ARES IV
Eris estaba flotando por
encima del lecho sonriendo con malicia. Jamás sabrán que la maldad de Ares se
la debían a ella. Con el dios de la guerra fuera de Olimpo todo sería más
fácil, ella y su amado sembraran el miedo y la discordia entre los dioses y
dominarían los reinos. Como todos los hombres, Ares había sucumbido a sus
encantos y su maldad sobrepasó los límites, nadie conseguirá despertar sus
verdaderos instintos. Observó el anillo que
Ares llevaba en el dedo y se
desvaneció riendo.
La habitación parecía una
jaula. Se paseaba en círculos masajeándose las sienes mientras soltaba
maldiciones. ¿Dioses salidos de frascos? ¿No se suponía que debía frotar el
frasco y llamarlo tres veces antes de salir? Laura creía recordar que el genio
de Aladino salía así de su lámpara mágica. ¡Y qué dios! Había leído algo sobre aquel
despiadado dios de la guerra, ¿pero que existían? Hasta había visto películas,
y aquella serie que tanto le gustaba, Xena, princesa guerrera. Y era tan… guapo
que quitaba el aliento, y sexy… tanto que le nublaba la mente, ¿Cómo pensar con
claridad con un hombretón así, en su casa? Era un peligro andante, sí señor, un
peligro para su salud mental pero todavía más para sus revolucionadas hormonas.
Y lo peor de todo era que no podía enviarlo de paseo ya que al parecer su
madre… la diosa no-se-que, lo había atado a ella. Claro… ella era la listilla
que recoge un frasquito caído del cielo —en su cabeza— y se lo lleva a su casa.
Y cuando el frasquito empezó a maldecirla y a hablar ella… va y lo abre. Si que
era lista. Se dejó caer en la cama y se puso la tele. Necesitaba dormir y al despertar
estaría más despejada, podría pensar con más claridad.
Despertó
con dolor de cabeza y mas cansada de lo que se había acostado.
Buscó a tientas la bata y
salió con los ojos medio cerrados en busca de café. Llegó a la cocina y se
despertó de golpe cuando encontró a Ares, ataviado con una toalla en torno a
las caderas con las narices en sus cajones. Se estremeció al recordar los
acontecimientos del día anterior, no estaba sola y aquel dios era el culpable
de su noche en vela, de sus sueños eróticos y de las ojeras que aunque no había
llegado al espejo, sabía que estaban allí. Le lanzó una mirada de reojo y se
dirigió a la cafetera. No podría pensar sin un sorbo de café.
—
Buenos días ¿Qué estas buscando?
—Un
arma para salir a cazar —dijo Ares entrecerrando los ojos — Me agrada ese
aroma, ¿Qué es?
—Café,
y… ¿para que necesitas un arma? —Se estremeció Laura — ¿Qué quieres cazar?
—Alimento
muchacha —respondió Ares mirándola extrañado.
— ¡Oh!
No puedes salir a cazar tío, siéntate, preparare el desayuno.
—Tendré
que proporcionarte alimento para cocinar mujer, ¿Qué vamos a comer?
Laura
se lo quedo mirando y aguanto una risita, era tan serio y guapo, allí envuelto
en tan solo una toalla, que le daban ganas de volver al dormitorio pero con él.
—En mi
época no se caza, al menos no aquí, y no como tú crees. Los cazadores son
profesionales, salen por diversión y algunos por necesidad no como en otras
épocas.
—Entonces
¿Cómo consigues la carne? —preguntó incrédulo.
—Del
mercado, después de desayunar saldremos a comprar, ¿de acuerdo?
El
asintió y se sentó en la silla mirándola mientras ponía los huevos en la
sartén. Le sirvió una taza de café y Ares olisqueó el aroma frunciendo el cejo.
El
brebaje de color oscuro olía de maravilla se dijo, metió el pulgar y a
continuación se lo chupó. Laura agrandó los ojos pensando que aquel gesto
debería darle asco no excitarla.
—Es
café y… lo tomamos por las mañanas para despejarnos.
— ¿Es
mágico? —Preguntó Ares tomando un pequeño sorbito, cerró los ojos y soltó un
suspiro —esta delicioso.
—Sí,
bueno, para mí lo es… eh, mágico — ¿Por qué sentía aquel cosquilleo con cada
gesto que hacia Ares?
Laura puso lo huevos en
platos y colocó el bacón en la sartén. A continuación exprimió naranjas y se
sentó en la mesa.
