ADRIANA
hechizo
hechizo
Liam
estaba observando las estrellas por la ventana de su alcoba, disfrutando de la
vista que le ofrecía la torre de su fortaleza. Había librado muchas batallas
fuera de aquellos muros y, en estos tiempos de paz, anhelaba empuñar una
espada, pero, en compensación, disfrutaba de otros placeres, los que las mozas
le ofrecían. Pronto, se desposaría con una muchacha del pueblo vecino, forjando
grandes vínculos y cumpliría, con ello,
los deseos de sus padres. Mientras tanto disfrutaría, pues era un hombre
que necesitaba consumir sus energías de alguna manera a falta de guerra. Sabía
que no encontraría el amor verdadero, el destino lo había privado de tal dicha.
Su pueblo necesitaba herederos así que él se los daría. Sonrió viendo como se
removía la moza de cabellos azufre en su cama. Era una mujer apasionada y
de belleza poco común en sus tierras, pero no podía desposarla aunque
quisiera. Sus padres habían concertado su matrimonio con otra muchacha y el
cumpliría. Era la última noche que disfrutaba de sus encantos, pues al
amanecer llegaría su prometida. Se acercó a la cama y pasó los dedos por la
espalda de la joven cuyo nombre desconocía, ella se volvió enredándolo con una
mirada azul cielo y dibujó en sus labios una sonrisa seductora.
—Liam hace frio —dijo
con una voz que prometía el paraíso— ven y dame calor.
—Muchacha, tienes que
irte —gruñó Liam, con la vista nublada de pasión.
Esta moza era
insaciable, pero el tiempo apremiaba. Tenía que recibir a su prometida, sus
noches de loco frenesí habían acabado.
— ¿Me estas echando?
—preguntó la joven incrédula.
—Mi prometida está al
llegar —contestó Tristán con tristeza.
Se alejó del lecho
donde yacía la bella joven ataviada tan solo con lo que la naturaleza la había
bendecido.
— ¿Qué tiene ella que
no tenga yo? —pregunto la muchacha fulminándolo con mirada.
<<Por las barbas
de Odín, muchacha, si no la conozco siquiera>>, pensó amargado.
—Es hora de que te
vayas —ordenó usando su tono autoritario.
No vio como los ojos
azules resplandecieron, no vio el anillo que la moza llevaba en sus manos y no
vio el cuchillo que hirió su torso. Liam, sintió un dolor agudo y se sumió en
la oscuridad.
Elena cogió una gota de
sangre y la mezclo con sus lágrimas, le echó una última mirada y beso aquellos
labios que conquistaron su alma con besos ardientes y promesas silenciosas.
Nadie podía jugar con los sentimientos de una gitana.
—Vivirás toda la
eternidad sumido en la oscuridad, cada dueña de este anillo No podrás ser lo
que una vez has sido hasta que encuentres el amor verdadero. Tres amaneceres
tendrás y una doncella pura conquistaras.
Elena deslizó el anillo
en su dedo y sonrió con malicia. Un humo azul envolvió el cuerpo de Liam y se
lo llevó al interior de la joya. <<Cuanto me queda de vida, serás mío
>>, pensó y se desvaneció. Era una bruja muy poderosa, pero no podía
concederse la inmortalidad a sí misma. Nunca había querido hacerle daño, había
albergado esperanzas de que él le ofreciese su amor algún día. Pero ya no.
Ahora lo tenía para ella.
Ochocientos años después, Liam, seguía sumido en la oscuridad, tal y como ella le
había marcado el destino. Mientras estuvo en su poder, Elena, se había
encargado de transformar cada minuto de su vida en un infierno. Le había
maltratado tanto el cuerpo, como la mente y el espíritu, y se
preguntaba cómo es que aún seguía cuerdo. Ochenta años había sido su
esclavo hasta que el Thanatos se la llevo a su reino. Su cobijo era una
cueva oscura de paredes de piedra gris, fría y húmeda donde sus únicos
acompañantes eran las ratas y algunos bichos creados por Elena para
atormentarlo. Recordó la última vez que lo invocaron, hacia unos
trescientos años, su dueña era una reina ávida de poder que le había ordenado
encerrar a su esposo en una mazmorra para quedarse con el
trono. Desde la muerte de la reina nadie más lo había invocado. A pesar de su
maldición anhelaba sentir la luz del sol sobre su rostro. ¿En manos de quién
estaría el anillo maldito?
Barcelona,
Arenys de Mar actualidad
— ¡Tenemos que
celebrar! Conozco un sitio que pondrá fin a tu castidad. ¿Qué mejor manera de
celebrar tu éxito? —Ana Montoya gesticulaba con las manos riendo.
