Tristan II
Los primeros rayos
de sol traspasaron las cortinas posándose en sus ojos, cegándola. Era la
tercera noche en la que Morfeo le negaba la entrada a su reino. Lo habré
cabreado con algo pensó Laura enfurruñada. A ese paso, el elixir de los dioses
dejaría de hacerle efecto. Podría quedarse en la cama hasta las tantas pero no
era su estilo, además no tenía a nadie que le sirviera el desayuno a la cama.
Tampoco sería un desayuno de verdad, tan solo café y café. Se desperezó
diciéndose que también podría levantarse, prepararse el café, una jarra, y
volver a la cama. Pero eso no era divertido, así que se incorporó y jadeó por
el fuerte dolor muscular. Tal parecía que su imaginación era tan desbordante,
que la vivía en carne propia. Sueños que no eran sueños, en los que practicaba
ese deporte sudoroso con clímax de recompensa con un tío bueno sin rostro.
Menos mal. Cogió la bata de la depresión, rosa con ositos color mierda, se
envolvió con ella y arrastrando los pies se encaminó a la cocina para preparar
café. Litros ya que para despejarse los necesitaba. Con la segunda taza de café en la mano, se
encaminó hacia el cuarto de baño. Dejó
la taza en la mesita de libros y revistas y soltó un jadeo al ver su reflejo.
¡Tenia moretones por todo el cuello! eso ya era de ciencia ficción pensó
horrorizada. Con cada marca que examinaba, sentía nauseas. El dolor muscular no
lo podía explicar pero eso ya era demasiado. Se lavó el rostro con agua fría,
cogió la taza de café y se dirigió a la sala de estar, paseándose cual león
enjaulado. Eso no era normal, nada normal. A lo mejor su pesada hermana tenía razón
y todo eso era por falta del deporte sudoroso con clímax como premio… Y todo
eso desde hace tres días cuando se encontró en la puerta de su casa con aquella
anciana. Su hermana, sostenía que la mujer era el espíritu de una hechicera,
cuya hermana lanzó un hechizo sobre un guerrero, que se llamaba Helena y que
buscaba a una doncella pura para liberar al que estaba cautivo. La escritora
era ella no Lucia, pero su hermana podría dedicarse perfectamente a esa
profesión ya que su desbordante imaginación traspasaba la de las más leídas
escritoras. Llevaba meses viendo a la anciana de cabellos plateados y ojos azul
zafiro deambulando frente a su casa, en ocasiones le llevaba comida y dinero.
La mujer, se negaba rotundamente pasar la noche bajo un techo. Pero de allí a
lo que su hermana se había inventado… lo que si era cierto, que desde el día que
la invitó a un plato caliente en su casa hace tres días, esa mujer la había
dejado nerviosa, desconcentrada, con pesadillas e incapaz de dormir. Además
estaba el espejo que apareció en su casa de la nada, y sobre el que su hermana
estaba investigando después de una discusión muy desagradable, con palabras que
han salido y ya no se podían retirar. Ladeando la cabeza, Laura, encendió un
cigarrillo, cogió un espejo y el maletín de maquillaje, y con su serie favorita
de fondo, se dispuso a teñir y esculpir su ojeroso rostro. Y los chupetones.
No saldría de casa
de no ser por lo de la librería café que abriría dentro de una semana. Pensando
en su sueño hecho realidad, se animó un poco, y más o menos satisfecha con su
apariencia, más o menos saludable, se embutió en unos vaqueros, un jersey y
botas. Recogió su rebelde melena en una coleta luchando con los cuernos que
dejaban su desordenado cabello y dejó una nota a la vista para recordarse hacer
la colada. Debía de pasar página y lo hacía, a pasos de tortuga. Decidió ir
andando ya que la librería estaba a diez minutos a pie, y necesitaba
despejarse.
Una vez en el
centro del pueblo, Laura daba instrucciones a voz de grito por culpa del ruido
de las maquinas, de los martillazos y vozarrones de los hombres. Las
estanterías las quería en forma de letras, la pared de la novela romántica la
quería de color rosa y azul, lo de la literatura clásica en el rincón junto a
ella, los sofás a la entrada del otro salón que sería club de lectura. Allí
pondría la mesita de café, la cafetera, los tés y pasteles. Luego necesitaba
las estanterías de piedra maciza en la que pondría figuritas y algunas
antigüedades que representarían leyendas y mitos. Eso era cosa de su hermana y
socia. Llevaba dos horas intentando mantener la calma pero al final perdió todo
rastro de cordura. Esos neandertales la trataban como a una fregona y discutían
todas sus decisiones.
—Pondrás
esa estantería allí y como yo lo diga —dijo entre dientes al Guaperas que se
creía descendiente de Adonis y que pensaba impresionarla con sus músculos y
sonrisa de Kent —si eres capaz, si no, contrataré a otro que tenga neuronas
además de musculito y pito por cerebro.
Tenía más cosas que decir pero la interrumpió
su teléfono móvil.
— ¡Lucia,
hace una hora que deberías estar aquí, tú y tu culo!
Los ojos
se le agrandaron, palideció, y se vio sostenida por el carpintero al que
acababa de regañar.
Colgó y se quedó mirando el teléfono con
los ojos empañados. Un nudo del tamaño de un puño se le colocó en el estómago impidiéndole
respirar.
