el amor

El amor nace con una sonrisa, crece con un beso y se muere con una lagrima.

sábado, 18 de marzo de 2017


                          PARTE III
En el taxi permanecieron calladas hasta entrar en casa de Laura. Ana se dejó caer en el sofá jadeando por el esfuerzo y el dolor de su pierna era cada vez más intenso. Laura se sentó junto a su hermana, blanca como el papel. El teléfono móvil de Ana sonaba sin parar.

—Necesito una copa, o una botella. Abriré una botella.

—Yo también —dijo Ana antes de silenciar el móvil.

— ¿Qué ha sido eso? Ha aparecido un…

—Tristán, el guerrero atrapado en el espejo. Lo tienes que liberar ya.

—Y un cuerno, ha sido una ilusión óptica.

—Sí, para las tres. Pobre anciana, por poco la mandamos con su Ramiro.

Eso no era normal. Nada era normal desde esa mañana.

—Cuéntame otra vez que paso —exigió Ana.

Laura se levantó, sirvió dos copas y cogió el paquete de cigarrillos para las crisis.

—Tú… no puedes beber.

—Vaya si puedo —rechistó Ana con vehemencia.

Laura volvió al sofá con las copas, con un cigarro encendido y se sentó junto a su hermana.

—No me apetece repetir pero lo hare —dijo antes de tomar un largo trago de vino. Volvió a levantarse y fue en busca de la botella —anoche fui a esa cita a la que acepté con el fin de que dejéis de darme la lata, un mes. Fue horrible o peor, la cena una mierda y el acompañante peor.

—Lo eligió Raúl… a mí no me mires.

—Ya… lo mataré después de saber que cojones me pasa. Después de la cena, me hicisteis la fiesta putada y luego nada… me vine a casa.

— ¿En esos intervalos no te encontraste con nadie?

—Con esa mujer que da vueltas por aquí canturreando.

— ¿Y qué te dijo? Es importante, Laura.

—Estaba como una cuba, ¿Cómo recordar, joder? creo que estaba cantando…

      Estaba cantando, así la encontró delante de la puerta de su casa. Después recordó haberla abrazado y también que le había dado algo de dinero. Luego nada. Despertó a las seis de la mañana gritando y empapada en sudor por alguna pesadilla que no recordaba, con marcas encima de las muñecas y una fuerte quemazón en la mano en la que tenía un espejo. Cuando la llamó Ana por el Messenger, le contó lo de la amnesia y de la sensación de haber pasado una maratón de sexo toda la noche, por el dolor muscular que sentía. Del ejercicio no era ya que era perezosa. Después de cabrearse con su hermana seriamente, discutir lo del maratón que ella sabía que no tuvo lugar, y la firme promesa de Ana de investigar,  se dispuso a ir al médico para lo de los fuertes dolores musculares, las pesadillas y los moretones. Sospechaba de un tumor en la cabeza, ya que las alucinaciones eran fruto de esas enfermedades. Fue entonces, cuando estaba a punto de entrar en la clínica, cuando la llamaron para avisarla que su hermana había sido atropellada por una moto.  Así se lo contó a su hermana que escuchaba atentamente y asentía.

—Ahora escúchame tú —dijo Ana con seriedad—. Es esta esa mujer que solo tú puedes ver de hace un par de meses —buscó el teléfono móvil y al encontrarlo accedió a la galería de fotos—. ¿Es ella, verdad?

 Laura se quedó boquiabierta al contemplar a la mendiga que pululaba cerca de su casa y a la que nadie más que ella veía. Alta y nada encorvada como la recordaba, de porte regio y un vestido de época color azul zafiro igual que sus ojos, melena rojo fuego y de una belleza arrebatadora, la miraba fijamente desde la fotografía.

— ¿Qué es esto? —Con un nudo en la garganta se la quedó mirando fijamente mientras agrandaba la fotografía — ¡es el espejo!

—Es lo que te quería decir cuando me atropelló ese gusano —Ana hizo un movimiento brusco por la excitación y soltó un jadeo de dolor— debes de liberarle.

— ¡Y un cuerno! no volveré a besar esta cosa. Olvidas que lo he tirado en el hospital.

—No te puedes deshacer de él tan fácilmente, busca en tu bolso.

  Efectivamente. El espejo estaba en el bolso, tan entero y sin ningún arañazo.

Laura se quedó mirando a su hermana y luego el espejo. Ella lo había tirado antes de marcharse y allí estaba.  

