el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

jueves, 30 de marzo de 2017


                                                                   ARES IV
Eris estaba flotando por encima del lecho sonriendo con malicia. Jamás sabrán que la maldad de Ares se la debían a ella. Con el dios de la guerra fuera de Olimpo todo sería más fácil, ella y su amado sembraran el miedo y la discordia entre los dioses y dominarían los reinos. Como todos los hombres, Ares había sucumbido a sus encantos y su maldad sobrepasó los límites, nadie conseguirá despertar sus verdaderos instintos. Observó el anillo que  Ares  llevaba en el dedo y se desvaneció riendo.

 

La habitación parecía una jaula. Se paseaba en círculos masajeándose las sienes mientras soltaba maldiciones. ¿Dioses salidos de frascos? ¿No se suponía que debía frotar el frasco y llamarlo tres veces antes de salir? Laura creía recordar que el genio de Aladino salía así de su lámpara mágica. ¡Y qué dios! Había leído algo sobre aquel despiadado dios de la guerra, ¿pero que existían? Hasta había visto películas, y aquella serie que tanto le gustaba, Xena, princesa guerrera. Y era tan… guapo que quitaba el aliento, y sexy… tanto que le nublaba la mente, ¿Cómo pensar con claridad con un hombretón así, en su casa? Era un peligro andante, sí señor, un peligro para su salud mental pero todavía más para sus revolucionadas hormonas. Y lo peor de todo era que no podía enviarlo de paseo ya que al parecer su madre… la diosa no-se-que, lo había atado a ella. Claro… ella era la listilla que recoge un frasquito caído del cielo —en su cabeza— y se lo lleva a su casa. Y cuando el frasquito empezó a maldecirla y a hablar ella… va y lo abre. Si que era lista. Se dejó caer en la cama y se puso la tele. Necesitaba dormir y al despertar estaría más despejada, podría pensar con más claridad.

Despertó con dolor de cabeza y mas cansada de lo que se había acostado.

Buscó a tientas la bata y salió con los ojos medio cerrados en busca de café. Llegó a la cocina y se despertó de golpe cuando encontró a Ares, ataviado con una toalla en torno a las caderas con las narices en sus cajones. Se estremeció al recordar los acontecimientos del día anterior, no estaba sola y aquel dios era el culpable de su noche en vela, de sus sueños eróticos y de las ojeras que aunque no había llegado al espejo, sabía que estaban allí. Le lanzó una mirada de reojo y se dirigió a la cafetera. No podría pensar sin un sorbo de café.

    Buenos días ¿Qué estas buscando?

—Un arma para salir a cazar —dijo Ares entrecerrando los ojos — Me agrada ese aroma, ¿Qué es?

—Café, y… ¿para que necesitas un arma? —Se estremeció Laura — ¿Qué quieres cazar?

—Alimento muchacha —respondió Ares mirándola extrañado.

— ¡Oh! No puedes salir a cazar tío, siéntate, preparare el desayuno.

—Tendré que proporcionarte alimento para cocinar mujer, ¿Qué vamos a comer?

Laura se lo quedo mirando y aguanto una risita, era tan serio y guapo, allí envuelto en tan solo una toalla, que le daban ganas de volver al dormitorio pero con él.

—En mi época no se caza, al menos no aquí, y no como tú crees. Los cazadores son profesionales, salen por diversión y algunos por necesidad no como en otras épocas.

—Entonces ¿Cómo consigues la carne? —preguntó incrédulo.

—Del mercado, después de desayunar saldremos a comprar, ¿de acuerdo?

El asintió y se sentó en la silla mirándola mientras ponía los huevos en la sartén. Le sirvió una taza de café y Ares olisqueó el aroma frunciendo el cejo.

El brebaje de color oscuro olía de maravilla se dijo, metió el pulgar y a continuación se lo chupó. Laura agrandó los ojos pensando que aquel gesto debería darle asco no excitarla.

—Es café y… lo tomamos por las mañanas para despejarnos.

— ¿Es mágico? —Preguntó Ares tomando un pequeño sorbito, cerró los ojos y soltó un suspiro —esta delicioso.

—Sí, bueno, para mí lo es… eh, mágico — ¿Por qué sentía aquel cosquilleo con cada gesto que hacia Ares?

Laura puso lo huevos en platos y colocó el bacón en la sartén. A continuación exprimió naranjas y se sentó en la mesa.

Ares pensó que su madre le había enviado entre los humanos para atormentarlo. Puso a aquella humana en su camino, y él no se resistiría a semejante desafío. Jamás había visto una mujer tan hermosa, tan valiente e intrigante. Le sangre le hervía de lujuria mientras la observaba con aquella prenda que no dejaba nada a la imaginación. Con cada movimiento ella enviaba oleadas de deseo a su cuerpo y lo único que quería era cabalgarla para toda la eternidad. Cuando ella colocó el plato de comida frente a él, Ares estuvo tentado de agarrarla y quitarle aquella prenda, acariciar su cuerpo desnudo hasta hacerla suplicar el placer, enterrar su rostro entre aquellos pechos firmes y mordisquearla hasta la liberación. Despertaba en él sensaciones que jamás había sentido. Aspiró el aroma huevos fritos con bacón  y su estomago rugió. Decidió aplazar la conquista de la muchacha, no será muy difícil derribar sus defensas.

Desayunaron en silencio sin dejar de echarse miraditas.

—Delicioso —dijo él con satisfacción —me llevare estas bebidas a mi mundo, los dioses agradecerán semejante brebajes.

— ¿No hay café y naranjas en el Olimpo?

—Muchacha, nos deleitamos con otros placeres. Nuestros brebajes demandan magia.

—Y los nuestros, trabajo —dijo ella con desdén —iré a vestirme, tengo que trabajar.

—Te acompañare —dijo él levantándose con brusquedad

— ¡Oh! Eso sí que no puede ser, no puedes ir conmigo al trabajo.

—Iré contigo muchacha.

—No puedes ir envuelto en una toalla —bufó ella —Vístete.