—Ana, no estoy de
celebraciones, estoy agotada, lo que necesito es llegar a casa y sumergirme en
burbujas —dijo Victoria entornando los ojos —sabes que mañana a la primera hora
debo estar aquí para recibir los libros. —Se quito el pelo del rostro y observó
el mar que parecía un espejo plateado a la luz del sol.
—Lo que tú necesitas es
conocer a un tío —dijo Ana mientras tomaba un trago de Martini.
Una gitana de media
edad pasó rozando la mesa de las chicas y dejó caer un pañuelo cuidadosamente
atado.
Cuando abrió la puerta
de su apartamento Victoria se quito los zapatos de camino al cuarto de baño.
Una bañera pensó, perfumada con muchas burbujas y aceites de baño. El
libro-café estaba listo. Mañana estará colocando libros en las estanterías. Por
fin había cumplido su sueño, ahora tenía que funcionar. Ana hacia unos pasteles
deliciosos y juntas lo harían bien. ¡Su negocio! Qué bien
sonaba. Una vez desnuda se sumergió en el agua tibia y soltó un gemido de
placer mientras la envolvía el aroma a lavanda. Su amiga tenía razón, en parte,
debería salir y mover el esqueleto en algún club, pescar un tío bueno y darse un revolcón. Pero antes debería
iniciarse en el arte del sexo y Ana no lo sabía. Sonrió al imaginarse la cara
que pondría Ana al saber que ella seguía virgen. La machacaría días enteros. No
es que no le gustaban los tíos, pero todos eran tan iguales. Todas sus citas conversaban
con sus pechos, como si los tuviera en la cara. Eran unos animales en celo. Ella buscaba algo
especial, mariposas revoloteando en su estomago, balbucear delante de un
hombre, pero… algo así existía solo en su imaginación. Culpables eran los libros
y sus protagonistas. Salió de la bañera convencida de que moriría virgen si
seguía con tales peticiones. Se envolvió en una toalla y salió en busca de un
vaso de vino y un buen libro. Se sentó en el sofá y su mirada fue atraída por
el brillo del anillo. Aquella gitana lo había perdido, no era una joya cara,
tenía un hermoso rubí y la primera vez que lo había tocado sintió un
escalofrió. Lo cogió y lo sintió de nuevo. ¡Qué extraño! le dio vueltas y
frunció el cejo cuando vio una inscripción en el interior que leyó en voz
alta. Liam. Un nombre escocés, creía recordar.
—Liam…
Oyó un estruendo muy
fuerte y un resplandor la cegó. La sala
de estar se llenó de una espesa niebla y un extraño humo azul. Quiso gritar
pero de su garganta no salía algún sonido. La niebla se disipó de repente
descubriendo algo enorme. Muda de asombro contempló al hombre que estaba de pie delante de ella.
¡Había un hombre en su sala de estar!
Gritó con todas sus fuerzas y se
levantó del sofá con brusquedad. Era alto, madre de Dios, no… no era alto, era…
enorme. Ella tuvo que levantar la vista para poder mirarle. Un pelo negro caya por su espalda desnuda y unos
músculos que parecían un pack de cervezas ondeaban su cuerpo.
— ¿Quién eres y que
haces en mi casa? —chilló ella histérica.
El cruzó los brazos y
la miró con expresión divertida.
— ¡Sal de mi casa,
llamare a la policía! —Amenazó Victoria adoptando una posición de lucha —te
pateare el puto culo.
— ¡Debes cesar con tus
chillidos mujer, pues mis oídos no aguantan semejante alboroto! —exclamó el con
tono serio.
Victoria estudió a su
posible violador-asesino para poder caracterizarlo delante de la policía. Si
escapaba con vida. Medía dos metros
pensó al pasearse la mirada por el recién llegado. Si le ponía la garra encima
podía despedirse de la vida. Tenía unos ojos gris tormenta enmarcados por unas
espesas pestañas, su rostro parecía sacado directamente de sus sueños, o del
paraíso. Su belleza no era nada común, una mandíbula firme y unos labios carnosos
y que la hicieron tragar en seco. Excepcionalmente guapo. Esa era la palabra.
Peligrosamente atractivo, y su cuerpo… madre de Dios, parecía esculpido de los
mismos Dioses, los de Olimpo. Casi tapaba la vista a la tele y mira que era de
las grandes. El hombre era hermoso. Imposiblemente bello. Espantosamente bello.
Pero… ¿qué diablos estás haciendo? Se riño. Podría matarte en cualquier momento
y tú mojando las bragas. Tomaré un bocado de aquel manjar antes de que me mate.