Ares pensó que su madre
le había enviado entre los humanos para atormentarlo. Puso a aquella humana en
su camino, y él no se resistiría a semejante desafío. Jamás había visto una
mujer tan hermosa, tan valiente e intrigante. Le sangre le hervía de lujuria
mientras la observaba con aquella prenda que no dejaba nada a la imaginación.
Con cada movimiento ella enviaba oleadas de deseo a su cuerpo y lo único que
quería era cabalgarla para toda la eternidad. Cuando ella colocó el plato de
comida frente a él, Ares estuvo tentado de agarrarla y quitarle aquella prenda,
acariciar su cuerpo desnudo hasta hacerla suplicar el placer, enterrar su
rostro entre aquellos pechos firmes y mordisquearla hasta la liberación. Despertaba
en él sensaciones que jamás había sentido. Aspiró el aroma huevos fritos con
bacón y su estomago rugió. Decidió
aplazar la conquista de la muchacha, no será muy difícil derribar sus defensas.
Desayunaron en silencio
sin dejar de echarse miraditas.
—Delicioso —dijo él con
satisfacción —me llevare estas bebidas a mi mundo, los dioses agradecerán
semejante brebajes.
— ¿No hay café y naranjas
en el Olimpo?
—Muchacha, nos deleitamos
con otros placeres. Nuestros brebajes demandan magia.
—Y los nuestros, trabajo
—dijo ella con desdén —iré a vestirme, tengo que trabajar.
—Te acompañare —dijo él levantándose con brusquedad
— ¡Oh! Eso sí que no
puede ser, no puedes ir conmigo al trabajo.
—Iré contigo muchacha.
—No puedes ir envuelto en
una toalla —bufó ella —Vístete.
¿Qué demonios va hacer
con él? No podía llevarlo con ella a la cafetería, y lo cierto era que tampoco
podía dejarlo solo en su casa. Maldiciendo se dirigió al cuarto de baño y se
abrió los grifos. Volvió a maldecirse por no tener un cerrojo en la puerta.
Pero ayer por la mañana estaba sola, ¿Cómo iba ella a saber que tendría una
visita del dios de la guerra? Se quitó la ropa esperando que Ares este muy
ocupado y que no entre a buscarla o a hacer sus necesidades. Dejo el agua
templada acariciar su cuerpo y se enjabonó el cuerpo. Cuando acabó se volvió
para buscar la toalla y se topó con la mirada gris de Ares.
— ¡Sal ahora mismo hijo
de puta! —chillo tapándose los pechos.
Pero la mirada de Ares
estaba posada en otro sitio, más abajo. Sus ojos descendieron por su cuerpo
estremeciéndola, enviándole olas de calor por todo el cuerpo. Torció los labios
en una sonrisa y salió riendo a carcajadas.
Temblando de furia y
vergüenza, Laura se puso la bata y salió echando humo por las orejas. Lo encontró
en su habitación atándose las botas.
— ¡Oye, no puedes entrar
en mi cuarto de baño cuando me estoy duchando! ¿Es que allí en tu mundo no
respetáis nada?
Ares levanto la mirada
muy lentamente y sonreía. El muy canalla sonreía.
—No sabía que estas allí
muchacha, y en mi mundo las mujeres están deseosas de que yo las sorprenda
desnudas.
—Pues yo no. Mientras
vivas en mi casa tendrás que respetar mi intimidad, y que sepas que mi cerebro
no es del tamaño de una mosca para caer rendida a tus pies.
—Caerás —gruñó el sin
dejar de sonreír, se levantó y se acercó a ella con lentitud. Le pasó un dedo
por la mejilla estremeciéndola, cogió una mecha de su cabello y se lo enroscó
en los dedos quemándola con la mirada, cuando ella tembló el la atrajo hacia él
y acercó sus labios a su mejilla. Laura tembló demasiado aturdida para moverse.
Cuando los labios de Ares poseyeron los suyos, Laura pensó en rayos y truenos,
intentó zafarse pero lo que hizo fue pegarse más a él. Ella enroscó sus dedos en su pelo y lo besó a su
vez, luego perdió el aliento por completo cuando él hizo más hondo el beso. Una
mano viril se ahuecó en su mandíbula; la otra se deslizó hacia abajo del arco
de su columna vertebral, ahuecándose en sus caderas, moldeando su cuerpo
apretadamente contra el de él. Laura sintió sus manos fuertes acariciando sus
muslos y en un instante estaba encima de ella mordisqueándole los pechos
sacándole pequeños jadeos de placer. ¿Cuando y como habían llegado en la cama?
Ares deslizó una mano por sus muslos y Laura supo que tenía que detener aquello
antes de…
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