¿Qué demonios va hacer con él? No podía llevarlo con ella a la cafetería, y lo cierto era que tampoco podía dejarlo solo en su casa. Maldiciendo se dirigió al cuarto de baño y se abrió los grifos. Volvió a maldecirse por no tener un cerrojo en la puerta. Pero ayer por la mañana estaba sola, ¿Cómo iba ella a saber que tendría una visita del dios de la guerra? Se quitó la ropa esperando que Ares este muy ocupado y que no entre a buscarla o a hacer sus necesidades. Dejo el agua templada acariciar su cuerpo y se enjabonó el cuerpo. Cuando acabó se volvió para buscar la toalla y se topó con la mirada gris de Ares.

— ¡Sal ahora mismo hijo de puta! —chillo tapándose los pechos.

Pero la mirada de Ares estaba posada en otro sitio, más abajo. Sus ojos descendieron por su cuerpo estremeciéndola, enviándole olas de calor por todo el cuerpo. Torció los labios en una sonrisa y salió riendo a carcajadas.

Temblando de furia y vergüenza, Laura se puso la bata y salió echando humo por las orejas. Lo encontró en su habitación atándose las botas.

— ¡Oye, no puedes entrar en mi cuarto de baño cuando me estoy duchando! ¿Es que allí en tu mundo no respetáis nada?

Ares levanto la mirada muy lentamente y sonreía. El muy canalla sonreía.

—No sabía que estas allí muchacha, y en mi mundo las mujeres están deseosas de que yo las sorprenda desnudas.

—Pues yo no. Mientras vivas en mi casa tendrás que respetar mi intimidad, y que sepas que mi cerebro no es del tamaño de una mosca para caer rendida a tus pies.

—Caerás —gruñó el sin dejar de sonreír, se levantó y se acercó a ella con lentitud. Le pasó un dedo por la mejilla estremeciéndola, cogió una mecha de su cabello y se lo enroscó en los dedos quemándola con la mirada, cuando ella tembló el la atrajo hacia él y acercó sus labios a su mejilla. Laura tembló demasiado aturdida para moverse. Cuando los labios de Ares poseyeron los suyos, Laura pensó en rayos y truenos, intentó zafarse pero lo que hizo fue pegarse más a él. Ella enroscó sus dedos en su pelo y lo besó a su vez, luego perdió el aliento por completo cuando él hizo más hondo el beso. Una mano viril se ahuecó en su mandíbula; la otra se deslizó hacia abajo del arco de su columna vertebral, ahuecándose en sus caderas, moldeando su cuerpo apretadamente contra el de él. Laura sintió sus manos fuertes acariciando sus muslos y en un instante estaba encima de ella mordisqueándole los pechos sacándole pequeños jadeos de placer. ¿Cuando y como habían llegado en la cama? Ares deslizó una mano por sus muslos y Laura supo que tenía que detener aquello antes de…

domingo, 26 de marzo de 2017


                                                         ARES PARTE III
 ¡Oh dios, se iba a marchar! Una chica lista le golpearía en la cabeza con un objeto muy duro y lo ataría a su cama.

Ella le mostró la puerta de la salida y él desplegó una sonrisa arrogante.

Cuando abrió la puerta se encontró con una barrera invisible que no le permitía salir.

Debes permanecer junto a ella, solo ella podrá mostrarte su mundo. De ella aprenderás lo que es la humildad.

La voz de su madre sonó en su cabeza y Ares lanzó un alarido de furia.

Laura se quedo inmóvil con los ojos fijos en la puerta. ¿De donde había salido aquella voz de mujer, que se parecía a una música de coro de iglesia?

—Muéstrame mis aposentos —ladró Ares.

—Pero… no puedes quedarte en mi casa —dijo ella con voz entrecortada.

—Debo permanecer junto a ti criatura, ¿es que no lo entiendes? —bramó tensando cada fibra de su cuerpo.

—Pues no me hace ninguna gracia cargar con un cerdo `presumido como tu —siseó Laura — ¡si tienes que quedarte en mi casa lo harás según mis normas!

El entornó los ojos y los clavó en ella echando chispas de hielo.

No tientes demasiado tu suerte se dijo cuando vio el rostro de Ares desencajado de furia.

—Sígueme —con voz fría, tenía a un dios de la guerra en su casa, salido de un frasquito que… vaya… cayó del cielo en su cabeza. Maldita la hora en que lo metió en su bolso.

Abrió la puerta de la habitación de invitados que hasta ahora nunca necesitó.

—Dormirás aquí —le dijo mirándolo de reojo.

El barrió la estancia con la mirada e hizo una mueca de fastidio.

—Es pequeña, pero servirá, prepara una tina, necesito que limpies mi cuerpo.

—Oh, eso sí que es pasarse de la raya. La ducha esta por allí, puedes lavar tu mierda solo.

—Un dios de mi rango no se lava solo —protestó el.

—En mi casa no eres más que un genio salido de la nada, así que te lavas solo o te jodes.

— ¿Donde está la dicha ducha? —gruño entornado los ojos.

Laura bufó y se dirigió al cuarto de baño. Abrió los grifos maldiciendo en voz baja. Cuando se volvió para salir se dio de narices con el pecho duro y musculoso de Ares. Él desplegó una sonrisa seductora haciéndola imaginarse junto a él bajo el agua.

—Allí tienes toallas —murmuró ella con la garganta seca y salió corriendo.

Te has metido en un buen lio, se dijo mirando hacia la puerta cerrada del baño. Te las has arreglado para sacar un duende de un frasquito y ahora tienes a la perfección masculina en tu casa, en tu ducha. Se tocó los labios que aun guardaban el sabor del hombre que la había besado. Era todo lo que ella había imaginado alguna vez y pensó por un instante que sus deseos habían tomado forma. Salvaje, arrogante, peligrosamente atractivo, presumido y algo oscuro. Era la perfección. Parpadeó varias veces, ¡tenía un dios del Olimpo en su ducha!

