PARTE III
En el taxi
permanecieron calladas hasta entrar en casa de Laura. Ana se dejó caer en el
sofá jadeando por el esfuerzo y el dolor de su pierna era cada vez más intenso.
Laura se sentó junto a su hermana, blanca como el papel. El teléfono móvil de
Ana sonaba sin parar.
—Necesito
una copa, o una botella. Abriré una botella.
—Yo
también —dijo Ana antes de silenciar el móvil.
— ¿Qué ha
sido eso? Ha aparecido un…
—Tristán,
el guerrero atrapado en el espejo. Lo tienes que liberar ya.
—Y un
cuerno, ha sido una ilusión óptica.
—Sí, para
las tres. Pobre anciana, por poco la mandamos con su Ramiro.
Eso no era
normal. Nada era normal desde esa mañana.
—Cuéntame
otra vez que paso —exigió Ana.
Laura se levantó,
sirvió dos copas y cogió el paquete de cigarrillos para las crisis.
—Tú… no
puedes beber.
—Vaya si
puedo —rechistó Ana con vehemencia.
Laura
volvió al sofá con las copas, con un cigarro encendido y se sentó junto a su
hermana.
—No me
apetece repetir pero lo hare —dijo antes de tomar un largo trago de vino.
Volvió a levantarse y fue en busca de la botella —anoche fui a esa cita a la
que acepté con el fin de que dejéis de darme la lata, un mes. Fue horrible o
peor, la cena una mierda y el acompañante peor.
—Lo eligió
Raúl… a mí no me mires.
—Ya… lo
mataré después de saber que cojones me pasa. Después de la cena, me hicisteis
la fiesta putada y luego nada… me vine a casa.
— ¿En esos
intervalos no te encontraste con nadie?
—Con esa
mujer que da vueltas por aquí canturreando.
— ¿Y qué
te dijo? Es importante, Laura.
—Estaba
como una cuba, ¿Cómo recordar, joder? creo que estaba cantando…
Estaba cantando, así la encontró delante
de la puerta de su casa. Después recordó haberla abrazado y también que le
había dado algo de dinero. Luego nada. Despertó a las seis de la mañana
gritando y empapada en sudor por alguna pesadilla que no recordaba, con marcas
encima de las muñecas y una fuerte quemazón en la mano en la que tenía un
espejo. Cuando la llamó Ana por el Messenger, le contó lo de la amnesia y de la
sensación de haber pasado una maratón de sexo toda la noche, por el dolor
muscular que sentía. Del ejercicio no era ya que era perezosa. Después de
cabrearse con su hermana seriamente, discutir lo del maratón que ella sabía que
no tuvo lugar, y la firme promesa de Ana de investigar, se dispuso a ir al médico para lo de los
fuertes dolores musculares, las pesadillas y los moretones. Sospechaba de un
tumor en la cabeza, ya que las alucinaciones eran fruto de esas enfermedades.
Fue entonces, cuando estaba a punto de entrar en la clínica, cuando la llamaron
para avisarla que su hermana había sido atropellada por una moto. Así se lo contó a su hermana que escuchaba
atentamente y asentía.
—Ahora
escúchame tú —dijo Ana con seriedad—. Es esta esa mujer que solo tú puedes ver
de hace un par de meses —buscó el teléfono móvil y al encontrarlo accedió a la
galería de fotos—. ¿Es ella, verdad?
Laura se quedó boquiabierta al contemplar a la
mendiga que pululaba cerca de su casa y a la que nadie más que ella veía. Alta
y nada encorvada como la recordaba, de porte regio y un vestido de época color
azul zafiro igual que sus ojos, melena rojo fuego y de una belleza
arrebatadora, la miraba fijamente desde la fotografía.
— ¿Qué es
esto? —Con un nudo en la garganta se la quedó mirando fijamente mientras
agrandaba la fotografía — ¡es el espejo!
—Es lo que
te quería decir cuando me atropelló ese gusano —Ana hizo un movimiento brusco
por la excitación y soltó un jadeo de dolor— debes de liberarle.
— ¡Y un
cuerno! no volveré a besar esta cosa. Olvidas que lo he tirado en el hospital.
—No te
puedes deshacer de él tan fácilmente, busca en tu bolso.
Efectivamente. El espejo estaba en el bolso,
tan entero y sin ningún arañazo.
Laura se
quedó mirando a su hermana y luego el espejo. Ella lo había tirado antes de
marcharse y allí estaba.
—No lo
entiendo…
—Tu solo
tienes que dejar que aparezca su imagen y darle un beso.