—No lo entiendo…

—Tu solo tienes que dejar que aparezca su imagen y darle un beso.

Laura volvió a mirarse en el cristal que comenzó a resplandecer mil soles. Cuando apareció el rostro del hombre estuvo a punto de tirarlo al suelo otra vez pero Ana se lo impidió aguantado el espejo y obligándola a seguir mirándolo.

Las paredes temblaron, el suelo crujió, la estancia se llenó de una luz cegadora que las obligó taparse los ojos. Escucharon el gruñido pero solo Ana se destapó los ojos y soltó un jadeo de fascinación.

— ¡Funcionó! ¡Tía, funcionó me cago en la leche!

Laura abrió un ojo y después el siguiente. Y chilló. Allí, frente a la mesa, delante de ellas, había un hombre de más de dos metros, totalmente desnudo, mirándolas con mala cara.

— ¿Quién coño eres y que haces allí en… pelotas?

—Es Tristán, tonta —Ana hizo ademán de levantarse — ¡lo has conseguido!

—Lo que conseguirás es una hostia como te levantes, llama a la policía —chilló Laura tomando posición de artes marciales —y tú, sal de mi casa o te pongo los huevos de corbata.

 

Tristán no daba crédito a su suerte. Estaba libre. Tenía los músculos agarrotados y sentía dolor al más mínimo movimiento pero estaba agradecido. Aunque una de sus dueñas parecía desequilibrada mentalmente. La otra era igual que las demás, le contemplaba con lujuria y fascinación, como a una fiera salvaje, domada por los humanos.

  La primera, que había tomado una extraña posición con las piernas entreabiertas y con los brazos flexionados en una extraña posición, parecía una diosa, tan hermosa la condenada, con un cuerpo esbelto, cabello dorado y ojos de un resplandeciente verde que le recordaba a los bosques que en sus tiempos, recorría a placer. Iba ataviada con unos calzones muy apretados en torno a sus torneadas piernas y con una camiseta apretada también que no dejaba lugar a la imaginación en cuanto a sus delicadas formas. Se enfureció consigo por la extraña sensación que recorrió su cuerpo al contemplar semejante belleza. Despreciaba a las mujeres bellas, sobre todo a las que poseían un semejante atractivo. Pues fue una de ellas la que le arrebató todo. Lo primero de lo que le había despojado Helena, ha sido su orgullo y su dignidad, convirtiéndolo en su esclavo. Y ahora, hasta que sus ruegos llegarían a los dioses, seguía condenado a cumplir los caprichos de esas deleznables criaturas. ¡Diantres, basta de inútiles lamentos! Me hallo en libertad y debo de encontrar el modo de que Hades me abra las puertas de su reino se dijo para sus adentros mientras examinaba los alrededores. Deseaba la muerte eterna porque era la única manera de liberarse. El jamás ofrecería su corazón a una mujer y tampoco haría nada para ganarse el amor de una. Prefería arder en las brasas del infierno. Se dispuso a examinar a la segunda mujer de extraña melena cuando la primera cogió un objeto y lo blandió amenazadoramente.

—Tío, dime quien coño eres y que haces en mi casa, desnudo, o te parto la cabeza —Laura estaba a punto de un ataque de pánico. Le temblaban hasta las uñas de los pies y estaba segura que su posición de Karate daba más risa que miedo.

—Me habéis traído vos —dijo Tristán con tono aburrido.

— ¿Cómo que te he traído yo?

Ana se levantó del sofá no sin dificultad y puso un pie delante de otro, acercándose despacio al guerrero.

—Laura, deja de hacerte la payasa —dijo con voz estridente —lo que necesita es sentarse, comer algo.

—Tu estas mal de la mollera, pero ¿Qué diablos haces?

—Esta como un queso madre mía, mira esos brazos y esa tableta de chocolate. Es un dios del sexo, por dios —sin quitar la mirada del gigante, Ana llegó junto a él y alzó la mano para tocarlo.

— ¡Detente joder! —Laura sentía nauseas, la cabeza estaba a punto de estallársele igual que el corazón. Su hermana estaba a un palmo de narices del recién llegado de ninguna parte, completamente hipnotizada.

—Eres Tristán ¿verdad? ¿Necesitas algo, quieres algo de beber, sentarte?

—Agradecería unas vestimentas y algo de alimento.

—Esto es la leche, tía ¿estás loca? Ese tío…

—Este tío es Tristán, idiota. Y lo trajiste de vuelta a través del espejo. Así que deja de ponerte en plan ridículo y tírame esa manta, aunque es una lástima…

—Yo no besé el espejo, además no puede ser quien dices, los tíos no salen de mini espejos.