Hasta podría cooperar y a lo mejor escapaba con vida después de la
violación-consentida. Su mirada se fue más abajo, por aquel pecho surcado de
puro musculo y ese abdomen que parecía una tableta de chocolate. Chris
Hemsworth mataría por un cuerpazo semejante. Con los ojos muy abiertos siguió
su inspección y abrió los ojos al ver los pantalones negros de cuero y las
botas, pero no la asustó la ropa, no. ¡Lo que llevaba atado a la cintura era una
maldita espada!
— ¿Te agrada lo que
ves, muchacha? —ronroneó el gigante acercándose a ella.
—No te acerques —chillo
Victoria —Soy boxeadora profesional.
Buscó con la mirada
algún objeto grande y peligroso para defenderse, diablos ¿Por qué no tenía un
bate de bassebol en el dormitorio y por el resto de la casa, como una chica
sensata?
—No temas, no te hare
daño —dijo el gigante.
— ¿Quién eres y que
quieres?
—Mi nombre es Liam
Black y estoy aquí para servirte —dijo él
con el rostro impasible.
— ¿Para servirme?
—balbuceó ella.
—Me llamaste muchacha,
dijiste mi nombre tres veces.
—Liam —susurró ella.
¿Será posible? No… era una locura.
El cruzó los brazos y
la miró divertido.
—Muéstrame tu
dormitorio y empecemos —dijo él con un extraño brillo en sus ojos grises.
¡Oh dios! ¡La va
violar, y encima le pedía amablemente que le muestre su dormitorio!
— ¡En tus sueños
imbécil! ¡No me pondrás tus sucias manos encima! —Victoria se echó dos pasos
atrás hasta tocar las estanterías con su espalda.
— ¿Para qué si no, me
esperabas desnuda?
— ¿Desnuda? —dijo con
voz ahogada, se echó in vistazo y se percató de que en algún momento se le había
caído la toalla. Se miró otra vez con horror y se acercó al sofá. Cogió la
toalla y se cubrió el cuerpo mientras temblaba como una hoja.
— ¿Y cómo iba a saber
yo que tendré un violador en mi casa?
—Tus palabras me ofenden
moza. Tú me has invitado en tu casa.
— ¡Estas chiflado tío!
¡Yo no hice tal cosa!
—Sí que lo hiciste —dijo
el cruzando los brazos —estaré aquí para servirte —añadió.
¡Caray! ¡Qué guapo era!
¿Para servirme?
— ¿Eres una especie de
lámpara de Aladino en miniatura?
—Mi nombre no es
Aladino muchacha. Soy Liam Black, del reino oculto.
— ¿Y cómo has acabado
en un anillo? —preguntó ella mirándolo fijamente.
—Fui maldecido
jovencita —su rostro se volvió de piedra y sus ojos echaron destellos de hielo.
¿Maldición? ¿Genios
mágicos?
—Mis agradecimientos
mujer, ¿Qué puedo hacer por ti?
¿Qué tal si te quitas
la espada y luego me violas? Pensó aquella parte retorcida de su cerebro.
—Pues… conversar.
¿Harías todo, todo lo que te pediría?
—Oh si, hare que grites
de placer. Lameré tu cuerpo hasta que olvides tu nombre y…
— ¡Basta! Me refiero a
otras cosas —dijo ella con la garganta seca. — ¿Quién te ha… ejem… maldecido?
—Una bruja de raza
gitana —dijo el tensando los músculos.
—Bueno, algo le habrás
hecho… ¿le has puesto lo cuernos?
— ¿Qué? —preguntó el
extrañado.
— ¿Cuánto tiempo llevas
en el anillo? —preguntó Victoria temiendo la respuesta.
—He perdido la cuenta
de los siglos muchacha. ¿En qué siglo estoy? Y… ¿Dónde?
—Eh… veintiuno. En la
tierra —vaya conversación pensó.
— ¡Por Odín! —Exclamó
el —la maldita bruja selló mi destino de ocho siglos.
— ¿Qué? ¡Venga ya! — ¿quieres
decir que llevas ocho siglos de edad?
Liam sintió la sangre
hirviendo en sus venas, ocho siglos en la maldita cueva eran demasiado hasta
para un hechicero tan poderoso como él. Sus poderes estaban muy débiles
mientras seguía bajo el conjuro. Nunca podrá recuperar su vida, jamás volverá a
ver a su familia Ocho siglos sin ver a su gente, a su hermosa madre. Las
mujeres que habían tenido el anillo eran pocas pero las peores. Reinas
caprichosas, plebeyas que cuando se veían con semejante poder se volvían
malvadas. Sus labios se torcieron en una sonrisa. La moza que le contemplaba
desde el lecho no había conocido el poder de la joya. No parecía como las demás
— ¿Tienes hambre, sed?
