamente. Victoria tenía los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. El besó sus ojos sin moverse. No quería salir de su interior, la había deseado desde el primer momento. Ella abrió los ojos y palideció.

— ¡Liam… estas… resplandeciendo! —dijo con voz entrecortada.

El miró su cuerpo y sonrió cuando otro resplandor inundó la sala de estar.

—Al parecer la ramera se entregó a ti —tronó Elena fulminándolos con la mirada.

Liam se levantó de un salto y se colocó delante de su mujer.

— ¡Maldita bruja, beberé tu sangre! —tronó el apretando los puños.

—Tan hermoso como siempre, mi cuerpo sigue anhelando tus caricias, te sigo deseando dentro de mí. Hazme el amor aquí y ahora y perdonare la vida de tu insignificante humana.

Con los ojos muy abiertos Victoria contemplaba a aquella mujer de una belleza inhumana, parecía salida de un cuento de hadas, su vestido verde jade ceñido mostraba un cuerpo por el que muchas mujeres matarían, su pelo negro le caya por los hombros y la espalda como una olas en un mar revuelto.

— ¡Pagaras por tu traición bruja, prefiero mil veces el infierno antes de volver a tocarte!

— ¡Que así sea! —rugió ella como una fiera herida —No tendrá tiempo de amarte —alzó las manos en el aire y Victoria se llevó las manos al cuello. Se estaba sofocando.

— ¡Déjala! ¡No la toques! Júrame que ella estará a salvo.

—Ven conmigo mi preciado tesoro, y me olvidare de tan insignificante criatura.

El cuerpo de Liam se tensó y resplandeció como mil soles diminutos. En el instante siguiente Victoria estaba sola y desnuda en su cama.

— ¡Liam! —miró el anillo con los ojos húmedos y grito hasta que se quedo sin voz.

Despertó con el cuerpo dolorido y con las mejillas inundadas de lágrimas.

—Te amo —susurró sabiendo que él nunca lo sabría. Seguía desnuda en el sofá en el que había entregando su cuerpo y su corazón a su genio mágico. Y lo había perdido.

Se esforzó por llegar a la ducha poniendo un pie delante de otro. Lloró desconsoladamente mientras el agua limpiaba las huellas de su cuerpo. Huellas de lo que había perdido. Tendrás que seguir adelante se dijo mientras se envolvía con una toalla. Salió en busca de café y al llegar en la sala de estar parpadeo. Con las piernas cruzadas y una sonrisa resplandeciente estaba Liam mirándola. ¿Una ilusión tal vez?

— ¿Me esperabas mujer? —preguntó Liam con voz ronca.

Victoria se lanzó en sus brazos con chillido incluido.

— ¿Pero cómo?

—Me amas, tu amor rompió la maldición pequeña. Recuperé toda mi magia y Elena volvió al infierno, de donde jamás debió escapar. Y ahora basta de palabras mujer, estoy hambriento —Estaba hambriento de ella y supo que nunca se saciaría.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         Fin










miércoles, 24 de abril de 2019

Julia apretó el bolso con firmeza, consciente de que ha llegado una hora antes. Será mejor echar un vistazo a los escaparates y aparecer cinco minutos tarde, no quiero dejar la impresión de que le he estado esperando, pensó nerviosa. Marcos la había llamado el día anterior pidiéndole otra oportunidad, era lo que ella había esperado las últimas dos semanas. El niño no paraba de preguntar cuando volvería  papa del viaje y ella ya no sabía que contestar. Era cierto que tenía ganas de verlo, lo amaba, pero no podía permitir que le haga daño otra vez. Siempre pedía perdón, le traía regalos después de maltratarla y el niño era demasiado pequeño  para percatarse de lo que ocurría. Cuando por fin había tomado la decisión de dejarlo pensó que su vida sin él era un desastre. Será que no se vivir sin golpes, caviló.  Seguramente me dirá lo mucho que me ama, que nos echa en falta a mí y a nuestro hijo, que no volverá a pasar, y yo con lo débil que soy  me voy a derretir como un helado. Paseó la mirada alrededor, y decidió entrar en la cafetería y tomar un café. Tal vez la cafeína ayudaría a su cerebro funcionar mejor. Sabía que cuando lo tenía cerca era incapaz de pensar con claridad. Debería darme la vuelta y volver a mi casa, se dijo pensativa, debería volver con mi hijo, y seguir con nuestras vidas lejos de él. Julia sentía que todo el mundo la miraba como reprochando su debilidad. Sabía que solo era su imaginación pero se sentía culpable de seguir amando un hombre como Marcos. Un hombre que descargaba su amargura maltratándola delante de un niño que no podía comprender, aun no, pero dentro de unos años comprendería, y sufriría. Pidió un café para llevar y caminó hacia el parque,  hacia la fuente con dos ángeles donde empezó su pesadilla diez años atrás. << el día que lo vi por primera vez, era tan guapo con aquellos ojos  oscuros como la noche, y  su dulce sonrisa, cuan estúpida había sido, mis amigas me lo advirtieron, pero no quise escuchar, no era capaz de ver más allá de sus ojos oscuros, no me había percatado de que su corazón era tan negro como su mirada. >>
  Julia empezó a sollozar sin darse cuenta, los recuerdos se arremolinaban en su interior  sabiendo que aquellos años los había perdido amando a Marcos más que a su propia vida. Se había alejado de toda su familia, de todos sus amigos, el los llamaba<<distracciones innecesarias>>.  Llevaba dos semanas viviendo en la casa de sus padres con su pequeño Raúl, había logrado escapar de las garras de Marcos y había huido, y ahora estaba aquí porque él la había llamado. Se toco el brazo que aún conservaba el recuerdo de la última paliza, acarició con movimientos casi mecánicos aquellos dos ángeles de piedra testigos de aquel primer encuentro, cuando se enamoró de su verdugo. Aquí  me pidió matrimonio, se dijo, aquí me juró el amor eterno y yo brillando más que el sol acepte a pesar de todas la advertencias.
Julia miró el reloj, ya casi era la hora, seguro que vendrá con un ramo de flores, también alguna joya, pensó volviendo a la plaza. Mi hijo no va sufrir, no va crecer presenciando las palizas de su padre. Salió del parque pensativa, la plaza estaba atestada de gente pero allí entre todo aquel vaivén él destacaba. Alto, fornido, con su cazadora negra y ese pelo negro escrutaba la multitud. Cuando la vio se le acercó lentamente como un depredador en el encuentro de su presa. Pero Julia  ya no quería ser su presa, ya no. Marcos llevaba un ramo de rosas y la miró con pesar.
Mi amor, dijo abrazándolaperdóname amor mío, lo siento tanto, me perdonarás, ¿verdad?
Marcos, tienes buen aspecto Julia se apartó de aquel abrazo que tanto había añorado.
Te he traído rosas, son tus favoritas, no sabes cómo te he echado en faltadijo Marcos con voz queda.
Era tan guapo que dolía mirarle y su corazón latía desbocado en su pecho.
Muy amable de tu partecontestó ella con una frialdad que no sentía Raúl está bien, gracias por preguntardijo con sarcasmo. Recibirás los papeles de divorcio muy pronto. Ah, no me llames a no ser que quieras ver a tu hijo, desgraciadamente lo sigue siendo, aunque pensándolo mejor es preferible que sigas de viaje. Cogió las rosas, las olió, y con una sonrisa le dio las espaldas.
Julia se encaminó hacia su coche sonriendo sin mirar atrás, me ha dejado algo que valió la pena pensó, Raúl me está esperando.