Se sirvió otra copa de vino y se sentó en el sofá dándole vueltas a los últimos acontecimientos. Mantuvo una conversación con una botellita, que por alguna razón picó del cielo en su cabeza, a continuación libró a un dios del sexo arrogante y tan guapo que  le quitaba el hipo, y la había besado. ¡Ah! Y le prometió lamer cada centímetro de su piel. Se estremeció y sintió que se le humedecían las bragas. Algo nuevo, teniendo en cuenta de que sus citas la consideraban de hielo.

—Un invento muy peculiar el de tu ducha humana —dijo Ares a sus espaldas.

Ella se volvió y se atragantó. El agua caía de su pelo desatado que le llegaba más debajo de los hombros y caía por su pecho. Los músculos de su pecho se flexionaron cuando levantó una mano para quitarse el agua de la cara. Una gota de agua mantuvo su atención mientras descendía por su pecho cubierto de pelo negro hasta su duro estómago y elegante cintura y desparecía en… ¡ohhh, pero si estaba completamente desnudo! Laura abrió la boca y la volvió a cerrar incapaz de quitar su mirada de tal vista. Había visto cierta parte de la anatomía de los hombres en películas pero esto era… enorme.

— ¿Por qué estas temblando muchacha? Los humanos están creados igual que yo.

Ya quisieran ellos pensó mientras se levantaba de un salto.

—Pues la verdad es que no estoy muy acostumbrada ver un hombre desfilando desnudo por mi casa, así que vístete.

—No puedo humana, mis ropas están empapadas.

— ¿Te has duchado vestido? Busca una sabana por dios —se mojó los labios y tragó saliva. Era incapaz de quitar sus traidores ojos de semejante vista. Su mirada descendió por el esculpido cuerpo hasta su abdomen que parecía un pack de cervezas. Tenía los fuertes brazos cruzados sobre el pecho mirándola con diversión y Laura sintió un nudo en la garganta. ¿Por qué sonreía así?

—Necesito que laves mi ropa y demando alimento —dijo él con tono autoritario.

—Lavar tu ropa… ¿pero por quien me has tomado? Podrías pedírmelo con educación pero… déjalo.

—Muchacha obstinada, tendrás que obedecerme —Ares dio un paso hacia ella y Laura le fulminó con la mirada. Se dirigió a su dormitorio y buscó unos pijamas de las que su hermano se dejaba en su casa. Le vendría apretada pero lo prefería.

El la siguió por el estrecho pasillo que de repente estaba demasiado pequeño para los dos. Encendió la luz de su dormitorio y la sobresaltó un rugido.

— ¡Maldición, resplandece!

— ¿En Olimpo no hay luces? —se sorprendió ella.

El gruño por respuesta y pensó que los humanos no eran dignos de  saber cosas de su reino.

La obstinada muchacha le hacía hervir la sangre por alguna razón que no entendía. Le irritaba con su mirada felina y sus cabellos tono fuego con destellos dorados, y aquellas curvas que despertaban todos sus sentidos. A su parecer, su madre le había castigado muy duro enviándolo entre humanos, él era por encima de ellos, era un Dios. Su deber era castigar a los que les desafiaban. Pero aquella humana era la peor de todos, obstinada, desvergonzada y desafiante. Una mezcla que no le hacía ninguna gracia. Irritado la siguió hasta sus aposentos y la miró con el ceño fruncido. Era muy hermosa, una belleza que los humanos no deberían poseer, valiente y agresiva. Una combinación que le calentaba la sangre.

Laura sentía su respiración en el cogote. Buscó el pijama de su hermano y se volvió hacia él. Se esforzó por mirarle en los ojos, no bajes la mirada, no la bajes, se ordenó.

—Debes ponerte esto, te espero en la cocina —dijo con tono frio —. Preparare algo de comer — ¿Qué comen los dioses? Se preguntó mientras se dirigía a la cocina. Debía comportarse como una verdadera anfitriona pero… ¿cómo podía una pensar con claridad cuando su invitado era un dios salido de una botella? Y ¡que dios y que cuerpazo! Eso estaba muy malo para su salud mental. Entró en la cocina y metió un plato de guiso de ternera en microondas, se sirvió una copa de vino y decidió pasar de la cena. Su ensalada de tomates y pepinos se le quedaría atascada en la garganta. Cuando apareció Ares en la cocina contuvo una sonrisa. El pijama de su hermano estaba tenso sobre sus músculos y apostaba un riñón que se rompería con cualquier movimiento brusco. Él le lanzó una mirada desafiante y se sentó dándose aires de superioridad.

— ¿No me acompañas? —gruñó el mirando el plato de comida que olía deliciosamente bien.

—No tengo apetito, ¿quieres vino?

—Se agradece —asintió él.

Comenzó a comer con unos movimientos elegantes de realeza, soltó un pequeño gruñido.

—Esta bueno, cocinaras para mí —dijo satisfecho.

Laura le fulminó con la mirada.

—Tendré que ponerte al día con unos cuantos detalles —masculló entre dientes —estas en mi casa y da la casualidad que en esta época las mujeres no obedecemos los hombres, tenemos cerebro, cosa que no puedo decir de muchos de vuestra especie, cocinaré y limpiaré tu mierda solo si me apetece, no puedes darme ordenes en mi propia casa.

—Eres una insignificante humana y harás lo que yo diga, no puedes compararme con los inútiles hombres de tu mundo.

—Pues para mi eres un salvaje prepotente, un patán y un imbécil. Y como te alojas en mi casa tendrás que cumplir ciertas normas —Laura se tomó el vino de un  solo trago y le clavó con los ojos —.Por alguna maldita razón has aterrizado en mi casa, en mi vida y tendré que apechugar contigo, no me hace mucha gracia pero si tenemos que convivir será mejor que cambies tu comportamiento de yo-soy-el-macho-oh-tu-mujer-inútil. Y como sigas diciéndome humana te pateare las putas pelotas. ¿Está claro?

Ares tensó la mandíbula y apretó los puños con fuerza. Se sostuvieron la mirada por unos instantes cuando una suave risa inundo la cocina.

—No olvides hijo mío, debes aprender a controlar tu soberbia.