—preguntó Victoria sin dejar de mirarlo.
—Agradecería tal ofrecimiento
—respondió el con fijándola con la
mirada.
—Sígueme, pero… ¿podrías
guardar esa espada?
Liam se tensó pero obedeció.
Barrió con la mirada la estancia y se dijo que era una decoración muy extraña.
Cuando llegaron a la cocina y Victoria encendió la luz el gigante genio dio un
respingo.
Victoria calentó en microondas
un plato de pollo con champiñones que le había traído su madre. Cuando la
comida estuvo caliente se la sirvió con un poco de pan y una copa de vino.
La comida envolvió sus
sentidos. ¡Cuánto tiempo sin probar bocado! ¿Pero… como se comía aquella cosa?
La carne no cabía en sus dedos, era muy pequeña. Se llevó el plato a los labios
y Victoria agrandó los ojos.
—Puedes usar esto si quieres
—dijo ofreciéndole una cuchara. Claro, el hombre no sabía de cubiertos.
El bebió del plato y se limpio
la boca con la mano. Si hubiera sido cualquier otro hombre le habría dado asco
pero en Liam lo veía salvaje primitivo y sexy. El cogió un trocito de carne con
la mano y a continuación se chupó los dedos. Ella se estremeció imaginándose
que el hacía lo mismo con ciertas partes de su cuerpo.
— ¿Qué utilidad tiene? —preguntó
mirando la cuchara.
Ella la cogió y le mostró como
se comía con su ayuda.
— ¿Cuál es tu nombre
jovencita?
—Victoria Aguirre, pero puedes
llamarme Vicky.
—Victoria, un nombre hermoso.
—Entonces… ¿te he liberado de
la maldición?
—No muchacha, debo encontrar
el amor verdadero —dijo él con expresión seria y acostarme contigo.
—Eso no pasara guaperas —dijo
ella con la boca seca — ¿y cómo es allí… en el anillo?
El se tensó y Victoria decidió
dejarlo pasar por ahora.
—Mira, te puedes quedar en el
cuarto de invitados, mañana tendré que trabajar y te advierto que tengo un
arma, como intentes algo Aladino, te mato. El se quedo embobado con su belleza,
allí mismo había visto su cuerpo desnudo, sus pechos redondeados y llenos, su
cintura delgada y aquellas piernas largas y perfectamente torneadas. Su cuerpo
respondió como nunca antes al ver su cuerpo. El pelo color miel le acariciaba
la espalda cual el mar la arena. Sus ojos verdes jade estaban enmarcados por
unas espesas pestañas mostrando un rostro digno de una diosa.
Victoria se lo llevó al cuarto
de invitados. Tenía al genio de Aladino en su casa, un dios del sexo, el macho
alfa que siempre había querido encontrar.
—Esta es tu habitación —dijo
ella cuando sintió unas manos acariciando su espalda. Una corriente eléctrica
recorrió todo su cuerpo y cuando se volvió hacia él, la agarró por la cintura y
la besó. Victoria quiso protestar pero sus traidoras manos se enroscaron en su
pelo y en vez de apartarlo la atrajo hacia ella jadeando.
Su aliento acarició su cuello,
tan sedoso, tan estimulante. Intensas corrientes de pasión navegaron a través
de su sangre, consumiendo cada célula de su cuerpo. En el momento en que sus
labios tocaron los de ella, una tormenta caliente la azotó de arriba abajo, y
sintió el relámpago de calor. Él restregó sus labios sensuales sobre los suyos,
tomándolos despacio, haciéndola sentirse necesitada e imprudente. Se apartó con
brusquedad jadeando.
—Como vuelvas a tocarme
te mandare de vuelta al anillo —balbuceó.
—Pero yo pensaba…
—No pienses. No soy
ninguna ramera, no me acuesto con los primeros guaperas que me salen es camino.
Ella salió de la
habitación y dio portazo. Liam se quedo inmóvil y aturdido. ¿Qué le pasaba a
aquella endemoniada mujer? Sintió su pasión quemando su piel, sus labios
mordisqueándolo y su cuerpo anhelando más. Jamás le había rechazado ninguna
mujer. ¿Acaso no le parecía atractivo? Se dejo caer en la cama y con la mirada fija en el techo pensó en
ello toda la noche.