—No era necesario el beso —gruñó Tristán —toda esta cháchara me cansa. ¿Sois las dos mis amas? ¡Por la barba de Lug, prefiero la cueva!

—Tranquilo guapote —Ana acarició su brazo que parecía de piedra y sus ojos se detuvieron en su entrepierna—mi hermana es la que te liberó y es una buena tía, espera que se haga la idea.

Tristán se quedó mirando a la pequeña duendecillo de cabellos de extraño color, igual que los ojos y los labios. Al fijarse atentamente en el color de sus ojos verdes, -iguales que la otra muchacha que no paraba de chillar- observó los moretones y el brazo vendado y sintió una furia incontrolable.

— ¿Fue el miserable de tu amo el que te hizo daño? Le arrancaré la cabeza —tronó.

— ¡Aléjate de mi hermana, gusano! —Laura clavó los ojos en su hermana —quítale la mano de encima, idiota, aléjate de él que es violento, ¿no lo ves?

—Piensa que alguien me pego, burra. Deja de hacerte la imbécil y cálmate, el hombre está agotado. Tendrá hambre y sed, las habrá pasado canutas en ese espejo.

— ¿Tú te estas escuchando? ¡Hablas de un tío que salió de un puto espejo!

Tristán comenzó a resplandecer como una antorcha haciendo que las dos soltaran un chillido.

—Ya basta —dijo con una calma que les puso los pelos de punta—jamás he imaginado que existían mujeres tan endiabladas como vosotras. Dadme vuestras órdenes de una vez y cumpliré con mi cometido o enviadme de vuelta, pues no soportare tan denigrante situación.

—Es… esta… ¿está resplandeciendo?

Tristán las barrió con la mirada mientras las muchachas enmudecieron con los ojos y la boca muy abiertos.

Situación que le agradó sobremanera, a pesar de que al resplandecer, perdía un poco más de su energía. Debía de ir con cuidado antes de perder los estribos de nuevo, pues era lo único que le quedaba para intentar contactar con su gente.

—Cumples deseos dices, como el genio de la lámpara…

—Puedo hacer que gritéis mi nombre mientras le ofrezco un placer que jamás hayáis imaginado —dijo Tristán arrastrando las palabras mientras la recorría con la mirada —puedo haceros sollozar de júbilo si así lo deseáis. Tan solo pedídmelo. Pero antes, necesito alimento y bebida pues debo de reponer fuerzas.

Laura tragó saliva y se apoyó en la mesa del comedor para no caer. La voz del gigante, el modo de mirarla y ese cuerpo de dios del sexo le fundieron las neuronas. El tío resplandeció como una lámpara… eso no era normal. Por primera vez desde que apareció de la nada se dedicó a examinar ese rostro de ángel del pecado. Era tan guapo que dolía mirarlo. El pelo rubio le llegaba hasta los hombros, los ojos de un azul océano y una barba dorada cubría su mentón cuadrado. Los brazos fuertes repletos puro musculo, el torso totalmente cuadrado como si de una escultura en mármol se tratara, el abdomen que parecía un pack de cervezas y la perfecta uve que llevaba a… bueno, eso no lo miraría aunque se lo imaginaba. Le ardía el rostro y los ojos por no parpadear con semejante vista. Era el dios del sexo, de la lujuria y el pecado. Ana, sí que le examinaba a conciencia y no paraba de soltar pequeños jadeos que la ponían de los nervios. Debía de creer, que ese hombre endemoniadamente guapo había salido del espejito dorado en forma de lágrima. Ella era escritora de novela romántica paranormal. Creaba personajes como ese, vampiros, duendes, elfos, demonios y demás criaturas tan atractivas que hacían a sus lectoras soñar con un mundo habitado por esos seres, pero jamás habría imaginado algo así. El del espejo… Tristán, emanaba poder, peligro y testosterona por todos los poros. Ese hombre traspasaba las fronteras de su imaginación. A Laura le costaba creer que esos dos metros y pico de gigante habían salido de un espejo, pero la evidencia le daba en las narices, había resplandecido. Apareció justo después de mirarse en el espejo igual que vio su rostro en el hospital. Estaba de mierda hasta el cuello y la culpa era de su lujuriosa hermanita que se comía con los ojos al llamado Tristán, trocito a trocito. Y eso de que la podía hacer gritar… ¡Joder, se creía el genio del sexo el tío!

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