Laura
volvió a mirarse en el cristal que comenzó a resplandecer mil soles. Cuando
apareció el rostro del hombre estuvo a punto de tirarlo al suelo otra vez pero
Ana se lo impidió aguantado el espejo y obligándola a seguir mirándolo.
Las
paredes temblaron, el suelo crujió, la estancia se llenó de una luz cegadora
que las obligó taparse los ojos. Escucharon el gruñido pero solo Ana se destapó
los ojos y soltó un jadeo de fascinación.
— ¡Funcionó!
¡Tía, funcionó me cago en la leche!
Laura
abrió un ojo y después el siguiente. Y chilló. Allí, frente a la mesa, delante
de ellas, había un hombre de más de dos metros, totalmente desnudo, mirándolas
con mala cara.
— ¿Quién
coño eres y que haces allí en… pelotas?
—Es
Tristán, tonta —Ana hizo ademán de levantarse — ¡lo has conseguido!
—Lo que
conseguirás es una hostia como te levantes, llama a la policía —chilló Laura
tomando posición de artes marciales —y tú, sal de mi casa o te pongo los huevos
de corbata.
Tristán no
daba crédito a su suerte. Estaba libre. Tenía los músculos agarrotados y sentía
dolor al más mínimo movimiento pero estaba agradecido. Aunque una de sus dueñas
parecía desequilibrada mentalmente. La otra era igual que las demás, le
contemplaba con lujuria y fascinación, como a una fiera salvaje, domada por los
humanos.
La primera, que había tomado una extraña
posición con las piernas entreabiertas y con los brazos flexionados en una extraña
posición, parecía una diosa, tan hermosa la condenada, con un cuerpo esbelto,
cabello dorado y ojos de un resplandeciente verde que le recordaba a los
bosques que en sus tiempos, recorría a placer. Iba ataviada con unos calzones
muy apretados en torno a sus torneadas piernas y con una camiseta apretada
también que no dejaba lugar a la imaginación en cuanto a sus delicadas formas.
Se enfureció consigo por la extraña sensación que recorrió su cuerpo al
contemplar semejante belleza. Despreciaba a las mujeres bellas, sobre todo a
las que poseían un semejante atractivo. Pues fue una de ellas la que le
arrebató todo. Lo primero de lo que le había despojado Helena, ha sido su
orgullo y su dignidad, convirtiéndolo en su esclavo. Y ahora, hasta que sus
ruegos llegarían a los dioses, seguía condenado a cumplir los caprichos de esas
deleznables criaturas. ¡Diantres, basta de inútiles lamentos! Me hallo en
libertad y debo de encontrar el modo de que Hades me abra las puertas de su
reino se dijo para sus adentros mientras examinaba los alrededores. Deseaba la
muerte eterna porque era la única manera de liberarse. El jamás ofrecería su
corazón a una mujer y tampoco haría nada para ganarse el amor de una. Prefería
arder en las brasas del infierno. Se dispuso a examinar a la segunda mujer de
extraña melena cuando la primera cogió un objeto y lo blandió amenazadoramente.
—Tío, dime
quien coño eres y que haces en mi casa, desnudo, o te parto la cabeza —Laura
estaba a punto de un ataque de pánico. Le temblaban hasta las uñas de los pies
y estaba segura que su posición de Karate daba más risa que miedo.
—Me habéis
traído vos —dijo Tristán con tono aburrido.
— ¿Cómo
que te he traído yo?
Ana se
levantó del sofá no sin dificultad y puso un pie delante de otro, acercándose
despacio al guerrero.
—Laura,
deja de hacerte la payasa —dijo con voz estridente —lo que necesita es
sentarse, comer algo.
—Tu estas
mal de la mollera, pero ¿Qué diablos haces?
—Esta como
un queso madre mía, mira esos brazos y esa tableta de chocolate. Es un dios del
sexo, por dios —sin quitar la mirada del gigante, Ana llegó junto a él y alzó
la mano para tocarlo.
— ¡Detente
joder! —Laura sentía nauseas, la cabeza estaba a punto de estallársele igual
que el corazón. Su hermana estaba a un palmo de narices del recién llegado de
ninguna parte, completamente hipnotizada.
—Eres Tristán
¿verdad? ¿Necesitas algo, quieres algo de beber, sentarte?
—Agradecería
unas vestimentas y algo de alimento.
—Esto es
la leche, tía ¿estás loca? Ese tío…
—Este tío
es Tristán, idiota. Y lo trajiste de vuelta a través del espejo. Así que deja
de ponerte en plan ridículo y tírame esa manta, aunque es una lástima…
—Yo no
besé el espejo, además no puede ser quien dices, los tíos no salen de mini
espejos.