Despertó
cuando los primeros rayos de sol traspasaron las cortinas. Se desperezó y
sonrió satisfecha. Era el día. Hoy llenaría las estanterías de libros, se
sumergiría en mundos desconocidos y haría que su negocio funcione. Oyó un golpe
seco procedente del cuarto de baño y se sobresalto. ¿Había soñado o tenía un
genio en su casa? Un apuesto y formidable ejemplar de la raza masculina que
estuvo a punto de recoger su miel. Otro golpe y unas risitas la sacaron de
dudas. Se puso la bata y salió de su dormitorio. En la sala de estar Liam
estaba golpeando el mando de televisión de la mesa, mientras con la otra mano
amenazaba a los periodistas de la tele con… la espada.
—
¿Pero qué haces?—preguntó perpleja.
—
¡Esta caja esta embrujada!
— ¡No, no lo está! ¡Es
mi tele y me ha costado un riñón así que baja la maldita espada! —exclamó
Victoria. Después de una noche horrorosa, encontraba a la razón de la dichosa
noche asesinando su tele. Victoria se dirigió a la cocina y preparó la
cafetera.
—Tenemos
que irnos, tengo mucho trabajo —dijo ella mientras servía dos tazas de café —Y
de paso, buscarte algo de ropa adecuada.
— ¿No
tienes un protector? —preguntó el con el cejo fruncido.
—No,
aquella época es historia. Ahora las mujeres nos podemos valer sin protectores.
El
asintió no muy convencido. Olio el maravilloso aroma de aquel brebaje y se
acercó a la taza que le ofrecía Victoria.
—Es
café, pruébalo. Se toma con azúcar, aquí tienes.
El
tomó un trago y agrandó los ojos. Permitió que el brebajo amargo se deslice por
su garganta y soltó un gemido de placer.
—Este
brebaje es digno de los dioses —exclamó.
Quince
minutos después Victoria se puso un vestido corto azul celeste, se recogió el
pelo y se aplicó una capa discreta de maquillaje. Liam abrió la boca sin decir
nada. Fascinado se acercó a ella y le paso un dedo por la mejilla.
—Eres
muy hermosa —dijo paseando la mirada por su cuerpo.
—Eh,
gracias, vamos, iremos a desayunar algo.
— ¡No
saldrás con las piernas desnudas, y cubre tus brazos mujer!
Victoria
parpadeó y lo miró con el ceño fruncido.
—Hace
calor —dijo ella mordiéndose las palabras de macho dominante
La siguió de mala gana y
cuando estuvo fuera cerró los ojos permitiendo al sol acariciar su rostro Ocho
siglos sin salir al aire libre. Cuando abrió los ojos desvainó la espada.
¡Bestias de hierro cabalgadas por humanos!
— ¡Detrás de mi muchacha!
¡Venceré las bestias del infierno!
—Liam, tranquilo, son coches,
medios de transporte. El se relajó al percatarse de que no les atacaban.
— ¿Qué ocurrió con los
caballos? ¿Acaso perecieron en una cruel
batalla? —preguntó el sorprendido.
—No, pero en las ciudades ya
no se utilizan —explicó Victoria.
—Ven, entremos. —Abrió el
libró-café y soltó un gemido de placer.
La
primera salita era para los cafés y desayunos, tenía cuatro sofás con mesas de
madera blanca, una alfombra azul celeste, y otras dos mesas con cuatro sillas
acolchadas. El mostrador con su encimera azul y detrás una pequeña cocina. Bajo
las escaleras y penetró en la estancia repleta de estanterías. A la esquina
estaba el mostrador de mármol blanco y dos sillas. Liam agrandó los ojos
fascinado cuando Victoria encendió las luces ojo de buey.
—Es
temprano, le dije a Paloma que iremos a desayunar... eh… oh. Hola.
Ana se
quedo perpleja con la boca muy abierta contemplando al magnífico acompañante de
Victoria.
—Oh,
vaya, y este yogurin… ¿de dónde lo has sacado?
—Ya te
lo contare —dijo Victoria fulminado con la mirada a su amiga.
Liam
torció los labios en una sonrisa cuando vio a la muchacha de cabellos dorados,
con unas exuberantes curvas y las piernas medio desnudas. Ciertamente las
muchachas iban enseñando las carnes por allí.
—Y... ¿esa es una espada?
—Sí,
es una larga historia, y deja de babear.
—Liam
puedes guardar tu espada, no la necesitaras —dijo Victoria con tono suave
—Un
hombre no puede desprenderse de su espada —gruño Liam.
—Iremos
a desayunar, ¿sabes? En nuestro siglo los hombres con espadas son considerados
peligrosos, te encarcelaran.
Esto
último lo convenció a quitarse la espada.
Cuando
entraron en la cafetería la paloma
feliz siete pares de ojos se clavaron
en ellos.
Se
sentaron y Paloma, la dueña del local se acercó a ellos con una mirada de
fascinación.
—Pero
bueno chicas, ¿Qué tenemos aquí? —preguntó paseando la mirada por el pecho
desnudo de Liam.