Ares se levantó con brusquedad y paseó la mirada por alrededor mientras Laura se quedo boquiabierta.

—Devuélveme mis poderes madre, esta broma debe cesar.

—Tienes el poder suficiente para sobrevivir entre los humanos hijo mío, úsalo con sabiduría.

— ¡Madre! —tronó Ares.

— ¿Qué has hecho para que te castigue de esta manera? —preguntó Laura con la garganta seca.

—Castigar a los humanos, torturar aquellas criaturas que…

—Eh… ¿has matado gente? —preguntó ella agrandando los ojos.

— ¿Por quién me tomas? Ellos de encargan de poner fin a sus insignificantes vidas, yo les proporciono un pequeño empujón. Soy el dios de la guerra. Un humano me ha desafiado en la lucha cuerpo a cuerpo, ha retado a un dios en un duelo, no podía permitir semejante desafío.

—Entonces empujas la gente a matarse entre ellos…

—Es divertido —sonrió él con malicia.

—Eres idiota, ¿Qué pasaría si tu gente se mataría entre ellos? —Laura sintió que le martilleaba la cabeza — ¿qué le has hecho al humano para que quiera tu cabeza?

—No es de tu incumbencia muchacha, ahora retirémonos a nuestros aposentos.

—Te retiraras tú al tuyo. Yo iré al mío.

El sonrió, y Laura sintió que le flaqueaban las piernas. Resistirse a aquel cerdo prepotente era un verdadero desafío. Arrogante, prepotente, soberbio y endemoniadamente guapo. Sabía que si la tocaba una vez más le arrancaría la ropa y se dejaría llevar al paraíso o donde fuera que él la llevase.

—Que descanses —dijo ella dándole la espalda —Sabes dónde está tu cuarto, hasta mañana.

Él desplegó una oscura sonrisa y sus ojos de hielo brillaron divertidos. La muchacha le deseaba, el derribaría sus defensas y la tendría. Se enteraría entre sus muslos y la haría suplicar por más. Ninguna muchacha humana u inmortal había resistido a sus encantos. Por un instante le pareció ver deseo en su mirada y cuando la tuvo pegada a su cuerpo, él sintió el fuego de la pasión en sus labios, en su aroma.

—Como gustes muchacha —dijo Ares ladeando la cabeza. —Será divertido conquistarla, le gustaban los desafíos. La observó salir de la cocina y dirigirse a sus aposentos, decidió hacer lo mismo. La muchacha cerró la puerta y Ares sonrió. Muy pronto estaría con ella en su cama y la haría temblar bajo sus caricias. Se dirigió al cuarto que le había asignado la muchacha y se extrañó al recordar que ella no tenia protector. Se quitó aquellas ropas que  estrujaban sus partes, se tendió en el lecho pensativo y se tensó al sentir un cosquilleo en la nuca.

sábado, 25 de marzo de 2017


 
                                                ARES PARTE II
— ¿Quien anda allí? —preguntó con la boca seca.

— ¡Oh, tu insignificante criatura, libérame!

Ella dio un paso atrás y se cayó de culo.

—Martin, si sois vosotros os comeré el hígado, lo juro.

El frasquito tembló y Laura escuchó una carcajada. Abrió mucho los ojos e intentó hablar pero se le atragantó la voz.

—Libérame humana, y te colmare de riquezas —dijo el frasco con tono meloso.

— ¿Por qué no sales  tu mismo de donde te escondes?— Era un truco, uno malditamente conseguido.

Laura se incorporó y se mantuvo alejada del frasquito hablador.

—Humana, libérame, te lo ruego —suplicó la cosa.

Laura cogió con mucho cuidado el frasquito de polvos brillantes y la zarandeó.

—La ira de los dioses caerá sobre ti —gritó la voz.

— ¿Anda ya, porque no te callas?

— ¿Qué precio deseas para liberarme? Puedo concederte todo cuanto desees. Ahogó un grito y se quedo inmóvil. ¿De verdad estaba hablando con un frasquito? ¿Y si le seguía la corriente? Sus hermanos se reirían de ella lo que le quedaba de vida.

— ¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo verte?

— ¡Quita el tapón, mujer! —ordenó la cosa.

Bueno, si estoy loca, no pasará nada, si son mis hermanos, se estarán partiendo de risa, si estoy soñando, tampoco pasará nada, pensó mientras quitaba el tapón del frasquito hablador. Un humo azul envolvió todo el salón y un rugido de furia hizo temblar las paredes. Laura gritó y quiso apartarse pero por la segunda vez se golpeó de la silla de la sala de estar y se cayó.

— ¡Mierda! —intentó incorporarse y al levantar la mirada se atragantó. Frente a ella había un hombre mirándola con los brazos cruzados.

— ¡Joder! —susurró con los ojos muy abiertos.

—Levántate humana, permíteme contemplarte —dijo con una voz que la estremeció hasta la punta de los pies. La voz del frasquito de polvos brillantes.

— ¿Qué truco es este? —Preguntó ella incapaz de moverse —Ya podéis salir cabrones, me lo vais a pagar —masculló entre dientes.

El hombre gruñó y dio un paso hacia ella. Laura se levantó con brusquedad y se echó un paso atrás hasta que sintió la mesa del salón a sus espaldas. Cogió el jarrón y lo apretó con fuerza.

— ¡No te acerques ni paso más, gilipollas! —masculló ella blandiendo el jarrón.

Él echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Madre de Dios bendito ¡qué guapo era! Llevaba una especie de armadura de color plateado, unos pantalones negros de cuero, encima de un cuerpo de dos metros de altura, y unos músculos que le secaron la boca. Lo que la hizo temblar todavía más era su enorme espada Se relajó pero solo un poquito. Era un sueño. Hombres así no existían en realidad, era el prototipo creado de su imaginación. El hombre se paso una mano por el pelo dorado que le tapaba los ojos y Laura se quedo sin aire.  Ningún hombre tenía derecho de poseer semejante belleza seguida de un cuerpo así… era peligro público para la salud mental de cualquier mujer. Rasgos esculpidos, pómulos altos, mandíbula firme, seguidos por unos musculosos brazos exhibiendo bíceps poderosos duros como rocas, un abdomen por el que los modelos de las portadas de novelas románticas matarían, todo cubierto por una aterciopelada piel bronceada. Y los labios decadentemente llenos que invitaban a ser… ¿pero qué demonios hacia ella allí delante de un desconocido fantaseando con sus indecentes labios?

