Estaba
vagando por los serpenteantes senderos de los jardines de su casa, pisando la
nieve con sus pies descalzos, el pelo negro como la noche se mecía suavemente
alrededor de su rostro. Se detuvo delante de la fuente sostenida de dos
angelitos de mirada triste como la suya, de cuyas bocas fluía el agua. Clavó
sus ojos en ellos por un momento y recordó un rostro pequeño con ojos grandes y
risueños, con una bonita sonrisa. Su
hijo, oyó el llanto de su hijo llamándola, lloraba quedamente en la noche para
que ella acudiera y le tranquilizará. Empezó a correr siguiendo el llanto de su
bebe, pero lo oía en todas partes. La cuna, ella lo había dejado en la cuna,
recordaba los gritos de Víctor, ¿Por qué había gritado Víctor? Ahora no
importaba, tenía que encontrar a su hijo, la llamaba, la necesitaba. Recordó
que se había acostado temprano, se sentía cansada pero el llanto de su bebe la
había despertado. Oyó pasos en la oscuridad y se escondió tras un árbol, sentía
miedo pero ¿de quién? Vio a su marido meciendo al niño con suavidad.
—Shh,
mama está aquí —susurró saliendo de su escondite. A Víctor no le tenía miedo,
Intentó coger el niño que no paraba de llorar, pero Víctor se volvió de
espaldas y se dirigió hacia la casa. ¿Estaba enfadado con ella?
—No
llores pequeño —Víctor mecía el bebe con lagrimas en los ojos —tu abuela sabrá
que hacer—acariciaba la mejilla del niño con suavidad— lo sabes ¿verdad? Y
dicen que los bebes no entienden nada, pero tú sí. Tú entiendes.
Raquel
con los ojos desorbitados no entendía las palabras de su marido. ¿Por qué no llevar
al niño con ella? Y ¿Por qué lloraba Víctor? ¿Estaba enfadado con ella? Ahora
recordaba, Víctor se había enfadado con su madre, habían discutido, su suegra
no tocaría a su bebe, pensó apretando los puños con fuerza. Las luces del
jardín se encendieron y empezaron a parpadear cuando ella entró en la casa.
Víctor debería confiar en ella, ella podía cuidar a su bebe. Siguió el llanto de su hijo hasta su cuarto y
vio a su suegra con el niño en los brazos meciéndole.
—
¡Dámelo! —rugió con los ojos llameantes de furia. — ¡Es mi hijo! ¡Me necesita!
La
mujer seguía meciendo el bebe sin levantar la mirada y empezó a canturrear una
nana;
Duerme pequeño, duérmete ya…
Raquel soltó un grito de frustración y tendió las
manos para coger a su hijo. Las ventanas se abrieron con fuerza golpeando la
pared.
—Pero,
¿Qué os pasa?—chilló mirando a su suegra. El bebe dejo de llorar y clavó sus
ojos en ella. Tendió sus pequeñas manitas hacia ella cuando apareció Víctor en
el umbral.
—Mamá,
¿por qué está abierta esa ventana? —preguntó mientras la cerraba. —Se pondrá
enfermo.
—Fue el
viento, ¿Cómo estás? Tienes que descansar un poco. Eres muy pálido hijo.
—No
puedo descansar mamá, no puedo —se pasó una mano por el pelo. —Han llamado sus
padres, están cerca.
Raquel observó a su marido y pensó que tenía muy mal
aspecto. En cambio su suegra parecía triste pero el brillo de sus ojos la
traicionaba.
Su
pequeño le sonrió y el corazón le dio un vuelco. ¿Por qué su marido y su suegra
no la miraban? ¿Por qué actuaban como si ella no fuese allí? ¿De los padres de
quien estaban hablando? Se plantó con firmeza delante de Víctor fulminándolo
con la mirada.
—
Tenemos que hablar, no puedes tratarme así.
Víctor
se volvió hacia su madre y acarició la mejilla del niño que se había quedado
dormido.
—Llévalo
a su cuna mamá, en el fondo creo que lo sabe —dijo con tristeza.
Raquel
sorprendida levantó la mano y abofeteó el aire. Intentó cogerle del brazo y
golpeó el aire una vez más. Desconcertada siguió a su marido y a su suegra por
las escaleras cuando oyó el timbre de la puerta. Sus padres con los rostros
surcados de lágrimas esperaban en el umbral.
—
¿Sufrió? —preguntó su madre con voz débil.
—Murió
mientras dormía—respondió Víctor rompiendo a llorar.
— ¡No!
¡Mamá, no estoy muerta!—gritó Raquel abrazando el aire.
De
repente las imágenes empezaron a aflorar en su mente. Víctor discutiendo con su
suegra, su suegra pidiéndole perdón, el cansancio, su suegra ofreciéndole una
taza de leche que parecía amarga. ¡Amarga! Raquel dejo escapar un grito que
nadie había oído. Se deslizó al cuarto de su bebé, jurándose que le protegería.