—
¡Posadera, una jarra de vino y un cerdo! —tronó él.
Paloma,
una mujer de mediana edad levantó una ceja interrogativa.
Victoria
se atragantó y se puso roja. Ana seguía con la boca abierta estudiando cada
centímetro del magnífico ejemplar masculino
—Tres
de huevos con jamón y zumo de naranja… eh discúlpalo, tiene amnesia y se cree
en no sé qué siglo.
—A
este muñeco le perdono yo lo que sea, vaya manjar para mi vieja vista.
Se
alejó con una sonrisa mientras las demás cabezas les estaban mirando. Una de
ellas era de una gitana.
Victoria
paseó la mirada alrededor con el rostro ceniciento de vergüenza. Tendrá que ir
a buscar algo de ropa para su genio, aunque no cambiaria mucho el magnetismo
que poseía. Dos mujeres pasadas de los cuarenta miraban a Liam fijamente…
¡lamiéndose los labios por dios! Y entonces la vio. Su inconfundible mirada
verde jade estaba clavada en ellos.
Se
levantó con brusquedad y se acercó a ella.
—
Hola, tenemos que hablar, usted ha perdido algo —dijo con voz fría.
La
mujer se levantó de su asiento y siguió a Victoria sin poder creerse lo que
veía. Liam era tal y como ella sabía de las leyendas. Un guerrero oscuramente
atractivo, peligrosamente poderoso, el hechicero de Saar maldecido con pasar la
vida sumido en la oscuridad.
—Liam
Black —dijo clavándole con la mirada.
—
¡Maldita bruja! —rugió él levantados de pie con los puños apretados.
—No
soy Elena, yo no te hice daño, soy Casandra, y frena tu furia antes de que
convierta en un sapo —dijo con calma —Eres tal y como lo cuenta la leyenda. El
hechicero más poderoso que jamás haya existido, poseedor de una fuerza suprema
y un valor sin parangón, bendecido y temido por los dioses de tal atracción y
belleza que ninguna mujer podrá resistirse a tus encantos. Volverás a ser lo
que has sido cuando encuentres el amor verdadero.
— ¿Hay
una leyenda escrito sobre mi? —parpadeó Liam mientras las dos mujeres soltaban
pequeños jadeos con cada palabra de Casandra.
—Mi
raza fue maldecida por los Dioses, Elena se dejo llevar par la pasión y el odio
y cuando te maldijo les tocó las narices. Ella esta hirviéndose en el infierno
y nosotros estaremos vagando por el mundo hasta que el hechizo sea roto. La
leyenda está en la boca de los ancianos y cada generación busca a la elegida.
Cuando encontré a Victoria supe que será nuestra salvación. Es la única que
puede romper conjuro. Tienes siete días, si el hechizo no está roto el anillo
volverá a su primera dueña.
—No es
posible, su dueña soy yo.
—No, tú
eres la elegida y debes salvarlo cuanto antes.
— ¿El
anillo que encontramos? —jadeó Ana.
—Así
que lo tiraste tú —murmuró Victoria — ¿Qué hubiera pasado si no me lo llevo yo?
—El
destino nunca se equivoca. La joya tenía que acabar en tu poder.
Tres
pares de ojos se clavaron en Victoria, y en Casandra.
— ¿Qué
pasó con mi familia? ¿Con mis súbditos? —preguntó Liam con voz baja.
—Están
esperando tu regreso. El velo entre el reino de
Saar y el nuestro está muy débil.
— ¿Que
es el reino de Saar? —preguntaron Victoria y Ana con los ojos muy abiertos.
—Es el
reino de la magia.
—Aja,
mi vida ayer era de lo más aburrida, y hoy tengo a un genio que viene de un
reino de magia ¿lo he captado bien?
—masculló Victoria.
Comieron
en silencio mientras Liam estaba tenso mirando al vacio. ¿Cómo contactar con su
gente? No tenia poder suficiente, el borboteo de la magia en sus venas era muy
débil. Tendrá que ganar el corazón de aquella moza y convencerla de meterse en
sus sabanas. Cuando estaría libre la colmaría de riquezas. Miró por la ventana
y se dijo que su reino estaría repleto de animales, mujeres danzando, hombres
entrenando el arte de la lucha.
—Liam
debemos irnos, no has comido nada.
—No
tengo apetito muchacha.
Casandra
había trastornado por completo a su genio. Y a ella también. Victoria le pidió
a Ana el favor de ir a buscarle ropa adecuada a su hombre del anillo ya que
ella debía esperar la entrega del pedido. Liam entró en el libro-café y se
sentó en el sofá de la salita de desayunos sin decir nada. Victoria sintió la
necesitad de abrazarlo, de tranquilizarlo. De protegerlo. Se sentó a su lado y le
tocó el hombro con suavidad.