— ¿Cuál es tu nombre, humana? —preguntó el con tono autoritario.

—Oye tío, no paras de llamarme humana, ¿Qué eres, extraterrestre? —siseó ella.

— ¿Cómo te atreves compararme con semejantes criaturas? Te perdono la insignificante vida por haberme liberado de tal inconfortable prisión, pero no juegues con tu suerte —ladró él.

—Qué me perdonas la insignificante… ¿pero quién te crees que eres, gilipollas? ¿Qué tal si sacas tu sucio trasero de mi casa? —chilló ella blandiendo el jarrón.

—Tu descaro me sorprende pequeña criatura —dijo el frunciendo el cejo, deberías arrodillarte frente a mí.

— ¿Qué tal si me besas el culo? —masculló ella entre dientes.

—Cesa tus juegos humana y dime cuál es tu nombre —ordenó el paseando la mirada por alrededor.

—Dímelo tu primero, esta es mi casa y el intruso eres tú.

—Mi nombre es Ares —dijo el alzando el mentón.

— ¡Venga ya! Yo soy Atenea —dijo ella con sarcasmo.

—Imposible, eres humana, puedo sentirlo —abrió mucho los ojos —habéis prestado el nombre de los dioses, ¡por Zeus, cual sacrilegio!

¿De verdad se creía lo que decía? Era chiflado, o… pero… había salido de una botella. ¡Joder! Se estaba volviendo majareta. Completamente.

—Digamos que te llamas Ares, ¿cuál es el truco del frasquito?

—Mi adorada madre me ha desterrado de mi templo. Debo pagar por mis crímenes —dijo él con tono aburrido.

¡Mierda, es un asesino! ¡Joder, Laura! ¿Cómo consigues meterte en semejantes líos?

— Crímenes…, eh, ¿Qué crímenes?

—He castigado la desobediencia y el desafío. Nadie debe atreverse desafiar a un dios.

¡Y ahora se cree un dios! ¡Por Jesús María y José! ¿Saldría viva de esta?

— ¿Y quién es eh… tu madre? —preguntó Laura con la boca seca.

—Soy hijo de Zeus y Hera muchacha, y este interrogatorio debe cesar. ¿Cuál es tu nombre?

—Laura Aguirre —dijo ella observándole cautelosa.

—Mi estomago demanda alimento, tendré necesidades humanas hasta que mi madre levantará mi castigo —dijo él con una mueca de fastidio.

—Entonces si te parto el cráneo con esto… ¿te hare daño, verdad? —preguntó ella mostrándole el jarrón.

Ares torció sus labios en una fina sonrisa.

—Supongo que sí, pero no de tal magnitud que no pueda castigarte.

En un instante, él estuvo a su lado con un dedo enroscado en su pelo.

—Hueles muy bien para ser una humana —dijo el pasando un dedo por su mejilla. Laura sintió una corriente eléctrica recorriéndola hasta los dedos de los pies. Estaba como un queso y ella quería un mordisco. Sus rodillas se volvieron de gelatina cuando las manos del chiflado se cerraron sobre uno de sus pechos. Jadeo y entreabrió los labios cuando el bajo la cabeza hacia ella mirándolo, incapaz de moverse. El jarrón se cayó al suelo con un golpe seco y ella se sobresaltó. Le propinó un rodillazo entre las piernas del gigante y el lanzó un rugido. La agarró de la cintura y tomó posesión de sus labios con brusquedad. Laura vio relámpagos y oyó truenos, estrellas relucientes y fuego de artificios. Su cuerpo estaba en llamas y lo único que deseaba era que el apagase el fuego. No, ¿pero qué haces cambiando saliva,  con un desconocido que salió de una botella? Sus hormonas protestaron cuando ella se apartó del magnífico Aladino ¡Como besaba!

El soltó una carcajada y ella se dijo que el tío parecía un  dios griego de verdad.

—Pronto pequeña, estarás rogando que te tomé. Gritaras mi nombre mientras lameré cada pulgada de tu deliciosa piel.

—Cerdo arrogante, no vuelvas a tocarme.

Ares se sentía intrigado por aquella criatura. Nunca antes había sentido tal necesidad de tomar una humana. Cuando la vio en el suelo mirándolo con aquellos ojos verdes jade enmarcados por unas espesas pestañas, con las piernas desnudas, y con una prenda minúscula tapando sus apetitosos pechos, su cuerpo se sacudió. Ella se levantó de pie y él pudo contemplar sus formas redondeadas, su pequeña cintura y su cuerpo esbelto y frágil. El había tomado muchas humanas pero ninguna hizo que le hirviera la sangre como aquella descarada muchacha de cabellos color fuego. Ni siquiera las Cárites consiguieron que su cuerpo responda de aquella forma salvaje y brutal. Pero sabía que los humanos no eran de fiar.

—Oh muchacha, rogarás que te toque. Ahora muéstrame la salida.

viernes, 24 de marzo de 2017


                                                                   ARES 
              Olimpo

—Pido clemencia mi señor, es joven, perdónenle la vida.

Ares contempló la anciana arrodillada a sus pies desde el trono  dorado  de su templo. No perdonaría la vida de ningún humano traidor, todos eran iguales.

—Levántate y desaparece de mi vista, humana —dijo él con tono aburrido. Tu hijo ha desafiado a los dioses y pagará por ello.

—Han asesinado a su hermano, estaba cegado de dolor —dijo la anciana sollozando.

Ares hizo un movimiento de muñeca ordenando a sus esclavos humanos librarle de tal molesta compañía.