—No puede ser —murmuró —no puede ser…
— ¿Esta
bien señorita?
—No… si…
necesito sentarme.
— ¡Laura!
—Llegas
tarde —dijo en un susurro mientras se dejaba llevar hacia la cafetería que
había al lado. Se sentó apoyada por el carpintero y Lucia, y se cogió la cabeza
entre las manos.
—Está
libre… —su voz tembló cuando su hermana le pidió al camarero dos cafés y dos
vasos de agua —ha salido esta mañana.
—Ya puedes
volver al trabajo, yo me quedo con ella —dijo Lucia a Marco con un guiño.
— ¿Seguro?
Al
quedarse solas, Lucia envolvió a su hermana en un fuerte abrazo.
—No
volverá a acercarse a ti, Raúl se ocupará de eso.
—No quiero
una niñera veinticuatro horas —dijo Laura sintiendo que le explotaba la cabeza —no
lo entiendo. Debería pudrirse allí otros cinco años.
—Las
influencias de esos mafiosos, pero tu tranquila. No dejaremos que se acerque a
ti, Raúl dijo…
—Que me
pondrá vigilancia veinticuatro horas pero esa no es vida. Será lo mismo Lucia,
solo que esta vez me cuidaran de él y entonces se suponía que me protegía él
del mundo.
—Dicen que
salió directamente para Alemania, así que tranquilízate.
—Claro que
me tranquilizare. No viviré con miedo, ya no. se defenderme y te juro que
pondré en práctica todo lo que he aprendido durante estos años. Más le vale no
acercarse.
Dos horas después, Laura estaba en su casa
acurrucada en el sofá. Lucia, se había quedado ultimar detalles y para
coquetear con Adonis. Mientras comían, intentaron evadir lo de la rata que
salió libre cinco años antes de lo previsto y hablaron de banalidades. Como el
espejo que estaba encima de la mesa. Un espejito raro, casi opaco, en forma de
lágrima, con el marco de plata y oro y con unos extraños e intrigantes dibujos
por toda su superficie. Según las investigaciones de su hermana, perteneció a
una hechicera llamada Helena. Con la leyenda fresca en su mente, y deseando
dejar de darle vueltas al asunto de esa asquerosa rata y a sus sueños extraños,
Laura se incorporó, puso a sus dos hermanos favoritos de fondo para deleitar la
vista y con una copa de vino delante y los cigarrillos, cogió el portátil y
comenzó a imaginar al guerrero. Escribió sin parar creando su mundo primero.
Llevaba más de dos horas escribiendo, cuando la batería de su portátil amenazó
con ponerse a dormir por falta de energía.
Guardó el
documento, hizo una copia de seguridad e intentó levantarse en busca del
teléfono móvil que había dejado tirado con el bolso, en el suelo del recibidor.
Se tambaleó un poco y soltó una risita histérica. Llevaba media botella de vino
a bordo y seis o siete cigarrillos. A ese ritmo jamás dejaría de fumar. Decidió
meterse bajo la ducha e intentar dormir ya que si Lucia la pillaba despierta le
volvería a comer el coco con maldiciones y brujerías.
Envuelta con la bata de la depresión, se
sentó en el sofá y se quedó mirando el espejito un largo rato. Y si…, no, era
una locura. Eso no encerraba ningún dios griego en su interior. Eso sí, se
quitaría a la pesada de su hermana y sus investigaciones de encima. Lo que ella
necesitaba era un loquero, no brujerías. Cogió el espejito en la mano y se lo
quedó mirando un rato. ¿Cómo se suponía que funcionaba eso? Debería haber
prestado atención a la pesada de Lucia. Los dibujos le sonaban símbolos celtas.
Esa forma ovalada más estrecha abajo, le daba forma de lágrima. Lo raro era el
cristal que parecía empañado. Lo examinó detenidamente y bajo su mirada
perpleja, vio que el cristal comenzaba a desempañarse. Contempló su rostro
distorsionado al principio y nítido poco a poco. Y cuando el espejo lanzó un
fuerte resplandor y se esfumó de su mano, lanzó un fuerte alarido.
Escuchó un fuerte estruendo y se cubrió el
rostro con las manos por la fuerte explosión de luz que la estaba cegando. Fue
un instante y a continuación un silencio sepulcral en el que solo se escuchaba
los latidos de su desbocado corazón. Y una respiración fuerte que no era la
suya. Temblando, Laura se destapó el rostro y abrió los ojos con brusquedad. Y
chilló hasta quedarse sin aire en los pulmones.
Tristán no daba crédito a su suerte. El olor
a libertad, sus muñecas y tobillos libres de las cadenas, y aquella estancia
que no era la cueva… deseaba pellizcarse para asegurarse de que no era un
sueño, pero no era necesario. Los alaridos de la muchacha eran proba suficiente
ya que le dañaba los oídos. Se movió un poco para desagarrotar los músculos
dormidos y sintió el crujir de cada hueso que tenía en el cuerpo. El dolor era
lacerante al moverse, le dolían hasta los pelos que tenía en el cuerpo y
aquello le agradaba. Lo que le hacía desear volver a la cueva eran los
incesantes alaridos de la salvaje que se hallaba sentada en un diván.