Un
irregular acantilado de hielo se elevaba sobre ella. Un viento helado chillaba
a través de los laberintos entre los cañones, trayendo susurros de voces
desoladas y suaves gritos infernales. Arqueó sus caderas mientras el rey del
inframundo la penetró con dureza arrancándole un chillido. Le mordisqueo los
pechos redondeados jadeando entre la llamas del infierno. Hielo y fuego,
criaturas de ojos rojos los contemplaban mientras se unían con frenesí.
Cuando llegó al
clímax, ella se dejo caer sobre el pecho desnudo del hombre.
El cogió un
mechón del pelo oscuro de la bruja enrollándolo en sus garras.
—El hechicero
estará libre y acabara tu condena.
Elena lanzó un
alarido que espantó todas las criaturas del infierno.
Victoria sentía
una tristeza enorme, su hermoso príncipe azul estaba destrozado… y ella
también. Le pidió a su amiga el favor de acompañarlo al apartamento, el dolor
que vio en su mirada le había roto el corazón. Recibiría los libros y pasaría
con el resto del día con él. Una semana. No podía permitir que hombre acabe en
las manos de aquella zorra. Pero para ello debía entregar su corazón a un
hombre que apenas conocía y quedarse sola. Las lágrimas le escocían los ojos,
consciente de que lo perdería. Cuando llegaron las cajas con los libros no
sintió aquella alegría sino un gran vacío. Cerró el local y se dirigió a la
riera. Le compraría algunas cosas, le mostraría su mundo.
Cuando volvió al
apartamento encontró a Ana y a Liam en la cocina conversando animadamente. El
describía a detalle su mundo, sus costumbres, su cultura.
—Esto es
increíble —dijo Ana cuando la vio. — Tienes un hechicero de mil años de edad en
tu casa.
—Pues si… Liam,
te he comprado algo de ropa. No podrás salir así a la calle.
El se levantó de
la silla y se acerco a ella lentamente. Le cogió el rostro entre las manos y la
besó. Un beso lleno de intenciones, de pasión, de fuego. Corto pero intenso.
Cogió la bolsa que ella le dio y se dirigió a su dormitorio.
Victoria abrió
mucho los ojos y se quedo inmóvil. Ana soltó una carcajada y cogió su bolso.
—Tienes una
cosita en el cajón de tu cuarto, aprovéchalo, no dejes pasar el tiempo —dijo
mientras se dirigía a la puerta —Colocaré la novela romántica en las
estanterías, el resto te lo dejo a ti.
—Muchacha, no
pienso ponerme esas extrañas prendas —oyeron la voz ronca de Liam.
Se volvieron a
la vez y jadearon al unisonó.
Liam estaba en
el traje de Adán, con los brazos cruzados.
—Oh, después de
esto no creo que pueda colocar libros…eh voy a buscar a la cita número cinco
—jadeó Ana con los ojos muy abiertos.
Salió a
trompicones y cerró la puerta con un portazo.
—Liam, no puedes
ir desnudo por mi casa… —dijo Victoria con la boca seca.
El se acercó a
ella y la agarró por la cintura.
—Te hare el amor
Victoria —dijo él con la voz ronca —aunque sea lo último que hare antes de
volver al infierno.
Un
simple roce de su cuerpo contra el suyo casi había hecho que ella
experimentara su primer orgasmo. No se imaginaba lo que el contacto con su
cuerpo entero, piel contra piel, le harían, pero no se moriría sin antes saber
lo que aquel hombre podría ofrecerle. Pasó un segundo, un mero susurro de
tiempo, antes de que sus labios tocaran los suyos. Su lengua se deslizó en su
boca con narcótica y exótica lentitud, consumiéndola, sus labios sabían a rayos
y relámpagos. Victoria jadeó y enterró sus manos en el pelo largo de Liam. Sin
cesar el beso, Liam la exploró tranquilamente, prolongando su placer,
quemándola un poco más. Él dejó a su lengua remontar el contorno de sus labios,
dejando un fuego a su estela. Su mano se extendió sobre su clavícula, tan
ardiente, tan incitadora, como si en un instante fuera a deslizarse al interior
de su vestido y cogerle el pecho. Ella se agarró a él y le rodeó la cintura con
sus piernas. El la dejó en el sofá de la sala de estar con suavidad y le rasgó
el vestido. Con los ojos enrojecidos de pasión Liam paso sus dedos por aquellas
prendas minúsculas que tapaban sus deliciosos pechos. Tenía la piel suave como
la seda, pasó sus ardientes dedos por su cuerpo arrancándole gemidos de placer.