El rostro surcado del paso de los años y de lágrimas amargamente derramadas se endureció. Levantó su fría mirada hacia el dios de la guerra y le echó encima un frasco de polvos recogidos de las tumbas de los caídos.  En el lugar en el que antes estaba la anciana, ahora se alzaba su hermosa madre contemplándolo con dolor y tristeza.

—Te destierro hijo mío, tu maldad no tiene límites. Tu vacio corazón lo alimentas con odio, siembras dolor, tristeza y lagrimas a tu paso. Tendrás que encontrar una persona pura, limpia y bondadosa. Tendrás que conocer el amor, el dolor y el sacrificio. Tendrás que perdonarte a ti mismo por el daño que has hecho. Te despojo de tus poderes, vivirás entre los mortales. Cuando amaras y serás amado, te devolveré lo que te quitado. Adiós hijo mío.

 Cogió el frasco, lo dejó caer en el mundo que mas despreciaba su hijo, y se echo a llorar.

 

Laura necesitaba urgentemente un hombre. Un hombre de verdad, no de aquellos que en diez minutos te cuentan las historias de sus vidas, todos sus éxitos y fracasos.  Con veintisiete años no había dejado a ningún hombre probar de su fruto prohibido. Laura esperaba sentir aquel hormigueo en el estomago, aquellas mariposas  de las que leía en los libros. Entró en el parque y suspirando se sentó en un banco encendiéndose un cigarrillo. <<El problema lo tengo yo>>-pensó observando los niños jugando con una pelota. El que su reacción habitual ante un representante del sexo opuesto consistiera en poner malas caras y contestar apenas con gruñidos, tampoco la ayudaba en su búsqueda. Recordó su última cita, David, un tipo bastante atractivo que hasta le había traído una rosa. Al verlo entrar en el restaurante se dijo<<a lo mejor es la abeja que recogerá mi miel>>, hasta que el empezó a contarle con lujo de detalles como fue su corto matrimonio con una mujer maravillosa que se dio cuenta que no quiere estar casada después de la luna de miel. Le dijo casi lloriqueando que la ama y que no puede imaginar su vida sin ella. Un golpe en la cabeza la sobresaltó y se levantó con brusquedad. Paseó la mirada por alrededor, algún diablillo, pensó apretando los puños. No era que no le gustasen los niños pero algunos eran unos verdaderos duendecillos de las travesuras. Se percató de que estaba sola y se llevó una mano a la cabeza. Dolía. Cuando bajó la mirada vio a sus pies un objeto pequeño que echaba suaves destellos. Lo levantó y lo observó con curiosidad. Parecían polvos de distintos tonos pensó. Quiso tirarlo pero sin saber por qué, lo metió en el bolso. Eran las diez de la noche, no eran horas de pasear por la playa decidió. Dejaría las fotos para el fin de semana siguiente. A sus padres les daría un ataque cuando se enterrarían que había dejado el trabajo en aquellas aburridas oficinas de abogados. Para trabajar en una cafetería.  Y para escribir. Siempre había sido la niña mimada de sus padres y el saco de boxeo de sus hermanos, ahora que vivía sola, por fin, podría probar trabajos, cursos, y muchas cosas más, hasta que decidiría lo que quería. Llegó a su apartamento y su corazón dio un vuelco de excitación. Sonrió al contemplar el mar desde su ventana. Se quitó los zapatos y se sirvió una copa de vino. Escuchó los mensajes del contestador, su madre no se hacia la idea de que su pequeña palomita tenia veintiséis años. Su padre y sus hermanos seguían preocupados porque ella vivía tan lejos de ellos. A trescientos kilómetros. Sacó el frasquito que se le cayó del cielo en la cabeza y se dijo que era muy hermoso. Cogió el mando de la tele, y sin querer derramó el frasquito en el suelo. Lo levantó y frunció el cejo. Hubiera jurado que aquello gimió. Se sacudió tan estúpida idea y se dirigió a la cocina, preparó una ensalada y volvió a la sala de estar. Se sirvió otra copa de vino y se le escapó de la mano.

¿El frasco se movió?

— ¡Madre! ¡Libérame!

Laura dejo escapar un jadeo y se apartó de la mesa.

— ¡Madre! ¡Es inadmisible tal ofensa!

¡Joder! El frasquito… ¿acaba de hablar? sacudió la cabeza con fuerza y se estremeció cuando oyó un gruñido.

—Esta debe ser una broma—dijo ella voz alta, sus traviesos hermanos habrán puesto una cámara oculta, de alguna manera se han colado en su casa. Pues claro que era eso.

—Mi nombre es Ares —dijo el alzando el mentón.

— ¡Venga ya! Yo soy Atenea —dijo ella con sarcasmo.

—Imposible, eres humana, puedo sentirlo —abrió mucho los ojos —habéis prestado el nombre de los dioses, ¡por Zeus, cual sacrilegio!

¿De verdad se creía lo que decía? Era chiflado, o… pero… había salido de una botella. ¡Joder! Se estaba volviendo majareta. Completamente.

sábado, 18 de marzo de 2017


                          PARTE III
En el taxi permanecieron calladas hasta entrar en casa de Laura. Ana se dejó caer en el sofá jadeando por el esfuerzo y el dolor de su pierna era cada vez más intenso. Laura se sentó junto a su hermana, blanca como el papel. El teléfono móvil de Ana sonaba sin parar.

—Necesito una copa, o una botella. Abriré una botella.

—Yo también —dijo Ana antes de silenciar el móvil.

— ¿Qué ha sido eso? Ha aparecido un…

—Tristán, el guerrero atrapado en el espejo. Lo tienes que liberar ya.

—Y un cuerno, ha sido una ilusión óptica.

—Sí, para las tres. Pobre anciana, por poco la mandamos con su Ramiro.

Eso no era normal. Nada era normal desde esa mañana.

—Cuéntame otra vez que paso —exigió Ana.

Laura se levantó, sirvió dos copas y cogió el paquete de cigarrillos para las crisis.

—Tú… no puedes beber.

—Vaya si puedo —rechistó Ana con vehemencia.

Laura volvió al sofá con las copas, con un cigarro encendido y se sentó junto a su hermana.