—No era
necesario el beso —gruñó Tristán —toda esta cháchara me cansa. ¿Sois las dos
mis amas? ¡Por la barba de Lug, prefiero la cueva!
—Tranquilo
guapote —Ana acarició su brazo que parecía de piedra y sus ojos se detuvieron
en su entrepierna—mi hermana es la que te liberó y es una buena tía, espera que
se haga la idea.
Tristán se
quedó mirando a la pequeña duendecillo de cabellos de extraño color, igual que
los ojos y los labios. Al fijarse atentamente en el color de sus ojos verdes,
-iguales que la otra muchacha que no paraba de chillar- observó los moretones y
el brazo vendado y sintió una furia incontrolable.
— ¿Fue el
miserable de tu amo el que te hizo daño? Le arrancaré la cabeza —tronó.
— ¡Aléjate
de mi hermana, gusano! —Laura clavó los ojos en su hermana —quítale la mano de
encima, idiota, aléjate de él que es violento, ¿no lo ves?
—Piensa
que alguien me pego, burra. Deja de hacerte la imbécil y cálmate, el hombre
está agotado. Tendrá hambre y sed, las habrá pasado canutas en ese espejo.
— ¿Tú te
estas escuchando? ¡Hablas de un tío que salió de un puto espejo!
Tristán
comenzó a resplandecer como una antorcha haciendo que las dos soltaran un
chillido.
—Ya basta —dijo
con una calma que les puso los pelos de punta—jamás he imaginado que existían
mujeres tan endiabladas como vosotras. Dadme vuestras órdenes de una vez y
cumpliré con mi cometido o enviadme de vuelta, pues no soportare tan denigrante
situación.
—Es… esta…
¿está resplandeciendo?
Tristán
las barrió con la mirada mientras las muchachas enmudecieron con los ojos y la
boca muy abiertos.
Situación
que le agradó sobremanera, a pesar de que al resplandecer, perdía un poco más
de su energía. Debía de ir con cuidado antes de perder los estribos de nuevo,
pues era lo único que le quedaba para intentar contactar con su gente.
—Cumples
deseos dices, como el genio de la lámpara…
—Puedo
hacer que gritéis mi nombre mientras le ofrezco un placer que jamás hayáis
imaginado —dijo Tristán arrastrando las palabras mientras la recorría con la
mirada —puedo haceros sollozar de júbilo si así lo deseáis. Tan solo pedídmelo.
Pero antes, necesito alimento y bebida pues debo de reponer fuerzas.
Laura
tragó saliva y se apoyó en la mesa del comedor para no caer. La voz del
gigante, el modo de mirarla y ese cuerpo de dios del sexo le fundieron las
neuronas. El tío resplandeció como una lámpara… eso no era normal. Por primera
vez desde que apareció de la nada se dedicó a examinar ese rostro de ángel del
pecado. Era tan guapo que dolía mirarlo. El pelo rubio le llegaba hasta los
hombros, los ojos de un azul océano y una barba dorada cubría su mentón
cuadrado. Los brazos fuertes repletos puro musculo, el torso totalmente
cuadrado como si de una escultura en mármol se tratara, el abdomen que parecía
un pack de cervezas y la perfecta uve que llevaba a… bueno, eso no lo miraría
aunque se lo imaginaba. Le ardía el rostro y los ojos por no parpadear con
semejante vista. Era el dios del sexo, de la lujuria y el pecado. Ana, sí que
le examinaba a conciencia y no paraba de soltar pequeños jadeos que la ponían
de los nervios. Debía de creer, que ese hombre endemoniadamente guapo había
salido del espejito dorado en forma de lágrima. Ella era escritora de novela
romántica paranormal. Creaba personajes como ese, vampiros, duendes, elfos,
demonios y demás criaturas tan atractivas que hacían a sus lectoras soñar con
un mundo habitado por esos seres, pero jamás habría imaginado algo así. El del
espejo… Tristán, emanaba poder, peligro y testosterona por todos los poros. Ese
hombre traspasaba las fronteras de su imaginación. A Laura le costaba creer que
esos dos metros y pico de gigante habían salido de un espejo, pero la evidencia
le daba en las narices, había resplandecido. Apareció justo después de mirarse
en el espejo igual que vio su rostro en el hospital. Estaba de mierda hasta el
cuello y la culpa era de su lujuriosa hermanita que se comía con los ojos al
llamado Tristán, trocito a trocito. Y eso de que la podía hacer gritar… ¡Joder,
se creía el genio del sexo el tío!
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