Ella se arqueo pidiendo más. Su lengua lamió y chupó la piel expuesta de su
cuello y pecho. Amasó su trasero. Ella
se retorció, pegándose más a él e intentando colocar sus manos donde más lo
necesitaba, pero el siempre arruinaba sus esfuerzos alejándolas de nuevo.
—Liaaaam —gimió ella
—deja de… oh dios… torturarme.
Su risa fue un ronroneo
bajo, se coloco encima de ella y lo sintió enorme grueso y duro. Lloriqueo bajo
sus besos pero él seguía acariciándola, besándola, atormentándola. . Besó sus
pechos, arrastró los dientes sobre sus pezones y se colocó en posición
sumergiéndose en su interior. Un grito de dolor salió de sus labios, tensó el
cuerpo y los ojos se le humedecieron.
Liam se quedo inmóvil
mirándola perplejo.
—Lo siento, ¿Por qué no
me lo dijiste pequeña? —preguntó el preocupado. Intentó retirarse pero Victoria
le clavó las manos en el trasero.
—Sigue, o tendré que
matarte —dijo ella muy seria.
El se movió lentamente
hasta que ella arqueó la espalda.
Él alcanzó entre sus cuerpos y presionó su dedo pulgar en
su clítoris. Ella jadeó, gritó. Sintió sus paredes internas apretarse y temblar
contra él, y se movió más rápido. Más duro. Más profundo. Sólo cuando oyó que
gritaba su nombre se derramó en su interior. Se desplomó encima de ella, respirando entrecortadamente.
Victoria tenía los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. El besó sus ojos
sin moverse. No quería salir de su interior, la había deseado desde el primer
momento. Ella abrió los ojos y palideció.
—
¡Liam… estas… resplandeciendo! —dijo con voz entrecortada.
El
miró su cuerpo y sonrió cuando otro resplandor inundó la sala de estar.
—Al
parecer la ramera se entregó a ti —tronó Elena fulminándolos con la mirada.
Liam
se levantó de un salto y se colocó delante de su mujer.
— ¡Maldita
bruja, beberé tu sangre! —tronó el apretando los puños.
—Tan
hermoso como siempre, mi cuerpo sigue anhelando tus caricias, te sigo deseando
dentro de mí. Hazme el amor aquí y ahora y perdonare la vida de tu insignificante
humana.
Con
los ojos muy abiertos Victoria contemplaba a aquella mujer de una belleza
inhumana, parecía salida de un cuento de hadas, su vestido verde jade ceñido
mostraba un cuerpo por el que muchas mujeres matarían, su pelo negro le caya
por los hombros y la espalda como una olas en un mar revuelto.
—
¡Pagaras por tu traición bruja, prefiero mil veces el infierno antes de volver
a tocarte!
— ¡Que
así sea! —rugió ella como una fiera herida —No tendrá tiempo de amarte —alzó
las manos en el aire y Victoria se llevó las manos al cuello. Se estaba
sofocando.
—
¡Déjala! ¡No la toques! Júrame que ella estará a salvo.
—Ven
conmigo mi preciado tesoro, y me olvidare de tan insignificante criatura.
El
cuerpo de Liam se tensó y resplandeció como mil soles diminutos. En el instante
siguiente Victoria estaba sola y desnuda en su cama.
—
¡Liam! —miró el anillo con los ojos húmedos y grito hasta que se quedo sin voz.
Despertó
con el cuerpo dolorido y con las mejillas inundadas de lágrimas.
—Te
amo —susurró sabiendo que él nunca lo sabría. Seguía desnuda en el sofá en el
que había entregando su cuerpo y su corazón a su genio mágico. Y lo había
perdido.
Se
esforzó por llegar a la ducha poniendo un pie delante de otro. Lloró
desconsoladamente mientras el agua limpiaba las huellas de su cuerpo. Huellas
de lo que había perdido. Tendrás que seguir adelante se dijo mientras se
envolvía con una toalla. Salió en busca de café y al llegar en la sala de estar
parpadeo. Con las piernas cruzadas y una sonrisa resplandeciente estaba Liam
mirándola. ¿Una ilusión tal vez?
— ¿Me
esperabas mujer? —preguntó Liam con voz ronca.
Victoria
se lanzó en sus brazos con chillido incluido.
—
¿Pero cómo?
—Me
amas, tu amor rompió la maldición pequeña. Recuperé toda mi magia y Elena
volvió al infierno, de donde jamás debió escapar. Y ahora basta de palabras
mujer, estoy hambriento —Estaba hambriento de ella y supo que nunca se
saciaría.
Fin