—No me apetece repetir pero lo hare —dijo antes de tomar un largo trago de vino. Volvió a levantarse y fue en busca de la botella —anoche fui a esa cita a la que acepté con el fin de que dejéis de darme la lata, un mes. Fue horrible o peor, la cena una mierda y el acompañante peor.

—Lo eligió Raúl… a mí no me mires.

—Ya… lo mataré después de saber que cojones me pasa. Después de la cena, me hicisteis la fiesta putada y luego nada… me vine a casa.

— ¿En esos intervalos no te encontraste con nadie?

—Con esa mujer que da vueltas por aquí canturreando.

— ¿Y qué te dijo? Es importante, Laura.

—Estaba como una cuba, ¿Cómo recordar, joder? creo que estaba cantando…

      Estaba cantando, así la encontró delante de la puerta de su casa. Después recordó haberla abrazado y también que le había dado algo de dinero. Luego nada. Despertó a las seis de la mañana gritando y empapada en sudor por alguna pesadilla que no recordaba, con marcas encima de las muñecas y una fuerte quemazón en la mano en la que tenía un espejo. Cuando la llamó Ana por el Messenger, le contó lo de la amnesia y de la sensación de haber pasado una maratón de sexo toda la noche, por el dolor muscular que sentía. Del ejercicio no era ya que era perezosa. Después de cabrearse con su hermana seriamente, discutir lo del maratón que ella sabía que no tuvo lugar, y la firme promesa de Ana de investigar,  se dispuso a ir al médico para lo de los fuertes dolores musculares, las pesadillas y los moretones. Sospechaba de un tumor en la cabeza, ya que las alucinaciones eran fruto de esas enfermedades. Fue entonces, cuando estaba a punto de entrar en la clínica, cuando la llamaron para avisarla que su hermana había sido atropellada por una moto.  Así se lo contó a su hermana que escuchaba atentamente y asentía.

—Ahora escúchame tú —dijo Ana con seriedad—. Es esta esa mujer que solo tú puedes ver de hace un par de meses —buscó el teléfono móvil y al encontrarlo accedió a la galería de fotos—. ¿Es ella, verdad?

 Laura se quedó boquiabierta al contemplar a la mendiga que pululaba cerca de su casa y a la que nadie más que ella veía. Alta y nada encorvada como la recordaba, de porte regio y un vestido de época color azul zafiro igual que sus ojos, melena rojo fuego y de una belleza arrebatadora, la miraba fijamente desde la fotografía.

— ¿Qué es esto? —Con un nudo en la garganta se la quedó mirando fijamente mientras agrandaba la fotografía — ¡es el espejo!

—Es lo que te quería decir cuando me atropelló ese gusano —Ana hizo un movimiento brusco por la excitación y soltó un jadeo de dolor— debes de liberarle.

— ¡Y un cuerno! no volveré a besar esta cosa. Olvidas que lo he tirado en el hospital.

—No te puedes deshacer de él tan fácilmente, busca en tu bolso.

  Efectivamente. El espejo estaba en el bolso, tan entero y sin ningún arañazo.

Laura se quedó mirando a su hermana y luego el espejo. Ella lo había tirado antes de marcharse y allí estaba.  

—No lo entiendo…

—Tu solo tienes que dejar que aparezca su imagen y darle un beso.

Laura volvió a mirarse en el cristal que comenzó a resplandecer mil soles. Cuando apareció el rostro del hombre estuvo a punto de tirarlo al suelo otra vez pero Ana se lo impidió aguantado el espejo y obligándola a seguir mirándolo.

Las paredes temblaron, el suelo crujió, la estancia se llenó de una luz cegadora que las obligó taparse los ojos. Escucharon el gruñido pero solo Ana se destapó los ojos y soltó un jadeo de fascinación.

— ¡Funcionó! ¡Tía, funcionó me cago en la leche!

Laura abrió un ojo y después el siguiente. Y chilló. Allí, frente a la mesa, delante de ellas, había un hombre de más de dos metros, totalmente desnudo, mirándolas con mala cara.

— ¿Quién coño eres y que haces allí en… pelotas?

—Es Tristán, tonta —Ana hizo ademán de levantarse — ¡lo has conseguido!

—Lo que conseguirás es una hostia como te levantes, llama a la policía —chilló Laura tomando posición de artes marciales —y tú, sal de mi casa o te pongo los huevos de corbata.

 

Tristán no daba crédito a su suerte. Estaba libre. Tenía los músculos agarrotados y sentía dolor al más mínimo movimiento pero estaba agradecido. Aunque una de sus dueñas parecía desequilibrada mentalmente. La otra era igual que las demás, le contemplaba con lujuria y fascinación, como a una fiera salvaje, domada por los humanos.

  La primera, que había tomado una extraña posición con las piernas entreabiertas y con los brazos flexionados en una extraña posición, parecía una diosa, tan hermosa la condenada, con un cuerpo esbelto, cabello dorado y ojos de un resplandeciente verde que le recordaba a los bosques que en sus tiempos, recorría a placer. Iba ataviada con unos calzones muy apretados en torno a sus torneadas piernas y con una camiseta apretada también que no dejaba lugar a la imaginación en cuanto a sus delicadas formas. Se enfureció consigo por la extraña sensación que recorrió su cuerpo al contemplar semejante belleza. Despreciaba a las mujeres bellas, sobre todo a las que poseían un semejante atractivo. Pues fue una de ellas la que le arrebató todo. Lo primero de lo que le había despojado Helena, ha sido su orgullo y su dignidad, convirtiéndolo en su esclavo. Y ahora, hasta que sus ruegos llegarían a los dioses, seguía condenado a cumplir los caprichos de esas deleznables criaturas. ¡Diantres, basta de inútiles lamentos! Me hallo en libertad y debo de encontrar el modo de que Hades me abra las puertas de su reino se dijo para sus adentros mientras examinaba los alrededores. Deseaba la muerte eterna porque era la única manera de liberarse. El jamás ofrecería su corazón a una mujer y tampoco haría nada para ganarse el amor de una. Prefería arder en las brasas del infierno. Se dispuso a examinar a la segunda mujer de extraña melena cuando la primera cogió un objeto y lo blandió amenazadoramente.

—Tío, dime quien coño eres y que haces en mi casa, desnudo, o te parto la cabeza —Laura estaba a punto de un ataque de pánico. Le temblaban hasta las uñas de los pies y estaba segura que su posición de Karate daba más risa que miedo.

—Me habéis traído vos —dijo Tristán con tono aburrido.

— ¿Cómo que te he traído yo?

Ana se levantó del sofá no sin dificultad y puso un pie delante de otro, acercándose despacio al guerrero.

—Laura, deja de hacerte la payasa —dijo con voz estridente —lo que necesita es sentarse, comer algo.

—Tu estas mal de la mollera, pero ¿Qué diablos haces?

—Esta como un queso madre mía, mira esos brazos y esa tableta de chocolate. Es un dios del sexo, por dios —sin quitar la mirada del gigante, Ana llegó junto a él y alzó la mano para tocarlo.

— ¡Detente joder! —Laura sentía nauseas, la cabeza estaba a punto de estallársele igual que el corazón. Su hermana estaba a un palmo de narices del recién llegado de ninguna parte, completamente hipnotizada.

—Eres Tristán ¿verdad? ¿Necesitas algo, quieres algo de beber, sentarte?

—Agradecería unas vestimentas y algo de alimento.

—Esto es la leche, tía ¿estás loca? Ese tío…

—Este tío es Tristán, idiota. Y lo trajiste de vuelta a través del espejo. Así que deja de ponerte en plan ridículo y tírame esa manta, aunque es una lástima…

—Yo no besé el espejo, además no puede ser quien dices, los tíos no salen de mini espejos.

—No era necesario el beso —gruñó Tristán —toda esta cháchara me cansa. ¿Sois las dos mis amas? ¡Por la barba de Lug, prefiero la cueva!

—Tranquilo guapote —Ana acarició su brazo que parecía de piedra y sus ojos se detuvieron en su entrepierna—mi hermana es la que te liberó y es una buena tía, espera que se haga la idea.

Tristán se quedó mirando a la pequeña duendecillo de cabellos de extraño color, igual que los ojos y los labios. Al fijarse atentamente en el color de sus ojos verdes, -iguales que la otra muchacha que no paraba de chillar- observó los moretones y el brazo vendado y sintió una furia incontrolable.

— ¿Fue el miserable de tu amo el que te hizo daño? Le arrancaré la cabeza —tronó.

— ¡Aléjate de mi hermana, gusano! —Laura clavó los ojos en su hermana —quítale la mano de encima, idiota, aléjate de él que es violento, ¿no lo ves?

—Piensa que alguien me pego, burra. Deja de hacerte la imbécil y cálmate, el hombre está agotado. Tendrá hambre y sed, las habrá pasado canutas en ese espejo.

— ¿Tú te estas escuchando? ¡Hablas de un tío que salió de un puto espejo!

Tristán comenzó a resplandecer como una antorcha haciendo que las dos soltaran un chillido.

—Ya basta —dijo con una calma que les puso los pelos de punta—jamás he imaginado que existían mujeres tan endiabladas como vosotras. Dadme vuestras órdenes de una vez y cumpliré con mi cometido o enviadme de vuelta, pues no soportare tan denigrante situación.

—Es… esta… ¿está resplandeciendo?

Tristán las barrió con la mirada mientras las muchachas enmudecieron con los ojos y la boca muy abiertos.

Situación que le agradó sobremanera, a pesar de que al resplandecer, perdía un poco más de su energía. Debía de ir con cuidado antes de perder los estribos de nuevo, pues era lo único que le quedaba para intentar contactar con su gente.

—Cumples deseos dices, como el genio de la lámpara…

—Puedo hacer que gritéis mi nombre mientras le ofrezco un placer que jamás hayáis imaginado —dijo Tristán arrastrando las palabras mientras la recorría con la mirada —puedo haceros sollozar de júbilo si así lo deseáis. Tan solo pedídmelo. Pero antes, necesito alimento y bebida pues debo de reponer fuerzas.

Laura tragó saliva y se apoyó en la mesa del comedor para no caer. La voz del gigante, el modo de mirarla y ese cuerpo de dios del sexo le fundieron las neuronas. El tío resplandeció como una lámpara… eso no era normal. Por primera vez desde que apareció de la nada se dedicó a examinar ese rostro de ángel del pecado. Era tan guapo que dolía mirarlo. El pelo rubio le llegaba hasta los hombros, los ojos de un azul océano y una barba dorada cubría su mentón cuadrado. Los brazos fuertes repletos puro musculo, el torso totalmente cuadrado como si de una escultura en mármol se tratara, el abdomen que parecía un pack de cervezas y la perfecta uve que llevaba a… bueno, eso no lo miraría aunque se lo imaginaba. Le ardía el rostro y los ojos por no parpadear con semejante vista. Era el dios del sexo, de la lujuria y el pecado. Ana, sí que le examinaba a conciencia y no paraba de soltar pequeños jadeos que la ponían de los nervios. Debía de creer, que ese hombre endemoniadamente guapo había salido del espejito dorado en forma de lágrima. Ella era escritora de novela romántica paranormal. Creaba personajes como ese, vampiros, duendes, elfos, demonios y demás criaturas tan atractivas que hacían a sus lectoras soñar con un mundo habitado por esos seres, pero jamás habría imaginado algo así. El del espejo… Tristán, emanaba poder, peligro y testosterona por todos los poros. Ese hombre traspasaba las fronteras de su imaginación. A Laura le costaba creer que esos dos metros y pico de gigante habían salido de un espejo, pero la evidencia le daba en las narices, había resplandecido. Apareció justo después de mirarse en el espejo igual que vio su rostro en el hospital. Estaba de mierda hasta el cuello y la culpa era de su lujuriosa hermanita que se comía con los ojos al llamado Tristán, trocito a trocito. Y eso de que la podía hacer gritar… ¡Joder, se creía el genio del sexo el tío!